Los santuarios
marianos de la Virgen de Guadalupe de España y México quedaron definitivamente
hermanados este 3 de septiembre, en un acto que se celebró en la Basílica
dedicada a la “Morenita del Tepeyac” en Ciudad de México.
El
Arzobispo de Toledo (España), Mons. Francisco Cerro Chaves, aclaró en
entrevista para ACI Prensa que se trata de dos advocaciones diferentes de la
Virgen María.
El
Prelado precisó que ambas apariciones tienen en común la particularidad de que
los videntes son hombres “humildes y sencillos”. “En sus apariciones la
Virgen ha demostrado que tiene amor por los simple y una preocupación por
acercar el mensaje del Evangelio a todos sus hijos, incluso a los más pobres”,
dijo.
Mons.
Cerro Chaves puntualizó que la advocación mariana que está en España es llamada
“la Guadalupense” y también es conocida con otros nombres como la “Morenita de
las Villuercas o la patrona de Extremadura”. Se le denomina así porque fue en
el río de Guadalupe de las montañas de las Villuercas, de la comunidad autónoma
española de Extremadura, donde se le apareció al pastor Gil Cordero en el siglo
XIII.
De
Acuerdo al Real Monasterio de Guadalupe, la
imagen fue tallada por el mismísimo San Lucas y enterrada con él. Siglos
después la talla llegó a Sevilla en España donde fue venerada hasta el
comienzo de la invasión árabe en el año 711. Para evitar su destrucción fue
escondida y posteriormente se perdió.
La
imagen permaneció 500 años enterrada hasta que la Virgen se apareció a Gil
Cordero, a quien le encomendó excavar en el mismo lugar de la aparición. Allí
encontró la imagen y posteriormente se edificó una ermita que después se
convertiría en monasterio y santuario.
La Virgen de Guadalupe en México
Por su parte, la Virgen de Guadalupe que la gran mayoría de católicos conoce se apareció siglos después, entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531 al indio San Juan Diego en el cerro del Tepeyac, al norte de la actual Ciudad de México. Allí la Guadalupana le pidió que se construya un templo católico, a los pies de la montaña.
La
imagen permaneció 500 años enterrada hasta que la Virgen se apareció a Gil
Cordero, a quien le encomendó excavar en el mismo lugar de la aparición. Allí
encontró la imagen y posteriormente se edificó una ermita que después se
convertiría en monasterio y santuario.
Por
su parte, la Virgen de Guadalupe que la gran
mayoría de católicos conoce se apareció siglos después, entre el 9 y el 12 de
diciembre de 1531 al indio San Juan Diego en el cerro del Tepeyac, al norte de
la actual Ciudad de México. Allí la Guadalupana le pidió que se construya un
templo católico, a los pies de la montaña.
El
P. Raúl Muelas Jiménez, Provicario General de la Arquidiócesis de Toledo,
señaló que la advocación de Extremadura “aparece como una Virgen madre, con su
hijo en brazos y aparece con esa estética propia de las Vírgenes negras
españolas del Occidente de Europa”.
El
sacerdote la describe además como portadora de “un rostro muy bello, un rostro
muy sencillo, un rostro maternal y sobre todo ese color caoba que ella tiene
con su manto triangular”.
Asimismo,
precisa que la Virgen de Guadalupe en México se muestra a los fieles como
“Madre Inmaculada que está encinta, parada en una luna negra
que representa ese vencer al mal”.
El P. Eduardo Chávez, postulador de la causa de
canonización de San Juan Diego y uno de los mayores expertos en las apariciones
de la “Morenita del Tepeyac”, explica que el nombre de Guadalupe tiene
"origen árabe" y "su significado es el cauce del río. Ella no es
el agua, sino que lleva. Ella transporta el agua, el agua viva es Jesús”.
El sacerdote mexicano precisa que si bien la Virgen
de Guadalupe no corresponde a la advocación del mismo nombre que se venera en
Extremadura, “toma la palabra Guadalupe. Su nombre es Santa María de Guadalupe.
Y lo dice desde los documentos más antiguos”.
No
obstante las diferencias o similitudes que puedan tener, Mons. Cerro Chaves
aclara que ambas advocaciones tienen un claro mensaje para los pueblos
hispanohablantes: el de la evangelización.
“Anunciar
a Jesucristo es lo que más necesitan nuestros pueblos y la gente. A través de
María redescubramos la necesidad que tenemos de llevar el Evangelio a Jesús”,
alentó el Arzobispo, quien hizo un llamado a los cristianos a no dejar que
nadie se pierda de la Palabra de Dios.
“Perderse
a Jesucristo es perderse lo mejor de la vida. No queremos que ningún pueblo ni
nadie, ni ninguna persona se pierda a Jesús, que es fruto bendito de María,
nuestra madre, en su seno purísimo”, subrayó el Prelado.
Por Diego López Colín
Fuente: ACI