Capítulo 8: DEL OFRECIMIENTO DE CRISTO EN LA CRUZ, Y DE LA PROPIA RESIGNACIÓN.
1. Así como yo me ofrecí voluntariamente por
tus pecados a Dios Padre con las manos extendidas en la cruz, y todo el cuerpo
desnudo, de modo que nada me quedó que no pasase en sacrificio para
reconciliarte con Dios: Así debes tú también ofrecérteme cada día en la Misa en
ofrenda pura y santa, cuanto más entrañablemente puedas, con toda la voluntad,
y con todas tus fuerzas y deseos.
¿Qué otra cosa quiero de ti más que el que te
entregues a Mí sin reserva? Cualquier cosa que me des sin ti, no gusto de ella;
porque no quiero tu don, sino a ti mismo.
2. Así como no te bastarían todas las cosas sin
Mí, así no puede agradarme a Mí cuanto me ofrecieres sin ti. Ofrécete a Mí y
date todo por Dios, y será muy acepto tu sacrificio. Mira cómo Yo me ofrecí
todo al Padre por ti; y también te di todo mi cuerpo y sangre en manjar, para
ser todo tuyo, y que tú quedases todo mío.
Mas si tú estás pegado a ti mismo, y no te ofreces de buena
gana a mi voluntad, no es cumplida ofrenda la que haces, ni será entre nosotros
entera la unión. Por eso a todas tus obras debe preceder el ofrecimiento
voluntario de ti mismo en las manos de Dios, si quieres alcanzar libertad y
gracia. Porque por eso tampoco se hacen varones ilustrados y libres en lo
interior, porque no saben del todo negarse a sí mismos.
Esta es mi firme sentencia: Que no puede ser mi discípulo el
que no renunciare todas las cosas. Por lo cual, si tú deseas serlo, ofréceteme
con todos tus deseos.
Fuente: Catholic.net