Te habías puesto a pensar en la comunión espiritual? No te miento, ¡yo tampoco!
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Dominio público |
Siempre me había parecido una formalidad, una oración más
dentro de las tantas en la celebración de la Misa. Ahora puedo reconocer que
nunca le había prestado verdadera atención.
Pero la cuarentena nos obligó a estar puertas adentro, a seguir la Misa desde los pequeños altares de nuestros hogares y a recibir espiritualmente la Eucaristía. Es entonces cuando comencé a tomar conciencia del valor y la fecundidad que tiene.
Pero ¿qué es la comunión espiritual?
Según santo Tomás de Aquino, consiste en
«un deseo ardiente de recibir a Nuestro
Señor Jesucristo sacramentalmente y en amoroso abrazo, como si se lo hubiera ya
recibido».
La Iglesia nos exhorta a realizarla ya desde el Concilio
de Trento y fue recomendada y practicada por muchos de los santos, con gran
provecho espiritual.
San
Juan Pablo II nos dice que
«es conveniente cultivar en el ánimo, el deseo constante del sacramento eucarístico. De aquí ha nacido la práctica de la comunión espiritual».
Efectos de la comunión espiritual
Esta nos trae, en cierto modo, el fruto espiritual de la
misma Eucaristía recibida sacramentalmente, aunque no ex opere operato (por la obra
realizada, es decir, que tiene eficacia por sí mismo), sino
únicamente ex opere operantis (por la acción de quien
actúa, es decir, por disposición subjetiva).
¿Qué significa esto? Que los frutos y las gracias
recibidas son en función de la disposición de nuestro corazón y no por la
fuerza misma del sacramento, como sucede cuando recibimos el Pan Eucarístico.
De más está decir que la comunión espiritual no sustituye la comunión sacramental. Más bien nos anticipa sus frutos, pero siempre con la comunión sacramental como meta.
Frutos de la comunión espiritual
Así como la sacramental, recibir a Jesús espiritualmente en nuestro corazón: acrecienta nuestra unión con Cristo; nos separa del pecado; borra los pecados veniales; nos preserva de futuros pecados mortales; y nos une con el Cuerpo Místico, la Iglesia.
Gozosa intimidad
Una prueba clara de esto la recibí en la pandemia.
Recuerdo que una gran amiga, de Misa diaria, sufría fuertemente del deseo de
recibir a Jesús las primeras semanas de cuarentena.
Rompía en llanto al momento de la consagración en la
transmisión de la Misa y el anhelo por recibir el Pan de Vida se hacía cada vez
más fervoroso.
Días más tarde, ese lamento se convirtió en gozo. Por
supuesto que deseaba recibir a Jesús sacramentalmente, pero había aprendido a
hacer una buena comunión espiritual y ¡nunca la acción de gracias había sido
tan linda!
Se sentía íntimamente unida a Él, incluso a veces más que otras ocasiones en donde lo había recibido verdaderamente… podía experimentar una gozosa intimidad con el Señor.
«Hazte capacidad y Yo me haré torrente»
Esto me hizo hacer un clic. ¿Cómo puede ser que una
oración tan breve, que una expresión de deseo, que un anhelo del corazón, pueda
dar tanto fruto? Y recordé lo que Dios le decía en oración a Santa Catalina: “Hazte
capacidad y Yo me haré torrente”.
Jesús solo necesita de nuestra fe, solo necesita de nuestra disponibilidad para obrar maravillas. Nunca deja de derramar sus gracias sobre sus hijos, pero cuanto más abandonados estemos en sus manos, más dóciles seremos, y mejor llevará a cabo Su obra en nosotros.
Nada puede separarnos del amor de Cristo
Entonces ¡cuánta fuerza cobra la comunión espiritual! Si
es pronunciada con fe, y no simplemente como palabras vacías, si además de con
los labios, es el corazón quien acompaña, Jesús, como el Esposo Amado, desea
profundamente hacerse uno con nosotros. Así lo hace en la
Eucaristía, pero cuando no podemos recibirlo se nos da plenamente de manera
espiritual.
¡Cuánta esperanza! ¿Acaso hay algo que pueda separarnos
de Su Amor? No hay pandemia, ni distancia, ¡ni pecado! que pueda arrebatarnos
de Su Mano.
«Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Romanos 8, 38 – 39).
Disposiciones del corazón
Para esto debemos hacer un acto de fe, renovando nuestra
convicción de que Jesús se encuentra realmente presente en el Santísimo
Sacramento del Altar, y un acto y expresión del deseo de recibirlo y
unirnos sacramentalmente a Él. Si no se está en gracia, realizar un acto de
contrición antes de la comunión espiritual.
No importa cuántas veces al día quieras hacerla, ¡Jesús
acudirá por entero a tu corazón derramando incontables gracias y frutos! «Yo
estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo» (Mateo 28, 20)
Y ahora que lo pensaste… ¿te animas a llevarlo a la
práctica?
«Mira que estoy a la puerta y llamo: si
uno escucha mi voz y me abre, entraré en su casa y comeré con él y él conmigo»
(Ap. 3, 20).
¿Qué esperas?
María del
Rosario Spinelli
Fuente:
Catholic Link