El Papa Francisco ha definido al cristiano con el
binomio «discípulo misionero».
Ninguna de las dos facetas puede olvidar quien sigue a Cristo con fidelidad y
coherencia.
Dominio público |
En este domingo de Cuaresma leemos el Evangelio de la
mujer samaritana que se encuentra con Jesús en el pozo de Jacob. Aunque parece
un encuentro fortuito, está muy previsto en el plan de Jesús. Quiere pasar por
Samaria para llevar la buena noticia de la salvación. La samaritana se
convertirá en su embajadora, pero antes tiene que llegar a ser discípula de
Jesús y conocer quién es él.
Jesús, cansado del camino, se sienta junto al pozo y,
cuando llega la samaritana, le pide que le dé de beber. La enemistad entre
judíos y samaritanos hace que la mujer recele del judío, pero Jesús aprovecha
esta circunstancia para ofrecer a la samaritana un agua mejor que la del pozo
de Jacob. Le ofrece agua viva. Sorprendida por este ofrecimiento y viendo que
Jesús no tiene ni un cubo para sacar agua, entra en la dinámica de Jesús y le
pregunta por el origen del agua misteriosa. De repente, Jesús cambia de
conversación y pide a la mujer que llame a su marido. Ella responde que no
tiene marido y Jesús le revela que conoce su situación vital: cinco ha tenido y
el actual no es su marido.
Esta revelación hace que la mujer reconozca que Jesús
es un profeta y, por esta razón, le pregunta sobre el culto que hay que dar a
Dios. Del problema personal se pasa al problema religioso, que es definitiva el
problema esencial de todo hombre. Cuando el hombre entra en su interior puede
entender que el culto auténtico a Dios, el que Jesús propone a la samaritana,
solo puede darse en el espíritu y en la verdad. Estas dos palabras —Espíritu y
Verdad— son fundamentales en el evangelio de Juan. Deben escribirse con
mayúsculas.
No se deben adjetivar como si Jesús dijera que tenemos
que ser espirituales y veraces (lo cual debe darse por supuesto). El Espíritu
del que habla Jesús es el Espíritu de Dios y la Verdad es él mismo, como dirá
más adelante en el evangelio: yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Sólo quien
se deja llevar por el Espíritu de Dios puede llamarse hijo de Dios y sólo quien
vive de la Verdad de Cristo puede encontrarse a sí mismo y dar culto a Dios.
Cuando la mujer
entiende esto, deja su cántaro en el pozo y se dirige a su pueblo para anunciar
que un hombre le ha revelado el secreto de su vida y, posiblemente, sea el
Mesías. De discípula de Cristo se ha convertido en su eficaz misionera. Los
vecinos entonces van a buscar a Jesús y le piden que se quede con ellos unos
días. Al final, los samaritanos terminan acogiendo la palabra de Jesús y
proclaman que es «el Salvador del mundo». No cabe duda de que el evangelista ha querido mostrar cuál es el
proceso mediante el cual un pagano se convierte en discípulo de Cristo y, por
consiguiente, en un misionero comprometido.
En nuestro itinerario cuaresmal, la iglesia nos invita, con el ejemplo de la samaritana, a dejarnos convertir por Cristo bebiendo el agua viva de su palabra y comunicando a los demás la experiencia gozosa del evangelio. Es posible que también nosotros necesitemos que Cristo lea en nuestro interior y nos revele cuál es el camino para adorar a Dios en Espíritu y en Verdad. Dicho de otra manera: si Jesús nos pide beber el agua de nuestra vida, aprendamos que él nos ofrece un agua viva, la única que puede saciar la sed de felicidad que hay en el corazón humano. Solo hay que estar atento a que Cristo se cruce en nuestro camino.
César Franco
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia