Sergio Rodríguez ha contado su testimonio hablando del sentido del sufrimiento y de cómo Dios ayuda en la enfermedad.
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Fotografía: Dani García-Revista Misión. Dominio público |
Su profunda fe fue clave para afrontar un sufrimiento enorme,
al que encontró sentido y el cual le ha servido para afrontar su vida junto a
su mujer y sus hijos.
En
esta entrevista con Marta Peñalver para la Revista Misión, Sergio
habla de su historia, la cual ha recogido en el libro Una
segunda oportunidad (Palabra):
El cáncer no fue su primera experiencia
cercana a la muerte, ¿no?
Cierto.
En mi despedida de soltero una vaquilla me pegó una cornada en el cuello y casi
no lo cuento. Este hecho me hizo replantearme varias cosas: cómo quiero morir, cuál es la
actitud que quiero tener ante la muerte, si estar agradecido o ser un
amargado. Me ayudó a hacerme consciente de que me voy a morir y de que tengo
que prepararme.
Y poco después, llegó el cáncer. ¿Cómo
fue su primera reacción cuando le dieron el diagnóstico?
Se
me vino el mundo encima. Pensé que se acababa todo, fue muy duro. Me resulta
difícil explicar esa emoción tan fuerte que sentí.
¿Qué le pesaba más, el miedo o la
situación que dejaba?
Miedo a la muerte no he
tenido,
pero sí al dolor físico. Pensaba en cómo se quedaría mi familia, en el dolor
que les podía causar esta situación… Eso me ha pesado siempre mucho.
¿Se agarró a la fe?
Sí.
Con el primer cáncer le pedí a Dios que se hiciera su voluntad, sólo necesitaba
que me diera fuerzas. Con el segundo, ya no tuve dudas. Notaba Su presencia.
¿Cómo ha afectado a su familia esta
experiencia de enfermedad?
Los
dos linfomas, pero en concreto este último, nos han marcado mucho a todos. Mis
hijos son como son, en gran medida, por lo que han vivido. Han sufrido
muchísimo, pero también han rezado mucho y creo que les ha acercado a Dios. Y a
María, mi mujer, y a mí, nos ha unido mucho. Hemos vivido la presencia de Dios
de una manera muy intensa. Lo hemos visto en cada circunstancia. Como ejemplo,
cuando peor lo estábamos pasando en el hospital apareció un amigo sacerdote, y
su visita fue como un bálsamo. Es algo totalmente palpable. Y, después, cuando se pasa todo, dejas de
recibir esas gracias que Dios te da para ese momento porque ya no las
necesitas.
¿Ha llegado a echar de menos esa
presencia de Dios?
Sí,
es como la noche oscura de la que hablan los santos. Cuando has sentido a Dios tan cerca y ese momento pasa, se
echa de menos esa presencia de Dios tan fuerte que todo lo iluminaba.
¿Tiene sentido su enfermedad?
Lo
tiene. Siempre he estado cerca de Dios y de la Iglesia, pero es cierto que cuando
empecé a trabajar mi corazón tendía más a ganar dinero y a triunfar, que a
Dios. Creo que Dios salió a mi rescate con el primer linfoma para que me
acercara a Él de nuevo. Ahí descubrí que el sufrimiento tiene un poder redentor
enorme. Durante ese primer cáncer estuve ofreciendo mi sufrimiento por dos
situaciones muy concretas en las que luego Dios intercedió. La enfermedad para mí ha sido un
arma superpoderosa que me ha dado Dios. Podía utilizarla o no, pero me
daba la posibilidad de hacer mucho bien y ser corredentor con Cristo, que
es a lo que estamos llamados los cristianos. Así empecé a ofrecer mi
sufrimiento por las almas del purgatorio y por intenciones particulares.
¿Y el segundo linfoma?
Este
linfoma lo he ofrecido mucho más, hasta el punto de que desde entonces llevo
conmigo un listado de las peticiones porque, aunque el cáncer haya
desaparecido, sigo teniendo secuelas que ofrezco. Incluso una vez me llamó una
telefonista para venderme un seguro y terminó pidiéndome que rezara por su
padre enfermo. Y no porque yo vaya catequizando por ahí, pero mis
-conversaciones muchas veces derivan en eso… Así que la lista es larga. Ofrecer el sufrimiento puede
salvar almas.
¿Se ha preguntado por qué Dios le curó
dos veces milagrosamente?
Me
lo cuestioné muchísimo con el primer linfoma porque me tenía que haber muerto
esa noche, Nochebuena, y me curé. Fue algo espectacular. A veces le he
preguntado a mi mujer: “¿Por qué me he curado?” . Y ella me dice: “Pues quizá
para que seas un buen padre cristiano”. Y aunque a mí me parece poco, porque
soy muy peliculero, igual tiene razón (ríe), pero Dios sabrá. Con esto he aprendido que todo lo que
viene de Dios tiene un sentido y ojalá siempre le diga que sí.
En el libro dice que ha aprendido que cuanto
más dura es la prueba, mayor es la gracia. ¿Qué gracias le ha traído el cáncer?
La
mayor ha sido poder vivir con paz una enfermedad que hace sufrir muchísimo,
tanto física como emocionalmente. La he vivido notando Su amor en cada cosa que
pasaba. El primer linfoma me cambió el corazón: pude reorganizar mis
-prioridades y poner primero a Dios. Además, me permitió ver el sufrimiento de los demás. Yo era una persona
fría. Veía a una persona sufrir y no era capaz de sentir nada. Desde
entonces veo el sufrimiento y sufro; me revuelve por dentro.
¿Cambiaría su historia por no pasar por
dos cánceres?
No
lo cambiaría. A mí no me gusta sufrir, eso que quede claro. Pero los frutos de estos dos cánceres
no los cambiaría. Y tampoco quiero olvidarlo, porque ahora mi vida es
otra.
¿Después de lo que ha vivido cómo se
plantea el futuro?
Ya
no pongo el corazón en él. Vivo el presente, y cada día doy gracias por vivir
ese día porque tendría que haber muerto hace diecinueve años y aquí estoy. Me dejo llevar por Dios, Él
sabrá.
¿Qué diría a alguien que esté pasando
ahora por algo parecido?
Mucha
gente me pedía que hablara con amigos o familiares que estaban en mi situación
y hoy todavía haría lo mismo: les
hablaría de Dios, les diría que Dios los ama, que Él ha pasado por
algo mucho peor por nosotros y que no duden del amor de Dios. Y, por supuesto,
que no dejen de luchar. Estas enfermedades a veces acaban con el ánimo
antes que con la salud, y los enfermos bajan los brazos y dejan de pelear.
Fuente: ReL