Entre los rasgos típicos de la enseñanza de Jesús figura el uso del Antiguo Testamento para aplicarse a sí mismo textos de los profetas y, por tanto, para decir a sus oyentes que Él ha venido a cumplir las profecías.
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Dominio público |
En este hermoso poema, el profeta presenta
al pueblo de Israel como la viña predilecta de Dios, quien, como un esforzado
labrador, la cuida con esmero, la protege de animales y bandidos con vallas que
la rodean y construye en su terreno una torre de vigilancia. En contraste con
este amor por su viña, el profeta afirma desolado: «Esperaba que diese uvas,
pero dio agrazones» (Is 5,4).
A semejanza de otros profetas, Isaías critica al pueblo
de Israel de no haber respondido al amor de Dios, que se ha desvivido por él a
lo largo de su historia. En este misma línea, Jeremías pone estas palabras en
la boca de Dios: «Yo te planté vid selecta, toda de cepas legítimas, y tú te
volviste espino, convertida en cepa bastarda» (2,21). La imagen de Israel como
viña del Señor era tan importante que había sido esculpida en el frontispicio
del templo para recordar a los judíos su relación con Dios.
A la luz de estos datos podemos entender la fuerza de la parábola de Jesús, proclamada este domingo, en la que utiliza la imagen de la viña para describir el destino de muerte y resurrección que le espera (cf. Mt 21,33-43). Jesús, en efecto, se presenta como el hijo del propietario de la viña que le envía a recoger sus frutos, después de haber enviado a sus criados a quienes apalearon, apedrearon o mataron.
Estos criados no son otros que los
profetas enviados para exigir a Israel frutos de conversión. Pensando que el
hijo sería respetado, el dueño lo envió, pero sufrió un destino aun mayor: lo
expulsaron de la viña y lo mataron. Detrás de esta imagen se esconde la
expulsión de Jesús de la comunidad religiosa de Israel y su muerte fuera de la
ciudad y del pueblo santo.
La pregunta que hace Jesús, al concluir la parábola, se
convierte en una interpelación a sus oyentes: «¿Qué hará con aquellos
labradores?». La respuesta no se hace esperar: El dueño de la viña castigará a
los labradores y entregará la viña a otros que le entreguen sus frutos a su
tiempo. Jesús confirma lo dicho por sus interlocutores y explica que su destino
no es la muerte, pues, gracias a la resurrección, se ha convertido en la piedra
angular de un nuevo edificio, un pueblo nuevo que dará sus frutos.
Con esta parábola, Jesús hace un juicio de los dirigentes religiosos de Israel —a quienes llama arquitectos— y de modo indirecto reclama a los que le acogen como Mesías que den frutos verdaderos de conversión. Cuando se escribe el Evangelio de Mateo ya ha nacido la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios llamado a ser también la viña del Señor. La advertencia de Jesús sirve también para la Iglesia, pues sus miembros no son mejores que los antiguos labradores de la viña.
También los cristianos podemos ser infieles a la vocación de trabajar en la viña con la generosidad que Dios nos pide y podemos rechazar a Cristo con un comportamiento indigno de nuestra condición de bautizados. Si miramos con atención la historia de Israel, observaremos que algunas actitudes criticadas por los profetas son también las nuestras: infidelidades, culto sin repercusión en la vida, fariseísmo…
Trabajar en la vida del Señor exige contemplar a su
dueño y descubrir todo lo que ha hecho por nosotros para que no nos falte nunca
los medios necesarios para la salvación hasta enviarnos a su propio Hijo, en
cuya muerte y resurrección estamos edificados.
César Franco
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia