Esta es una cuestión muy debatida en contra de la Iglesia, por eso es conveniente disipar las dudas
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Hay una excepción: quienes tienen serios motivos para tener que seguir viviendo juntos, como es la educación de los hijos, y, arrepentidos de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo, están sinceramente dispuestos a una forma de vida que no contradiga la indisolubilidad del matrimonio –lo que el mismo documento aclara: asumen el compromiso de vivir en plena continencia, o sea de abstenerse de los actos propios de los esposos-, pueden recibir la absolución en la sacramento de la Penitencia, que les abriría el camino al sacramento eucarístico (FC, 84).
¿Por qué la Iglesia no tiene misericordia con ellos?
En primer lugar, la Iglesia no cambia su doctrina porque no es
dueña de la misma, sino solo depositaria. Es frecuente que cuando una doctrina
no convence o no gusta se interpele a la Iglesia como si fuera una sociedad
humana que pone y quita sus reglas a voluntad, pero esto no es así. La fe de la
Iglesia no nace de ella misma, sino de Dios: Él revela, la Iglesia custodia y
transmite.
En este caso, conviene notar la expresión de la Familiaris consortio:
«fundándose en la Sagrada Escritura». Se trata de una enseñanza que hace
Jesucristo en persona. El capítulo 19 del Evangelio de San Mateo lo pone de manifiesto. Le preguntan
si se puede repudiar a la mujer por cualquier motivo. Era una pregunta para
comprometerle, pues había una escuela más laxa y otra más rigorista a este
respecto, y ponerle de una parte le indispondría con la otra. Sin embargo, contesta
que en ningún caso, para sorpresa de todos.
Remite a la creación misma, y sentencia que lo que unió
Dios, no lo separe el hombre. Entendieron bien lo que significaba,
pues objetaron enseguida que Moisés (la Ley judía) prescribió el acta de
repudio. La respuesta fue: Por la dureza de vuestro corazón os
permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres, pero al principio no fue así.
Ahora bien, os digo que si uno repudia a su mujer –no por fornicación- y se
casa con otra, comete adulterio.
Estas palabras entre guiones han dado bastante que hablar, pero,
aun quedando dudas sobre su significado preciso, se puede decir con certeza que
la palabra original –del griego porneia– no puede aludir a un
matrimonio legítimo. La reacción misma de los apóstoles lo pone de manifiesto,
pues dicen que si
esta es la condición del hombre respecto de su mujer, no trae en cuenta casarse.
Jesús contestó que no todos entienden esto. En realidad, podemos
añadir que más bien pocos.
Pero lo que sí que es fácil de comprender es que si uno quiere ser cristiano ha de aceptar la doctrina de Cristo, la entienda mejor o peor. Conviene hacer un esfuerzo por entender, pero desde la fe, lo cual supone su aceptación. Los apóstoles mismos no entendían esta y bastantes otras cosas, pero los Evangelios nos hacen ver que en todo caso le seguían porque creían que era el Hijo de Dios y tenía palabras de vida eterna.
Pero, ¿qué es la misericordia?
El diccionario de la Real Academia la define como «virtud que
inclina el ánimo a compadecerse de los trabajos y miserias ajenos». La
etimología misma ayuda: es tener corazón (cor–cordis en latín) con la
miseria. Pero no significa negar la miseria misma, dar por bueno lo que no lo
es.Volvamos al Evangelio. Jesús se compadece de los pecadores, tanto en las
enseñanzas –las parábolas de la misericordia, por ejemplo, como la del hijo
pródigo–, como en la realidad –la samaritana, la mujer sorprendida en
adulterio–. Pero en ningún caso da por buenos los pecados, ni los pasa por
alto.
Es una misericordia que conduce siempre al arrepentimiento, y al
arrepentimiento sincero que incluye al propósito de evitar en lo sucesivo el
pecado. Y aquí sí se pone de relieve la misericordia divina, que también
manifiesta en su nombre la Iglesia: perdona siempre al pecador contrito.
Si esto se traslada al caso de divorciados vueltos a casar (civilmente, se entiende, pues canónicamente es imposible), se concluye fácilmente que si se quiere mantener esa unión como conyugal todavía no se han alcanzado esos requisitos para el perdón y, por tanto, la Iglesia tendrá que hacer lo que en su día hizo su Maestro: acoger con cariño y comprensión a la vez que busca el arrepentimiento que lleva a un cambio de vida.
¿Cuál es la misión de la Iglesia en este caso?
La Iglesia repite las palabras de Cristo, que son palabras
de vida eterna. Su misión fundamental es conducir a los hombres hacia la vida
eterna. No es tranquilizar conciencias, ni apagar remordimientos, ni
proporcionar ayuda psicológica para vivir en paz y sentirse bien. Y eso sin
despreciar todo esto, aunque con el convencimiento, refrendado una y otra vez
por la realidad, de que viviendo en gracia de Dios, con los pecados graves
confesados y el propósito de evitar cometerlos de nuevo, es como se vive en paz
y se alcanza la relativa felicidad que puede conseguirse en esta vida.
De ahí que sea una extraña misericordia la que intente disimular el hecho de encontrase en una situación que objetivamente no conduce a la vida eterna, sino más bien a la muerte eterna –la condenación–, en nombre de un bienestar espiritual terreno.
Comulgar no es un acto social