Fundada en el siglo XIII, la Orden de Predicadores ha legado elementos clave a la cultura occidental
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El fraile dominico Francisco de Vitoria está considerado el padre del Derecho Internacional (Foto: Academia Historia). |
Hace tan solo un año celebraban el 800 aniversario de la muerte de
su fundador. Considerada una
de las órdenes religiosas más importantes y fecundas de la historia de la
Iglesia, entre sus lemas más utilizados está: "alabar, bendecir y
predicar". Máxima a la que, sin duda, habría que añadir:
"inventar". O, al menos, "aportar", elementos clave a lo
que hoy conocemos como civilización occidental.
El sistema político estadounidense, el lema de los Juegos
Olímpicos modernos, o las propias vestimentas de los Papas, tienen, de algún
modo, la patente de este gran trasatlántico llamado Orden de Predicadores. Fundados en el siglo XIII por
Santo Domingo de Guzmán, para luchar contra las herejías, los dominicos,
vestidos de blanco y negro, han recorrido, y recorren, el mundo llevando un
modo bastante singular de transmitir el estudio y la predicación.
El Derecho Internacional
de Francisco de Vitoria
En un mundo como el actual, en el que las guerras y los conflictos
están a la orden del día, podría entenderse que la diplomacia resulte cada vez
más necesaria. Esto mismo pensó, sobre la época que le tocó vivir, el dominico
español de origen burgalés Francisco de Vitoria cuando formuló la regulación de las
relaciones entre estados y particulares en un ámbito internacional, que hoy
todos conocen como Derecho Internacional moderno.
Fundador de la prestigiosa Escuela de Salamanca, la obra de
Francisco, nacido en 1485, giró siempre en torno a la dignidad humana, la
teología y los aspectos morales de la economía. Sin embargo, serían sus
aportaciones jurídicas las que lo convertirían en el gran personaje que hoy en
día es. Considerado padre
del Derecho Internacional moderno y principal defensor de los derechos de los
indios americanos, de Vitoria creó una corriente de pensamiento
teológico-jurídico que, todavía hoy, se cultiva.
Preocupado por los derechos de los más indefensos, Francisco de
Vitoria participó en el
asesoramiento al rey Carlos I sobre la redacción de las Leyes Nuevas de Indias,
abogando por la necesidad de respetar los derechos y el buen trato hacia los
indígenas. Algunas de las lecciones del fraile dominico que todavía hoy se
conservan tratan sobre el homicidio, el matrimonio, la guerra justa, los
conflictos originados por la incorporación de territorios americano a la Corona
Española y el respeto en las relaciones con los indios.
Fray Didon y el lema de
los Juegos Olímpicos
El dominico Louis Henri Didon nació en Francia en 1840 y está
considerado como uno de
los pioneros del movimiento deportivo internacional y de los Juegos Olímpicos
modernos. A los nueve años entró en el pequeño seminario de Rondeau y,
tiempo después, se hizo fraile de la Orden de Predicadores. Apasionado al
deporte desde su infancia, Didon fue director de un colegio de los dominicos en París donde
estableció el deporte como una de las principales prácticas educativas del
curso escolar.
Amigo de
Pierre de Coubertin (padre de los Juegos Olímpicos modernos), el fraile Didon se
convenció gracias a este de la necesidad de integrar el deporte y las
actividades formativas en las escuelas religiosas. Para ello, creó en su
colegio una asociación deportiva oficial y logró que, en 1891, la escuela
participara en su primer evento deportivo. Coubertin era el director de la
carrera y el padre Didon hizo
bordar en la bandera del colegio, blanca como el hábito dominico, el lema
"Citius, Altius, Fortius" (más rápido, más alto, más
fuerte), que se convertirá, en 1894, en el lema oficial de los Juegos
Olímpicos.
Pero la relación entre los dos entusiastas del deporte no se
detendría ahí. El padre Didon y el barón de Coubertin estuvieron juntos de nuevo en 1896 en Atenas para la celebración
de los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna. Es más, Didon
organizó para la ocasión un gran viaje escolar. Defensor de los valores del
deporte, el fraile dominico predijo "que los vencedores del fútbol tienen muchas posibilidades de ser los
laureados y los intelectuales del mañana". Vinculado al movimiento
olímpico desde sus orígenes, Didon llegó a dar un discurso ante el Congreso
Olímpico de 1897 que se celebró en Le Havre.
Los dominicos y las
primeras constituciones de la historia
Cuando Filadelfia adoptó en 1787 la primera constitución de lo
que, años después, se convertiría en los Estados Unidos, ya se conocía que el
texto había sido inspirado por las ideas de Monstesquieu, Locke o por la carta
magna inglesa de 1215. Sin embargo, lo que muchos ignoraban era la importancia de las constituciones
dominicas para la democracia representativa americana. Los frailes de la
Orden de Predicadores eran libres para elegir a sus superiores, así como a los
delegados en el capitulo provincial y general, una separación de poderes que no
pasó inadvertida para los padres fundadores.
Tal fue el reconocimiento al modo de organizarse de los dominicos,
por parte de la nueva nación, que el 17 de Septiembre de 1787, los
protagonistas de la carta magna firmaron dicho documento estando flanqueada a la derecha por una
Biblia y a la izquierda por un libro en el que se hallaban los estatutos de los
dominicos. A día de hoy, cuando un sucesor de Santo Domingo visita la Casa
Blanca es tratado con
honores de Jefe de Estado, en agradecimiento por haber inspirado su
Constitución.
Sin embargo, esta influencia jurídica dominica no se limitó a
territorio americano. Según se puede leer en la propia web de la orden,
sus constituciones llegaron
a ser estudiadas por el arzobispo de Canterbury, en el siglo XIII, que las tomó como modelo para la
Convocatoria (Sínodo) de la Iglesia de Inglaterra. Cuando la Inglaterra
de la Edad Media se esforzó en proyectar
la Cámara de los Comunes como futuro Parlamento (frecuentemente
llamado "madre" de todos los parlamentos), se tomó el modelo de la Convocatoria. Y así fue como las
constituciones de los dominicos contribuyeron a la formación de uno de los
primeros parlamentos de Europa.
Los frailes
"jacobinos" del convento dominico de París
Si hay una historia curiosa sobre cómo se originó el nombre de uno
de los grupos más terribles de la Revolución Francesa es la siguiente. En la
primavera de 1789, un puñado de representantes del Tercer Estado, en la
Asamblea de los Estados Generales, empezaron a reunirse en lo que sería
conocido como el "Club Bretón", un foro de debate y reflexión en torno a las quejas que tenía el
pueblo y a la preparación de los debates en la Asamblea. Pronto se les unirían
personajes como Mirabeau, o el sanguinario Robespierre.
Una vez formada la Asamblea Constituyente, este grupo cambió su
nombre por el de "Société des Amis de la Constitution" (Sociedad de
los Amigos de la Constitución) y se mudó, en octubre de 1789, a un antiguo convento dominico
situado en la calle Saint-Jacques de París. Todo un símbolo para la Orden
de Predicadores en Francia, gracias al cual los propios franceses se referirían a sus frailes como los
"jacobinos". De los frailes "jacobinos" se iba a pasar
a los "jacobinos" revolucionarios.
En el convento de la calle Santiago, fundado a principios del
siglo XIII, se empezarían a reunir hasta 200 diputados de diversas tendencias y
se convertiría en centro de creación de ideas y motor intelectual de las
acciones emprendidas por la Revolución. Una influencia que llegaría a tener un
alcance nacional gracias a las sociedades afines diseminadas por todo el país.
La red creada en el convento de los frailes "jacobinos" de París llegó a tener 2000 sociedades provinciales
afiliadas apenas tres años después de su creación.
La monja Stimson y el
descubrimiento del ADN
En 1962, el mundo se rendía a las investigaciones de James Watson
y Francis Crick, que recibían el Premio Nobel de Medicina por el que fue uno de
los grandes descubrimientos del siglo XX y que supuso un avance para la
ciencia: la estructura del ADN. Estos científicos consiguieron descubrir la
estructura de doble hélice, modelo del ADN que conocemos en este momento. Pero
esto fue posible gracias al trabajo de científicos como Miriam Michael Stimson (1913-2002),
monja dominica y una de las más eminentes investigadoras y profesoras de su
época.
Stimson fue la segunda mujer invitada a dar una conferencia en
1951 en la Universidad de la Sorbona de París tras Marie Curie, y desarrolló su
vida entre el convento y la Siena Heigths University, donde tenía su
laboratorio. Desde joven ya era un referente en su ámbito, aunque era mirada
con recelo por su condición de mujer y monja. En 1945, la revista Nature publicó sus investigaciones sobre los
rayos ultravioletas, sus estudios sobre cromatología y el origen de la células
cancerosas. Desde entonces, sus trabajos fueron publicados con asiduidad en
distintas publicaciones científicas.
Sin embargo, fue en los años 50 cuando su principal descubrimiento
tuvo más relevancia. La dominica utilizó bromuro de potasio para desarrollar con éxito un método
químico que afirmaba la estructura de las bases de ADN y de la doble hélice
misma. Su investigación contra el cáncer facilitó mucho la lucha contra
este enfermedad y así se pudieron ir desarrollando técnicas como la
quimioterapia. "El
espíritu dominico de la búsqueda de la verdad era algo muy importante para ella,
porque al llegar a conocer la verdad sabemos más acerca de Dios", dijo la
hermana Sharon, compañera suya, cuando murió.
Una ciudad, ¡y hasta un
país!, en honor a los dominicos
Tener un país, y su capital, nombrados en honor a la historia de
tu propia orden es algo que solo los dominicos han conseguido lograr a lo largo
y ancho del mundo. Cuando Bartolomé Colón, hermano de Cristobal, fundó a
finales del siglo XV la primera ciudad española de América, sabía muy bien cómo
debía llamarse. Un domingo
de la semana, en la festividad de Santo Domingo de Guzmán, y siendo hijo de un
padre llamado Domingo, fueron razones suficientes para nombrar como
Santo Domingo a la capital de la que sería más tarde la República Dominicana.
La presencia de la propia orden en los orígenes del descubrimiento
de América tuvo, también, mucha importancia a la hora de hacer estos
nombramientos. Fue la Orden de Predicadores, precisamente, la que fundó en Santo Domingo, en 1538,
la que es considerada la universidad más antigua de América. El 27 de
febrero de 1844, cuando los dominicanos lograron separarse de Haití, denominaron a su nueva nación con
el nombre de República Dominicana, en reconocimiento a lo padres dominicos. por
su contribución a la defensa de los derechos de los indígenas y al desarrollo
de la educación
El hábito
"dominico" de los papas, el Rosario y el Vía Crucis
No todos los aportes de los dominicos se circunscriben al ámbito
más cultural de la sociedad, el legado en lo religioso resulta, también,
realmente sorprendente. Si hay algo llamativo es descubrir cómo hasta el mismo
Papa va vestido, en realidad, de fraile dominico. Fue Antonio Michele
Ghislieri, elegido Pontífice en 1566, con el nombre de Pío V, el que decidió no renunciar
a su hábito blanco dominico y dio comienzo, sin querer, a esta ya
larga tradición. Antes de él, los papas solían vestirse como lo hacían los
cardenales.
Uno de los instrumentos devocionales más utilizados por los
católicos es, sin duda, el Rosario. Un método de oración que, también, guarda
especial relación con los dominicos. Introducido en la Iglesia por el propio
fundador de la Orden de Predicadores, cuenta la tradición, que la Virgen se le apareció a Santo
Domingo y le reveló la devoción del Rosario como un arma eficaz contra
los herejes. Tiempo después nacería la advocación a Nuestra Señora del Rosario,
tan importante para los dominicos. Los frailes y monjas dominicas llevan en su hábito el santo
Rosario atado al cinturón.
Por último, y no menos importante, entre los aportes dominicos al
fomento de la fe, se encontraría el Vía Crucis. Al beato Álvaro de Córdoba,
fraile dominico natural de Zamora, nacido en el siglo XIV, el paisaje de su convento cordobés
le recordaba a la topografía de Jerusalén, y decidió construir diferentes
oratorios proponiendo la meditación de la Pasión. Se le suele representar
con el hábito dominico y sosteniendo a un mendigo. Cuenta la tradición que un
día se encontró a un pobre, lo cargó y lo llevó al convento. Llamando a sus
hermanos les dijo: "aquí traigo este mendigo, para que practiquemos con él
la misericordia". Al destaparlo, el mendigo era una imagen de Cristo crucificado.
Juan Cadarso
Fuente:
Religión en Libertad