El sacerdote Robert Spitzer aconseja sobre la lucha espiritual contra el mal
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El jesuita Robert Spitzer es conocido por su participación en la EWTN y su formación de líderes católicos en EEUU |
El sacerdote jesuita Robert Spitzer ha escrito varios libros sobre fe y
espiritualidad, ha producido siete series de televisión en EWTN y recientemente
ha publicado Cristo contra Satanás en nuestra vida
diaria. La lucha cósmica entre el bien y el mal y La
huida de la oscuridad del mal (Ignatius).
Como director
del Centro Spitzer para líderes católicos y fundador de
seis instituciones académicas, lleva años dedicándose a la formación de
evangelizadores.
Uno de los temas en los que insiste es el combate espiritual. Entrevistado en Catholic
World Report, destaca cuatro motivos por los que necesitamos
a la Iglesia en nuestro día a día, frente a la “falacia” que supone “la
espiritualidad privada”, al margen de la Iglesia.
1º) El hombre es un ser
comunitario por naturaleza
“Lo primero que debemos hacer es identificar la filosofía de la Ilustración que afirma que el
hombre es un ser autónomo y que nos valemos por nosotros mismos”,
explica Spitzer. “Eso es una falacia.
Todos estamos relacionados, y así es como Dios nos creó. Si partimos de esa
base, entonces no tenemos ninguna responsabilidad con la comunidad o con el
orden que Dios ha creado, y todas nuestras acciones tendrían un punto de
partida erróneo”.
“La primera cosa importante es que no podemos divorciarnos de la comunidad en la que Dios nos ha
creado. Y cuanto antes se reconozca, mejor, ya que los hombres
necesariamente se encuentran en una comunidad, lo que debemos hacer es
encontrar la correcta”, explica el sacerdote.
Por ello, destaca que ideas como la espiritualidad privada se basa en una suposición errónea sobre
uno mismo, sobre cómo Dios ha creado el universo y sobre cómo actúa con
nosotros: “No somos pequeños autómatas, Él se relaciona con nosotros a través de la comunidad, y con la comunidad a
través de nosotros”.
2º) Necesitamos a la Iglesia
para conocer la verdad
“¿De verdad
crees que puedes intuir cuál es la verdad de las Escrituras por ti mismo? ¿Realmente
crees que puedes sentarte en la cama, leer un par de libros de teología y
solucionarlo todo sin una Iglesia y una interpretación definitiva?”, se
pregunta Spitzer.
De hecho, explica, no podemos ni si quiera ir más allá de nuestros
prejuicios. “Necesitamos a
alguien a quien acudir para obtener una valoración objetiva de la realidad.
Lutero estaba equivocado, no hay forma posible de que un laico con las
Escrituras sea más poderoso y capaz que la propia Iglesia, los santos, la
sabiduría colectiva de la Iglesia acumulada a lo largo de la historia o el
poder del Espíritu Santo”.
3º) Una institución
permanente frente a lo mudable del tiempo
Citando al historiador Arnold Toynbee, el sacerdote destaca de la
Iglesia Católica que “no hay ninguna otra institución social que se pueda
comparar. Ninguna ha
durado –ni es probable que dure- 2000 años, ni que esté armada como la Iglesia con
la espada de la jerarquía, el escudo del magisterio y el casco del papado”.
“Las instituciones desarrolladas por la Iglesia son las más
resistentes, eficaces y duraderas, porque están inspiradas por la voluntad
divina. Necesitamos la
verdad”, explica, ya que sin ella, por si solos, estaríamos totalmente
equivocados, llenos de prejuicios y sin un conocimiento fijo y estable de la
verdad y nuestra misión en la vida.
“Jesús fundó
la Iglesia porque quería mantenernos en el buen camino”, insiste.
4º) La importancia de los
sacramentos y los milagros eucarísticos
El padre Spitzer destaca los sacramentos como uno de los mayores
motivos por los que necesitamos a la Iglesia y alude al protestantismo como
prueba de lo que ocurre al alejarse de la Iglesia. “Lo primero que perdieron
fue la presencia real de Jesús en la Eucaristía, el sacramento de la
reconciliación… necesitamos
los sacramentos”, alentó.
Por ello, alude también a los milagros eucarísticos. Preguntado por su papel en el combate
espiritual, el sacerdote afirmó que “si realmente tienes fe, sabes que incluso
notas la presencia del mal a tu alrededor y al decir `en el nombre de Jesús, te
ordeno que te vayas´, el retrocede ante su nombre. Hay un poder en ese nombre
que el diablo no puede resistir”.
El sacerdote enumera algunos de los casos más representativos y se
detiene en el de agosto de 1996, en la parroquia de Santa María, Buenos Aires.
El sacerdote Alejandro Pezet fue advertido por un feligrés de una hostia que había sido arrojada
al suelo. Días después, tras colocarla en un recipiente con agua en el
sagrario, apareció
convertida en carne ensangrentada, con un tamaño mayor que el de la hostia
original.
Al ser analizada en laboratorio, se concluyó el hallazgo de
células humanas vivas de la sangre y de tejido de un corazón humano, destacando
por que las células se
movían o latían como lo harían en un corazón humano vivo.
El prestigioso cardiólogo Frederic Zugibe declaró que “el material
analizado es un fragmento del músculo
del corazón que se encuentra en la pared del ventrículo izquierdo”, que “el
corazón estaba vivo en el momento en el que se tomó la muestra” y que “había
estado bajo estrés severo, como si el propietario hubiera sido severamente
golpeado en el pecho”.
Tanto los sacramentos como cada uno de estos milagros son una muestra de cómo el Espíritu Santo
actúa en nuestras vidas, concluye Spitzer. “Dios nos va a dar suficientes
pruebas para que, si miramos con los ojos de la fe y estas abierto a la
posibilidad de que Él te ame y te guíe, sepas que está presente en nuestras
vidas, aquí y ahora”.
Fuente:
Religión en Libertad