El cardenal Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia ofreció ayer por la mañana su quinta y última meditación de Cuaresma en el Aula Pablo VI de la Ciudad del Vaticano, ante la presencia del Papa Francisco y de la Curia Romana
Una predicación de Cuaresma del cardenal Cantalamessa (ANSA) |
En una nave no es necesario que "todos los
pasajeros estén pegados con las orejas a la radio del barco, para recibir
señales sobre el rumbo, los posibles icebergs y las condiciones
meteorológicas"; pero sí es "indispensable para los responsables a
bordo".
Partiendo de esta elocuente imagen, el cardenal
Raniero Cantalamessa – en el transcurso de la quinta y última predicación de
Cuaresma que tuvo lugar esta mañana en el Aula Pablo VI de la Ciudad del
Vaticano ante la presencia del Papa Francisco – recordó la necesidad de
"mantener el oído atento" a las "sugerencias" del Espíritu
Santo: un deber "importante para todo cristiano", pero "vital
para quienes tienen tareas de gobierno en la Iglesia". Sólo así, de hecho,
se permite que "el mismo Espíritu de Cristo guíe a su Iglesia a través de
sus representantes humanos".
En el itinerario elegido para el tema de las
meditaciones sobre el descubrimiento de quién es Jesús a través del Evangelio
de Juan, el cardenal dedicó esta última etapa a reflexionar sobre lo que suele
denominarse los "discursos de despedida" a los apóstoles. En
particular, recordó el capítulo 14 del Evangelio de Juan (3-6), que contiene
las palabras que "sólo una persona en el mundo pudo pronunciar y
pronunció", a saber: "Yo soy el camino, la verdad y la vida".
En efecto, "Cristo es el camino y es la
meta del camino". Concretamente, como "Verbo eterno del Padre, Él es
la verdad y la vida; como Verbo hecho carne, Él es el camino".
Deteniéndose en esta última imagen – después de
haber dedicado sus predicaciones anteriores a una reflexión sobre Cristo
"vida" y "verdad" – el cardenal Cantalamessa observó que
"Jesús sigue diciendo a los que encuentra" lo que decía a los
apóstoles y a los que encontraba durante su vida terrena:
"Vengan en pos de mí", o en singular
"¡Sígueme!". El seguimiento de Cristo – explicó – "es un tema
sin límites". Y sobre él escribió "el libro más amado y leído de la
Iglesia, después de la Biblia, a saber, ‘La imitación de Cristo’".
Al fin y al cabo, seguir a Jesús es casi
"sinónimo de creer en Él". Creer, en efecto, "es una actitud de
la mente y de la voluntad". Pero la imagen del "camino" pone de
relieve "un aspecto importante del creer, que es el "caminar",
es decir, el dinamismo que debe caracterizar la vida del cristiano y la
repercusión que la fe debe tener en la conducta de la vida".
El cardenal Cantalamessa profundizó en lo que
caracteriza el seguimiento de Cristo y lo distingue de cualquier otro tipo de
seguimiento, señalando en primer lugar que de un artista, un filósofo, un
hombre de letras, se dice que "se formó en la escuela de tal o cual
maestro de renombre".
Pero entre este seguimiento y en el de Cristo,
dijo, "hay una diferencia esencial". Para todos los cristianos, esa
palabra significa algo "más radical": el Evangelio "nos fue dado
por Jesús terrenal, pero la capacidad de observarlo y ponerlo en práctica sólo
nos viene de Cristo resucitado, por medio de su Espíritu".
Si Jesús es "el camino", observó el
purpurado, "el Espíritu Santo es el guía". Y de entre las diversas
funciones que Jesús atribuye al Paráclito "en su obra en favor
nuestro", el cardenal se detuvo en particular en la de "apuntador".
La referencia es a las "inspiraciones del
Espíritu" – las llamadas "buenas inspiraciones" – siguiendo las
cuales se encuentra "el camino más corto y seguro hacia la santidad".
De hecho, subrayó el predicador, "no sabemos al principio cuál es la
santidad que Dios quiere de cada uno de nosotros; sólo Dios la conoce y nos la
va revelando a medida que avanza el camino".
Por tanto, "el hombre no puede limitarse a
seguir las reglas generales que se aplican a todos; debe comprender también lo
que Dios le pide a él, y sólo a él". Y esto, aseguró el cardenal, "se
descubre a través de los acontecimientos de la vida, de la palabra de la
Escritura, de la guía del director espiritual".
Pero los medios principales y ordinarios siguen
siendo "las inspiraciones de la gracia". Éstas son – explicó –
"impulsos interiores del Espíritu en lo más profundo del corazón, a través
de los cuales Dios no sólo da a conocer lo que desea de nosotros, sino que
también da la fuerza necesaria, y a menudo incluso la alegría, para realizarlo,
si la persona lo consiente".
Cuando se trata de "decisiones importantes
para uno mismo o para los demás, la inspiración debe ser sometida y confirmada
por la autoridad, o por el padre espiritual". En efecto, señaló el
cardenal Cantalamessa, "uno se expone al peligro si confía únicamente en
su propia inspiración personal".
El cardenal se refirió también a la experiencia
actual de los movimientos pentecostales y carismáticos, a la luz de los cuales
este carisma parece consistir en la capacidad de la asamblea, o de algunos en
ella, "de reaccionar activamente a una palabra profética, a una cita
bíblica o a una oración".
De este modo, "la profecía verdadera y la
falsa llegan a ser juzgadas "por los frutos" que producen, o no
producen, como recomendaba Jesús". Este sentido original del
discernimiento de los espíritus, señaló el predicador, "podría ser de gran
actualidad aún hoy en debates y encuentros, como los que estamos empezando a
vivir en el diálogo sinodal".
En el ámbito moral, el cardenal Cantalamessa
señaló "un criterio fundamental" de discernimiento que "viene
dado por la coherencia del Espíritu de Dios consigo mismo".
Para concluir, haciendo hincapié en la tarea
"vital" de acoger las inspiraciones del Espíritu para quienes tienen
un "papel de gobierno en la Iglesia", el predicador se refirió al
Papa Roncalli y al Concilio Vaticano II.
"Fue precisamente de una inspiración
divina, valientemente acogida por el Papa San Juan XXIII", de donde brotó
el gran acontecimiento conciliar, dijo. Y del mismo modo, "después de él
nacieron otros gestos proféticos, de los que – agregó el predicador – se darán
cuenta los que vendrán después de nosotros".
L’Osservatore Romano