Wolfgang Ehrle trabajó durante más de treinta años como comercial en una empresa del sur de Alemania. Sin embargo, tras un paulatino regreso a la fe y con la ayuda de su director espiritual, descubrió que el Señor le pedía más.
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Wolfgang Ehrle. Foto: captura Katholisch 1 TV. Dominio público |
Desde
entonces desarrolla su labor pastoral en la parroquia de Christkönig [Cristo
Rey] de Augsburgo y
se prepara para su ordenación sacerdotal.
-¿A qué edad decidió hacerse sacerdote?
-En
aquel momento tenía 45 años. Superficialmente había una razón bastante
pragmática: debido mis 30 años de trabajo en el sector privado con
responsabilidad de personal –en una empresa sanitaria–, sabía que un cambio de profesión todavía
es posible a los 50 años
como máximo. A partir de esa edad resulta más difícil, bien porque se está
sobrecualificado, bien porque la vacante la cubre un candidato más joven.
-¿O sea, que fue una especie de “ahora o
nunca”?
-Sí,
en aquel momento estaba todavía “a
este lado de la frontera”.
-Sin duda, estas circunstancias externas
influyeron. Pero ¿qué le hizo decidirse por el sacerdocio?
-Mi
trabajo me gustaba mucho, pero pensaba que en la vida debía haber algo más.
Aunque mis padres no eran especialmente devotos (mi madre era ortodoxa griega y
mi padre católico, pero llevaba mucho tiempo alejado de la Iglesia), siempre
aceptaron mi fe y me
educaron como cristiano. A los veinte años, hice un curso por
correspondencia en el Instituto
Litúrgico Alemán. Me
fascinaba la liturgia, incluida la ortodoxa y la tridentina, que conocía porque cerca de mi lugar de
residencia había un seminario de la Fraternidad Sacerdotal de San
Pedro.
-Sin embargo, en ese momento no tomó una
decisión definitiva…
-Durante
un tiempo, hasta los 25 años, incluso me distancié bastante de la Iglesia; sobre todo porque
la moral sexual de la Iglesia no me interesaba. Mi retorno fue un proceso largo y poco espectacular.
No hubo una conversión dramática como la de San Pablo. Empecé a acercarme de nuevo a la Iglesia y me
hice miembro del consejo parroquial. También aproveché la oportunidad para
recibir dirección espiritual con un sacerdote salvatoriano –también
él es una vocación tardía–, que era vicario en nuestra parroquia.
»En
un determinado momento consideré la posibilidad de ser diácono permanente,
continuando con mi profesión; pero este padre salvatoriano me dijo: “Piensa si
no podrías llegar hasta
las últimas consecuencias”. Así que, a la edad de 42 ó 43 años, solicité
entrar en la Casa
de Estudios San Lamberto en Lantershofen, un seminario
supra-diocesano y el único para
vocaciones tardías en el ámbito de lengua alemana. A mis cuarenta y
tantos años, era el segundo alumno de más edad. Aquí recibí mi formación durante
cuatro años. La decisión de ser sacerdote maduró durante décadas.
-¿Hubo algún momento especialmente
decisivo?
-Cuando
tenía unos 40 años, dejé de poner a la Iglesia por encima de Cristo. Para mí,
lo más importante es la relación
personal con Jesús, sobre todo en lo que se refiere al celibato. Considero
que el celibato es la
forma de vida adecuada para mi labor sacerdotal, de modo que puedo
aceptarlo conscientemente. Probablemente no habría podido tomar esta decisión
cuando tenía 25 ó 28 años, pero en el transcurso de la larguísima maduración de
mi vocación, mi perspectiva ha cambiado.
»Esto
no se debe (sólo) a la lectura de Agustín, Tomás
de Aquino o Ignacio
de Loyola, sino a mi propia experiencia vital. Algunos sacerdotes pueden
sentir que el celibato es como un “sapo” que hay que tragar: pero creo que hay
que aclarar ciertas cosas de antemano para que luego no se interpongan en tu
camino.
-Como ”vocación tardía”, ¿considera que
debe ponerse al día en algún aspecto?
-Si
acaso, en cuanto a la relación personal con Jesús, no tanto en el plano de la
política eclesiástica. Durante mi estancia en el seminario, observé que algunos
candidatos al sacerdocio ponían
a la Iglesia por encima de Cristo. Desgraciadamente, esto también ocurre a
veces con algunos obispos.
-¿Dónde ve especialmente su tarea como
sacerdote?
-Deseo hacer “legible” a Cristo para
otras personas, principalmente para ayudar a la gente a conectar con Cristo.
Basándome en mi propia experiencia, considero especialmente importante el acompañamiento espiritual. El
padre salvatoriano al que me refería antes fue el único que me habló de mi
vocación. Considero que este intercambio personal es crucial para llegar a la
certeza final. Hoy, en la parroquia de Cristo Rey de Augsburgo, donde trabajo
como diácono, mantengo conversaciones de este tipo con cinco jóvenes. Uno de ellos
viene regularmente, los otros con menos frecuencia. Pero a todos les hago la
pregunta: “¿Te imaginas tener una conexión más profunda con Cristo?”. Al final,
es el Espíritu Santo el que tiene que obrar, pero hay que estar abierto a que Dios nos sorprenda.
José M. García
Fuente: ReL