COMENTARIO AL EVANGELIO DE NUESTRO OBISPO D. CÉSAR: «VERDAD Y LIBERTAD»

Una de las deficiencias más notables de las comunidades cristianas es la falta de formación en la fe y, por consiguiente, en los contenidos de la revelación cristiana.

Dominio público
Esto lleva consigo reducir el cristianismo a un moralismo cuyo fundamento no son los misterios de la fe, sino los principios de una ética natural que pueden simplificarse en «ser buenos» y no hacer el mal a nadie. 

Esto no basta, pues la revelación cristiana aporta a la ética natural una novedad que Jesús ha sintetizado en la enseñanza que tenemos, por ejemplo, en el sermón de la montaña y en lo que se ha dado en llamar «moral evangélica», que supera la ley judía y, por supuesto, la ética natural.

Este déficit de formación cristiana en momentos de enorme confusión en cuestiones vitales sobre la persona humana, la sexualidad, el amor, la vida y la muerte, hace que los cristianos carezcan de criterios para juzgar lo que sucede en nuestra sociedad que, de facto, ha dado la espalda a la verdad en sí misma. La palabra tan de moda, la «post-verdad», no es, en realidad, más que la negación de la verdad en sí misma y la aceptación de que la verdad es la que uno se fabrica desde sus propios presupuestos ideológicos. La negación de la verdad es el preludio para justificar la mentira.

En el evangelio de este domingo, san Marcos narra cómo Jesús, después de que sus apóstoles se reúnen con él para contarle cómo les ha ido en la misión encomendada, se retira con ellos a un sitio desértico para descansar, pues apenas tenían tiempo para comer. Cuando la gente se da cuenta de que Jesús está en las cercanías, le buscan y se congrega una multitud deseosa de escucharle. Al ver a tanta gente, el evangelista dice que «se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas» (Mc 6,34). Es obvio, por tanto, que la enseñanza es una expresión de la compasión de Cristo. De ahí que, en contraste con la actitud de Jesús, leamos hoy en la liturgia una diatriba del profeta Jeremías contra los pastores que se olvidan de las ovejas y las dejan perecer. La ignorancia del pueblo mueve a Jesús a la compasión y, por ello, se dedica a enseñarles «muchas cosas».

El Papa Francisco ha puesto el dedo en la llaga cuando, en uno de sus discursos sobre Europa, dice que las nuevas generaciones se encuentran perdidas «ante la ausencia de raíces y de perspectivas, están desarraigados, llevados a la deriva por todo viento de doctrina; a veces también “prisioneros” de adultos posesivos, a los que les cuesta sostener la tarea que les corresponde. Es importante la tarea de educar, no sólo ofreciendo un conjunto de conocimientos técnicos y científicos, sino sobre todo trabajando para promover la perfección íntegra de la persona humana, también para el bien de la sociedad terrestre y para la construcción de un mundo que debe configurarse más humanamente» (28-X-2017).

Esta insistencia en el deber de educar choca hoy con la «ideologización» que, desde poderes políticos y culturales, pretenden colonizar la inteligencia limitando no sólo la libertad de expresión, sino la de pensamiento, de forma que los ciudadanos piensen de modo uniforme según el interés de quienes los gobiernan. Si la verdad, según el dicho de Jesús, «nos hará libres», se deduce que la negación de esta nos convierte en esclavos. Urge, pues, poseer la compasión de Cristo hacia la multitud que le buscaba, compasión que se traduce en la actitud de «enseñar muchas cosas». La Iglesia tiene el mandato de Cristo de enseñar todo lo que él nos ha trasmitido y lo que el Espíritu de la Verdad ha revelado desde Pentecostés. Sólo así seremos un pueblo que viva la libertad de los hijos de Dios.

  + César Franco

Obispo de Segovia. 

Fuente: Diócesis de Segovia