La Iglesia Católica celebra el Mes de la Biblia cada septiembre. Se trata de un libro complejo, que exige tener en cuenta una serie de recomendaciones para obtener un mejor aprovechamiento espiritual.
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Biblia abierta por los salmos. | Crédito: Clari Emiliano / Cathopic |
El
P. Sánchez explica que si los católicos leemos tanto el Antiguo como el Nuevo
Testamento es “porque la Iglesia los ha reconocido testimonio inspirado de la
Revelación. Por eso, leerlos al margen de la Iglesia, de su fe, resulta
estéril”.
El
experto abunda en esta idea al afirmar que “su contexto adecuado es la Liturgia
y, en particular, la celebración de la Eucaristía, donde esta Palabra se hace
carne de modo eminente y real”.
Por
un lado, el Antiguo Testamento, “testimonio escrito de la alianza de Dios con
Israel, ha sido acogido por la Iglesia -tal y como enseñó el mismo Jesucristo-
como preparación y profecía de la Nueva Alianza”.
El
Nuevo Testamento, por su parte, “es la plasmación por escrito, con géneros
literarios diversos, del testimonio apostólico acerca de Jesucristo; es obra de
hombres de Iglesia que fueron inspirados para ello”. Si no existieron durante
los primeros años es porque no era necesario, pues “en la Iglesia resonaba el
testimonio vivo de los Apóstoles”, detalla el catedrático.
El
P. Sánchez plantea que la Biblia es una pequeña biblioteca compuesta por 73
libros: 46 componen el Antiguo Testamento y 27 se agrupan en el Nuevo
Testamento. Todo ellos difieren entre sí “por su carácter histórico, profético,
sapiencial, oracional o epistolar”.
Pero,
al mismo tiempo, “es, a la vez y sobre todo, un libro (de hecho, decimos la
Biblia)”, tanto en su aspecto lingüístico, como “sobre todo, desde el punto de
vista histórico, sociológico y teológico”.
Su
unidad se apoya, por una parte, en la historia de salvación que refleja: “Una
historia sagrada que tiene su inicio en la creación y culminará en la nueva
creación, la Jerusalén celestial”. Muestra de esto es la larga genealogía que
culmina en el nacimiento del Mesías al inicio del Evangelio según San Mateo,
recuerda el catedrático.
Un
segundo elemento de la unidad de la Biblia es “el sujeto de esta historia”. El
Antiguo Testamento hace referencia “al pueblo heredero de la promesa” de Dios a
Abraham, “que alcanzará su plenitud en el pueblo de la Nueva Alianza, en la
Iglesia”.
En
tercer lugar, toda la Biblia “testimonia la intervención de Dios en la historia
para salvar al hombre y su revelación como el Dios verdadero, Padre, Hijo y
Espíritu Santo”. Gracias a eso “podemos hablar de Él: eso significa la palabra
teología”.
La
Escritura es “el testimonio escrito e inspirado de la Revelación de Dios”. Esto
significa que da cuenta “de la intervención verdadera de Dios en la historia”;
que “participa de la estabilidad propia de la comunicación escrita”; y que “no
obedece a la simple iniciativa de un hombre, sino que mediante el autor humano
es Dios mismo quien nos da el testimonio acerca de sí”.
Esta
es la razón por la que el P. Sánchez recomienda leer el texto sagrado “como
quien escucha la voz de un amigo, de un padre, de un esposo: de alguien que,
como diría Santa Teresa, ‘sabemos que nos ama’”.
Al
mismo tiempo, señala, “la Revelación no es algo estático, sino un
acontecimiento dinámico, que sucede” cuando alguien se abre “a la acción
de Dios en la Iglesia”, para lo que “la Escritura representa un elemento
valiosísimo”.
La
constitución pastoral Gaudium et spes del Concilio
Vaticano II enseña que Cristo “manifiesta plenamente el hombre al propio hombre
y le descubre la sublimidad de su vocación”.
Sobre
esta base, el catedrático de la Universidad Eclesiástica San Dámaso señala que
“la Sagrada Escritura aparece, pues, ante nosotros como camino de plenitud
humana frente a las ideologías que, totalitarias, nos abocan a la
inhumanidad”.
El
P. Luis Sánchez, resume que “la lectura fecunda de la Sagrada Escritura sólo se
puede alcanzar en la fe de la Iglesia: formulada y sintetizada en el Credo,
celebrada en los sacramentos, vivida según el Evangelio”.
En
este sentido, subraya que “la fe es así la llave de ese gran libro” porque,
aunque cada libro sea diferente, todos “nacen de la Revelación y testimonian la
fe, respuesta al Dios que se revela”.
“Para
leer la Biblia con fruto, con frutos de vida grande y bella, de vida eterna,
podemos recordar la palabra inicial de Jesús: ‘Convertíos y creed en el
Evangelio’”, concluye.
Por Nicolás
de Cárdenas
Fuente: ACI