Dios es un misterio de comunión. Padre, Hijo y Espíritu Santo son un solo Dios que se relaciona familiarmente como si fuera la familia primordial y el paradigma de toda familia humana, dado que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios.
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Dominio público |
Esta familia divina tiene su continuidad, salvando la analogía, en la familia de Nazaret, que llamamos Sagrada por la presencia de Jesús, el Hijo de Dios y al mismo tiempo hijo de María. Al llegar la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios nació de una mujer elegida desde toda la eternidad para hacer posible la entrada de Dios en la escena humana.
La familia de Nazaret es la primera realidad humana santificada por el
nacimiento de Dios. En esta humilde familia brilla el amor de la Trinidad, pues
el Hijo eterno de Dios empieza a tener una relación novedosa con su madre y su
padre según la ley. Dios crece familiarmente y se desarrolla como el Hombre
Nuevo del que hablará san Pablo para hacer de la familia el germen de una
sociedad distinta.
Cuando Jesús se quede en Jerusalén
discutiendo con los doctores sobre la Ley mosaica, dirá a sus padres, que le
reprochan su comportamiento, que debe estar en las cosas de su Padre, pero a
renglón seguido, el evangelio dice que Jesús «bajó
con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos»
(Lc 2,51). Jesús no ve oposición alguna en su condición de Hijo del Padre y al
mismo tiempo hijo de la familia en la que ha nacido. Su obediencia al Padre se
expresa también en la obediencia a sus padres en la tierra.
Al celebrar en este domingo la fiesta de la Sagrada Familia, fijamos también la mirada en la familia de cada uno de nosotros en la que nos comunicamos el amor que viene de Dios. La familia que nace del sacramento del matrimonio tiene la misión de reflejar el amor de la Trinidad y el amor de la familia de Nazaret. Es una familia con lazos de carne y sangre, pero al mismo tiempo es la familia en la que, si vivimos según Cristo, cada uno es «hermano, hermana y madre de Jesús» (Mt 12,50).
Sorprende
que Jesús utilice el parentesco humano para hablar del parentesco de la fe.
Efectivamente, cuando cumplimos la voluntad de Dios y vivimos según el
mandamiento del amor, realizamos en nuestra propia vida el proyecto original de
Dios sobre el hombre que refleja el amor de la Trinidad. La familia cristiana
nos remite al Dios-familia que vive en relación de amor.
Estas reflexiones pueden parecer demasiado elevadas cuando comprobamos las dificultades que experimentamos en la vida familiar. No hay, en efecto, una familia perfecta. Y las que lo son, se han ido perfeccionando a través de pruebas y dificultades. Pero para esto ha venido Cristo, para hacer posible la plenitud del amor en la familia de cada uno que avanza, entre luces y sombras, alegrías y penas, fracasos y esperanzas, hacia el amor verdadero.
En la persona de Jesús, de María y de José, tenemos
modelos al alcance de la mano para interpretar nuestra propia historia y
asumirla tal y como es desde del modelo de Nazaret, como decía san Pablo VI. Al
nacer en una familia humana, Cristo nos invita a la imitación de las virtudes
domésticas y sostiene nuestras luchas por vivir la paz, la alegría, la
compasión y el perdón mutuo. Nazaret es el espejo donde podemos mirarnos para
alentar nuestra esperanza y acoger a los miembros de nuestra propia familia
como el mejor regalo que Dios nos ha hecho en el camino hacia la plenitud del
amor.
César Franco
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia