Debemos realizar la penitencia asignada en la confesión con reverencia y espíritu de ferviente oración, no solo recitando las fórmulas sin sentido
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Sacramento de la Reconciliación-Mónica Muñoz |
Después de que
terminamos de confesar nuestros pecados, el sacerdote nos asigna una
penitencia específica. El Catecismo de la Iglesia católica dice lo
siguiente: “[La penitencia] puede consistir en oración, donación, obras de
misericordia, servicio a los demás, privaciones voluntarias, sacrificios y,
sobre todo, la aceptación paciente de la cruz que debemos llevar” (CEC, 1460).
San Juan Pablo II nos
recuerda que las penitencias que los fieles reciben en la confesión “son el
signo del compromiso personal que el cristiano ha hecho con Dios en el
sacramento para comenzar una nueva vida”. Por tanto, no deben reducirse a meras
fórmulas que deben recitarse, sino que deben consistir en actos de culto,
caridad, misericordia o reparación.
En otras
palabras, debemos realizar la penitencia señalada con reverencia y espíritu de
ferviente oración. Porque la realización de la penitencia es una ruptura
deliberada con el mal. Al hacer nuestra penitencia, activamente le damos la
espalda al pecado y nos encaminamos hacia la santidad.
Una penitencia
demasiado simple
“A menudo, la
penitencia dada en el confesionario por el sacerdote católico consiste en
recitar ciertas oraciones familiares; por ejemplo, rezar el avemaría una cierta
cantidad de veces. Esta penitencia nominal alcanza un estatus meritorio más
allá del que su simple ejecución puede merecer, debido al mérito sobreabundante
del sacrificio salvífico de Cristo, que el sacramento de la penitencia imparte
al cumplimiento de una penitencia prescrita».
«Con la
penitencia que hagas, no estás recomprando las buenas gracias de Dios. No son
ustedes los que pagan por la absolución que han recibido. El mismo Jesucristo
pagó ese precio cuando murió por nosotros en la cruz”.
Castigo y
curación espiritual
La penitencia
que recibimos es un privilegio; nos ayuda a configurarnos con Cristo.
A través del
don de la penitencia sacramental, la persona puede iniciar el camino de regreso
al Padre, pues la penitencia no solo pretende ser un castigo, sino también
una curación. “Liberado del pecado, el pecador aún debe recobrar perfecta
salud espiritual” (CEC, 1459).
Al realizar
nuestra penitencia, reparamos el daño causado por el pecado, pero también
“restablecemos los hábitos propios del discípulo de Cristo” (CIC, 1494).
¡Y Dios está
deseoso de aceptar nuestra penitencia completa, como un medio adecuado para
recuperar una estrecha amistad con él!
Peter
Cameron, OP
Fuente: Aleteia