Francisco ha querido reflexionar sobre dos verbos o – como ha dicho - dos movimientos del corazón: adorar y servir
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Santa Misa presidida por el Papa Francisco, para la conclusión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos. |
Concluye la
Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos con una solemne misa
presidida por el Papa Francisco, en la que el Pontífice ha recordado a los
participantes que la mayor reforma de la Iglesia es “adorar a Dios y amar a los
hermanos con su mismo amor” y les pide luchar siempre contra las idolatrías:
“Estemos vigilantes, no vaya a ser que nos pongamos nosotros mismos en el
centro, en lugar de poner a Dios”.
La Asamblea
general ordinaria del Sínodo de los Obispos ha llegado a su tramo final del
camino, en el que el “principio y fundamento” ha sido el de “amar a Dios con
toda la vida y amar al prójimo como a nosotros mismos”. “No nuestras
estrategias, no los cálculos humanos, no las modas del mundo, sino amar a Dios
y al prójimo; ese es el centro de todo” ha dicho el Papa a los cardenales,
obispos y sacerdotes, religiosas y religiosos presentes en la misa.
Francisco
ha querido reflexionar sobre dos verbos o – como ha dicho - dos movimientos del
corazón: adorar y servir.
El primer verbo es adorar: Amar es
adorar
“La
adoración es la primera respuesta que podemos ofrecer al amor gratuito y
sorprendente de Dios. Porque estando ahí, dóciles ante Él, es cuando lo
reconocemos como Señor, lo ponemos en el centro y redescubrimos la maravilla de
ser amados por Él”. El Papa ha explicado que el asombro de la adoración “es
esencial en la Iglesia” y que “adorar” significa “reconocer en la fe que sólo
Dios es el Señor y que de la ternura de su amor dependen nuestras vidas, el
camino de la Iglesia y los destinos de la historia”.
Según
el Papa, al adorarlo, redescubrimos que somos libres: “Por eso el amor al Señor
en la Escritura con frecuencia está asociado a la lucha contra toda idolatría.
Quien adora a Dios rechaza a los ídolos porque Dios libera, mientras que los
ídolos esclavizan, nos engañan y nunca realizan aquello que prometen, porque
son “obra de las manos de los hombres””. Por tanto, el Papa pide “luchar
siempre contra las idolatrías” tanto las mundanas, que a menudo proceden de la
vanagloria personal — como el ansia de éxito, la autoafirmación a toda costa,
la avidez del dinero, la seducción del carrerismo —, como las idolatrías
disfrazadas de espiritualidad: mis ideas religiosas, mis habilidades
pastorales. “Estemos vigilantes, no vaya a ser que nos pongamos nosotros mismos
en el centro, en lugar de poner a Dios” ha advertido el Papa.
El riesgo de pensar que podemos
“controlar a Dios”
El
Pontífice propone ante los presentes una situación que a veces puede pasarnos:
la de decepcionarnos con Dios con frases como: “me esperaba esto, me imaginaba
que Dios se comportaría así, pero me he equivocado”. Francisco es claro: “de
esta manera volvemos a recorrer el sendero de la idolatría, pretendiendo que el
Señor actúe según la imagen que nos hemos hecho de él. Es un riesgo que podemos
correr siempre: pensar que podemos controlar a Dios, encerrando su amor en
nuestros esquemas; en cambio, su obrar es siempre impredecible, y por eso
requiere asombro y adoración”.
El segundo verbo es servir: Amar es
servir
Después
de hablar de la importancia de la adoración, el Santo Padre se dirige una vez
más a los participantes del Sínodo para explicarles que, aunque tengan
realmente muchas ideas hermosas para reformar la Iglesia, la mayor e incesante
reforma es: “adorar a Dios y amar a los hermanos con su mismo amor”. El Papa
les ha pedido ser una Iglesia adoradora y de servicio: “que lava los pies a la
humanidad herida, que acompaña el camino de los frágiles, los débiles y los
descartados, que sale con ternura al encuentro de los más pobres”.
Es un pecado grave explotar a los más
débiles
Por
último, el Papa dirige un pensamiento especial en aquellos que son víctimas de
las atrocidades de la guerra, en los migrantes, en el dolor escondido de
quienes se encuentran solos y en condiciones de pobreza, en quienes están
aplastados por el peso de la vida y en quienes no tienen más lágrimas ni voz.
“Cuántas
veces, detrás de hermosas palabras y persuasivas promesas, se fomentan formas
de explotación o no se hace nada para impedirlas. Es un pecado grave explotar a
los más débiles, un pecado grave que corroe la fraternidad y devasta la
sociedad. Nosotros, discípulos de Jesús, queremos llevar al mundo otro
fermento, el del Evangelio. Dios en el centro y junto a Él aquellos que Él
prefiere, los pobres y los débiles.”
Por
tanto, el Papa recuerda que la Iglesia que estamos llamados a soñar es
“servidora de todos” y “no exige nunca un expediente de “buena conducta”, sino
que acoge, sirve, ama”. “Una Iglesia con las puertas abiertas que sea puerto de
misericordia” ha concluido.
Mireia Bonilla
– Ciudad del Vaticano
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