DE DARLO EN ADOPCIÓN, A REENCONTRARLO CUANDO IBA A SER CURA: «DIOS TE AMA MAMÁ, ME DIJO, Y LE CREÍ»

Laura Richards descubrió a Dios a sus cuarenta años, después de haber vivido el dolor de haber quedado embarazada en la adolescencia y tener que dar a su hijo en adopción.

Laura y su hijo Stephen. Dominio público
Más de dos décadas después de aquel trauma se reencontró con un joven, que por aquel entonces se preparaba para ser sacerdote.

"Cuando era adolescente fui a hacerme la prueba de embarazo. Recuerdo sentir el miedo de tener que contárselo a mis padres y a mi novio, y la vergüenza de enfrentarme con sus padres", cuenta Laura Richards en The Coming Home Network.

"He pensado en ti durante 23 años" 

"Solía recordar el nacimiento de mi hijo, abrazarlo y luego tener que darlo en adopción. Recordaba los sentimientos de dolor y pérdida durante 23 años separados, y pensaba en la alegría abrumadora que sería nuestro reencuentro. Supe por primera vez que Dios estuvo allí cuando estaba embarazada y lo tuve que dar en adopción. Este niño, a quien salvé, regresó y me salvó a mí; todo eso estaba en el plan del Señor", comenta Laura.

"Un martes después del trabajo, mi esposo salió a recoger el correo. La carta decía que tenía derecho a conocer la información sobre el niño que había dado en adopción cuando era un adolescente. Gracias a Dios estaba sentada, si no me habría desplomado. La primera página incluía el nombre y el número de teléfono de mi hijo. Las siguientes contenían una copia de su partida de nacimiento", explica Laura.

"Me sentía en shock. Había pasado los últimos 23 años pensando en este hijo. Darlo en adopción fue una decisión muy difícil que me marcó y dejó en mí heridas con las que luché seriamente durante varios años. Solía mirar a los niños pequeños en las tiendas, buscando a alguien que se pareciera a mí", relata.

"Llegué a calcular si se habría graduado en el instituto, y hojeaba los periódicos para ver si alguno de los graduados se parecía a mi antiguo novio. Pasé años soñando con esto. Así que imagínate ahora... teniendo su nombre y su número de teléfono en mis manos. Mi marido me dijo: '¡Espera! ¿Estás segura de que estás preparada para esto? ¿Sabes lo que vas a decir?'. Marqué el número y me saltó el buzón de voz. Pensé: 'No creo que se pueda decir por mensaje', así que colgué", recuerda.

"Entonces abrí mi ordenador, y escribí un correo electrónico: '¿Eres el Stephen que fue adoptado por Sean y Tanya? Si es así, soy tu madre biológica y llevo esperando 23 años y 8 días para hablar contigo'. Envié el correo electrónico, y por la mañana tenía una respuesta esperándome: 'Sí, soy el Stephen adoptado por Sean y Tanya, ¡y he pensado en ti durante 23 años y 9 días! Eres mi mejor regalo de cumpleaños'", comenta Laura.

"¡No te puedes imaginar mi alegría! Quedamos para hablar por primera vez esa misma tarde. ¡Estaba tan emocionada! Llamé a mi hermana y hablamos brevemente. Después de colgar, ella empezó a buscar en Google el nombre de Stephen y me envió un correo con una foto de un joven apuesto que se parecía mucho a mi antiguo novio y a mi hijo mayor. Llevaba una camisa negra y un alzacuellos de cura. Stephen estaba en el seminario".

"Recuerdo que mi primer pensamiento fue: '¡Qué lástima, va a ser cura!'. Pero, luego, me dije: '¡Vaya, va a ser cura! ¡Qué guay! ¿No me dará vía libre para ir al cielo o algo así... por ser la madre de un sacerdote?'. A las 17:01, corrí y me senté en mi cama a esperar su llamada. Recuerdo estar mirando el teléfono, preguntándome cuántas veces debería dejarlo sonar. La respuesta era obvia: un timbre sería suficiente", recuerda.

"Entonces sonó el teléfono y ¡hablamos durante tres horas! Nos metimos en las páginas de Facebook de cada uno y miramos todas las fotos. Recuerdo que me mostró una foto en la que yo habría jurado que era mi antiguo novio el que estaba allí y no Stephen. Era una sensación increíble, conocer a alguien sin conocerlo. Un sentimiento que es difícil de describir. Pasamos el siguiente mes y medio hablando casi a diario".

"Durante ese tiempo, puse en contacto a Stephen con su padre biológico, lo que fue algo maravilloso para ambos, e hicimos planes para encontrarnos en persona el día de Acción de Gracias. Él estaba en Maryland, en el seminario, y yo, en Washington, ambos hicimos planes para volar a casa. Stephen eligió el lugar del encuentro: la gruta del campus de la Universidad de Notre Dame".

"Aquella mañana estaba muy nerviosa. Cuando llegué al campus, me tomó tiempo encontrar la gruta, así que llegué unos minutos tarde. Recuerdo que al doblar una esquina vi la gruta y luego a un hombre delgado arrodillado frente a ella. Stephen me oyó, se levantó y se dio la vuelta. No podía creer que estuviera delante de mí, me sentía emocionada. El largo sueño había terminado; ¡por fin era realidad!".

"No hay palabras para describir aquel encuentro. Cuando ya habíamos pasado un rato juntos, él empezó a decirme: '¿Sabes, mamá?, Dios te ama mucho'. Al principio, yo respondía: 'Sí, lo sé'. Porque nací y crecí católica, asistí a la escuela primaria y secundaria católica, asistí a clases de catecismo y a una universidad católica... Por supuesto que lo sabía, pero realmente no iba mucho a la Iglesia. Sin embargo, Stephen continuó diciéndome: 'Dios te ama mucho, mamá. Ni siquiera puedes imaginar cuánto'".

"Él repetía su 'mantra' y recuerdo que me detuve por un momento y pensé: '¿Eh, de verdad? ¿Es realmente posible? ¿Él, que es el Creador de todo el universo? ¿Él, que creó las estrellas... realmente se preocupa por mí? ¿Cómo es posible? Soy un ácaro de polvo. No soy nada más. ¿Cómo es posible?'".

"La primavera siguiente, Stephen me invitó al seminario a pasar una semana para estar juntos. Una noche salimos a cenar con un amigo que también estaba en el seminario. Su amigo nos contó su historia de conversión. Había estado trabajando como informático y en un momento dado sintió que Dios lo llamaba a tener una relación personal con Él. Pensó: 'Si quiero conocer a mi Creador, si quiero saber a qué me llama, necesito pasar tiempo con Él. Necesito ir a la iglesia más de una vez a la semana, todos los días si puedo'".

"Cuando regresé a casa, seguí pensando en esa historia. Si el Creador del universo me ama, probablemente quiera conocerme. Y probablemente quiera que lo conozca. Entonces hice lo mismo que el amigo de Stephen: empecé a ir a misa a menudo. Le pregunté a mi jefe si podía entrar a trabajar pronto y salir para ir a la misa de ocho. Recuerdo que hizo un comentario sarcástico, algo así como que no quería ser la razón por la que yo me fuera al infierno".

"Un día, en la misa dominical, el sacerdote se levantó para pronunciar la homilía y leyó esto: 'Es verdad. Estoy a la puerta de tu corazón, día y noche. Incluso cuando no estás escuchando, incluso cuando dudas que pueda ser yo, estoy ahí...'. Él sabía todo sobre mí, todas las cosas malas que había hecho, y, sin embargo, me había amado toda mi vida. ¡Qué alegría saber eso! ¡Qué consuelo!". 

"Entonces, me pregunté, ¿por qué nadie me había dicho esto antes? Tengo 40 años, por el amor de Dios; hubiera sido bueno saber esto antes. Él estuvo allí cuando yo estaba embarazada y di en adopción a mi hijo. Y este niño, a quien salvé, regresó y me salvó; todo eso estaba en su plan", concluye Laura, que ahora es terciaria carmelita.

Fuente: ReL