José Luis Restán reflexiona sobre el florecimiento de la iglesia en Mongolia
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Católicos de Mongolia. Dominio público |
Los católicos son 1.500 y son atendidos
por 29 sacerdotes, de los cuales tan sólo dos son mongoles.
La historia más
reciente de la Iglesia en este país se remonta a 1992, cuando el Papa
estableció la Prefectura Apostólica de Ulan-Bator con el acuerdo de las
autoridades mongolas. Pero la presencia cristiana, con diversas vicisitudes, se
remonta al siglo XIII, cuando el franciscano Giovanni da Pian del Carpine llegó
a Karakorum, la capital del imperio mongol.
Así que los últimos 31
años de vida institucional son parte de una historia mucho más larga de diálogos
y encuentros. La noticia es que el Papa Francisco viajará a este país del 31 de
agosto al 4 de septiembre, confirmando una expectativa muy viva entre los
católicos mongoles que, con razón, se sienten ahora en el centro de la Iglesia.
Algo que ya habían sentido al conocer que su joven obispo, el misionero italiano de la Consolata, Giorgio Marengo, había sido creado cardenal por el Papa en un gesto de inequívoca preferencia.
“Incluso en una
porción tan pequeña de la Iglesia, hay algo importante y hermoso… sobre todo la
frescura de una fe que brota, llena de asombro”. Así se acaba de pronunciar el
cardenal Marengo, y se comprende el entusiasmo.
Para una gran iglesia
como la española, con una historia de siglos, pero también con cansancios e
inercias, esta pequeña flor nacida en la estepa (nunca mejor dicho) puede ser
un motivo de esperanza.
Para el millar y medio
de católicos de aquel país es un desafío cotidiano tejer relaciones de
confianza y amistad que sólo se construyen con paciencia, y que exigen vivir
con fidelidad el Evangelio. Allí se habla de “susurrar el Evangelio al
corazón”, y que no está reñido con el florecer de numerosas obras sociales en
estos años. Este viaje no debería ser para nosotros una mera cuestión exótica.
De allí también podemos aprender.
José Luis Restán
Fuente: ECCLESIA