Según el último informe «El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo» (SOFI), 735 millones de personas padecen hambre.
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El SOFI también recoge que «50 millones de personas se enfrentarán, este año, al hambre extrema, y se prevé que otros 19 millones sufran desnutrición crónica en 2023. La inflación nacional de los alimentos en más de 60 países sería del 15 % o más, y cerca del 60 % de los países de ingresos bajos se encuentran en situación de endeudamiento grave o en alto riesgo de padecerlo».
Si bien la crisis causada por la pandemia de Covid parece
haber quedado atrás, los problemas relacionados con la inseguridad alimentaria
y la nutrición persisten. Las consecuencias no solo agudizan el hambre, sino
que repercuten, lógicamente, en el aumento de las personas pobres y enfermas.
Una realidad
que Manos Unidas trata de paliar con proyectos de desarrollo y lucha
contra la pobreza, incidencia, sensibilización y participación ciudadana. Para
la ONG, hay varias causas que alejan a las personas más vulnerables de la
seguridad alimentaria y el derecho a la alimentación: el cambio climático,
los conflictos armados y la inestabilidad económica.
«Desde hace décadas,
sabemos que el sufrimiento de tantas personas no se debe a la escasez de
recursos ni a causas naturales, sino a estructuras injustas y relaciones que
están basadas en la desigualdad», afirma Fidèle Podga, coordinador del departamento
de Estudios de Manos Unidas.
Para Podga, los
factores de fondo son muy diversos y están interconectados: «La inequidad en el
acceso a los bienes, el consumismo de los más ricos, los intercambios
comerciales injustos, las consecuencias del cambio climático, el acaparamiento
de tierras con fines extractivos y agroindustriales, la especulación con el
precio de los alimentos, un sistema alimentario que no está diseñado para
satisfacer las necesidades de la gente, las guerras y conflictos interesados y,
en definitiva, la explotación de unas personas por otras y de unos países por
otros».
Respecto al cambio
climático, afirma que su impacto sobre la seguridad alimentaria es «innegable»,
pero, según Podga, «aunque éste nos afecta a todos, no todos los seres
humanos sufren el hambre por igual». Lo relevante –añade–, es «la resiliencia
ante el cambio climático». Hay una mayor vulnerabilidad en África y
en el sudeste de Asia: «Creo que, en cuestión de hambre, más que de cambio
climático, debemos hablar de justicia climática», ha aclarado.
Garantizar la alimentación
de miles de niños en Malawi
El trabajo
de Manos Unidas en África, y otras regiones del planeta, se
centra en impulsar proyectos de cooperación al desarrollo que promueven la
producción y el consumo de alimentos sostenibles y en combatir el
desperdicio de alimentos. Además, la Organización financia y apoya
proyectos de agroecología con el objetivo de garantizar la seguridad
alimentaria y mejorar los medios de vida de las poblaciones vulnerables.
En los últimos cinco
años, la ONG ha destinado casi 48 millones de euros a 525
proyectos de Alimentación y Medios de vida en los que se incluyen:
Agricultura, Ganadería, Silvicultura, Pesca, Transformación y Comercialización,
Economía Social, Emprendimientos, Infraestructuras Productivas de agua y
Organización e Incidencia Comunitaria.
En Mzimba, Malawi, comunidades
campesinas golpeadas por el hambre, las sequías y los desastres naturales, se
esfuerzan por garantizar su alimentación en un contexto difícil que se agrava
cada año. Se trata de un medio rural muy pobre, donde la población se dedica a
la agricultura de subsistencia o a la pesca en el cercano lago Malaui.
La agricultura es muy
estacional y depende de un clima cada vez más difícil y de un pequeño comercio
de trueque en el que el valor de cambio es un saco de maíz. «Lo «normal» en
esta zona es hacer una comida al día a base de una papilla de harina de maíz»,
explica Beatriz Hernáez, responsable de proyectos de Manos Unidas en Malawi.
En este
proyecto, Manos Unidas hace las cocinas; mientras la ONG
escocesa Mary’s Meal da los ingredientes para la papilla nutritiva y la
diócesis de Lilongüe se encarga de la gestión del programa. «Los
padres se ocupan de cocinarla. Además de mejorar la nutrición y la seguridad
alimentaria de los más de 21.000 niños que acuden a estas 30 escuelas, mejora
el rendimiento escolar y la asistencia a clase», concluye Hernáez.
Fuente: Manos Unidas/InfoCatólica