En el sexto domingo de Pascua celebramos la Pascua del enfermo que culmina la campaña iniciada en la festividad de la Virgen de Lourdes, el día 11 de febrero.
Dominio público |
Visitar a los enfermos y aliviar su
dolor y soledad es una obra fundamental de misericordia, entendida esta como la
compasión que Cristo vive hacia todos los que sufren.
Una de las características de la acción de Dios según la Biblia es la curación de los enfermos y la sanación de quienes sufren en su cuerpo y espíritu. En la primera lectura de este domingo, se dice que Felipe predicaba a Cristo en Samaría y veían los signos que hacía: «de muchos poseídos salían los espíritus inmundos y muchos paralíticos y lisiados se curaban» (Hch 8,5-7).
Se añade,
además, que «la
ciudad se llenó de alegría».
La predicación de Cristo y los signos de su presencia llenan el mundo de
verdadera alegría porque Jesús ha venido a restaurar al hombre en su totalidad.
La unidad del hombre —cuerpo y alma— se restaura con la acción de Dios en
Cristo, y la alegría, signo de la renovación pascual, se establece en el
corazón del hombre y de la sociedad.
El mensaje de los obispos españoles para esta Pascua del enfermo lleva por lema «Déjate cautivar por su rostro desgastado». Ponemos el foco de atención en las personas ancianas cuya particular belleza se muestra en el desgaste que la entrega de su vida a los demás ha dejado en su rostro.
Los que hemos visto envejecer a
nuestros padres y familiares conocemos bien esa entrega que ha embellecido su
vida de manera especial. ¿Quién no recuerda, por ejemplo, el rostro de santa
Teresa de Calcuta, surcado de arrugas, que reflejaba la belleza de su entrega a
los más pobres? Dejarse cautivar por el rostro desgastado de los mayores
significa devolverles todo el amor que ellos han sembrado en el mundo y que
recogen con el cariño, reconocimiento y cuidado de quienes les rodean. Saber
mirar esos rostros es contemplar el amor derramado a manos llenas, que nunca
envejece, sino que brilla con el esplendor de la virtud.
En el Evangelio de este domingo Jesús dice a los discípulos que nunca los dejará huérfanos, porque volverá a ellos mediante la presencia del Espíritu Santo, que es Consolador. Hay muchos tipos de orfandad: la de los niños, la de los abandonados y marginados de este mundo. Una de las más dolorosas es la soledad de los ancianos que ya no tienen más horizonte que la muerte. Aliviar estas soledades es exigencia de nuestra condición humana que, por naturaleza, es solidaria. No obstante, en nuestro mundo escasea esta solidaridad.
En las palabras de Jesús a los apóstoles tenemos una llamada a ofrecer el consuelo y la presencia del Espíritu a quienes viven la orfandad del anciano que clama al cielo como la del niño abandonado. Debemos evitar a toda costa que los mayores envejezcan sin dignidad, en condiciones inhumanas. No se trata solo de estrategias prácticas, sino de vivir en el Espíritu de la Pascua, que es renovación de todo lo humano, empezando por las relaciones personales con quienes nos rodean. No podemos mirar a otro lado cuando un rostro nos resulte incómodo.
Debemos aprender a mirar cara a cara a la enfermedad, a la
ancianidad, como lo hace Dios en su Hijo, a quien no se le escapa ningún
detalle del hombre necesitado. Aprender a mirar «según el estilo de Dios, que
es cercanía, compasión y ternura» (Papa Francisco). Solo entonces la Pascua
será celebración de la Vida que restaura al hombre en su integridad.
César Franco
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia