¿Cuándo fue la última vez que te relajaste? ¿La última vez que hiciste tiempo para ti, tus hobbies, tus amigos?
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La vida
post-cuarentena parece estar llena de actividades que no terminan… La gran
ventaja de poder trabajar, estudiar, socializar y entretenerse de forma virtual
puede tornarse, por momentos, en nuestra peor enemiga. Si no prestamos
atención, podemos llenar nuestros días de tareas y caer en la falsa percepción
de que de eso se trata la vida.
El video
que les traemos hoy proviene de un spot publicitario de la marca Ruavieja.
En él, vemos la historia de Manu, un hombre que -a raíz de una notificación de
una red social- retoma el contacto con un amigo de toda la vida, Eduardo.
Al comienzo, no parece haber mucho de especial. Sin embargo, podemos ver cómo ciertos elementos de la historia se nos pueden hacer muy familiares. A continuación, te comento algunos recursos apostólicos que encontramos en el video.
1. Vivir
en el presente: más que vivir esperando el fin de semana
¿Eres de
aquellas personas que empiezan su semana esperando a que sea viernes? De
aquellos que «viven» esperando el fin de semana o las vacaciones, pensando que
«en ese momento recién vivirán, pues allí sí serán felices».
Lamentablemente,
esta forma de vivir no nos deja estar en el presente. Pone nuestra mente en
modo de «suspensión» hasta que llegue la fecha que anhelamos.
Si pensamos así
-sin darnos cuenta- estamos
renunciando a vivir y nos limitamos meramente a existir. Por estar en
«piloto automático», caemos en el riesgo de quedarnos ciegos a las gracias
actuales, pues la mente la tenemos en otro sitio. Ya no valoramos nuestro
quehacer ni entorno cotidiano. No le prestamos mucha atención, sino que vivimos
en el futuro (o, peor aún, en el pasado).
¿No suena
tan peligroso? Esto es justamente lo grave, pues la voluntad de Dios se
discierne y toma su culmen en el momento presente. Sería saludable hacernos de
cuando en cuando la pregunta (sobre todo cuando nos quedamos absortos en el
celular): «¿Estoy haciendo lo que se supone que debo hacer?».
Recordemos que
el mandamiento más importante de todos es «amarás al Señor, tu Dios, con todo
tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas» (Mc
12, 30). No podemos amar a nuestro Señor ni hacer Su voluntad de forma
concreta en el pasado ni en el futuro, solo en el momento presente.
2. ¿Qué
es realmente una buena vida?
A veces
podemos romantizar la idea de una vida bien vivida: podemos pensar
que es aquella compuesta de grandes momentos, historias felices o grandes
viajes y experiencias.
Sin embargo, sería
un error omitir los momentos rutinarios, el tiempo que le dedicamos a los
quehaceres de la casa, los viajes en el bus, el tiempo que pasamos en el
tráfico… o simplemente el tiempo que pasamos estudiando/trabajando. De esos
momentos también está hecha nuestra vida.
La Madre
Angélica, fundadora de EWTN, solía decir: «Cada día de nuestra vida es una
cuenta en un gran collar. Dependerá de nosotros si queremos que sea un collar
de perlas». ¿De qué queremos que esté compuesta nuestra vida?
Claro, habrá
mejores días que otros, habrá momentos
extraordinarios y de los comunes. Lo importante de vivir en el presente es
saber que todos los días cuentan. En todos recibimos gracias particulares que
suman a nuestra santidad. Ningún momento está de más.
Habremos tenido
una buena vida si nos aseguramos de aquilatar el momento presente y vivir en
él. Bien nos dice nuestro Señor: «No se preocupen por el día de mañana, pues el
mañana se preocupará de sí mismo. Basta el día con su afán» (Mt 6, 34).
3. ¿La
vida netamente virtual es posible?
La cuarentena
por la COVID-19 produjo muchos cambios. Entre ellos, permitió que el mundo
tenga apertura hacia el trabajo y la vida virtual. El distanciamiento físico
obligatorio hizo que volcáramos nuestra atención hacia la comunicación
virtual/digital.
Ciertamente,
esta tuvo varias ventajas. Sin embargo, como el Papa Francisco señala en la encíclica Fratelli Tutti, debemos tener en
cuenta que
«los medios de
comunicación digitales pueden exponer al riesgo de dependencia, de aislamiento
y de progresiva pérdida de contacto con la realidad concreta, obstaculizando el
desarrollo de relaciones interpersonales auténticas.
Hacen
falta gestos físicos, expresiones del rostro, silencios, lenguaje corporal, y
hasta el perfume, el temblor de las manos, el rubor, la transpiración, porque
todo eso habla y forma parte de la comunicación humana. Las relaciones
digitales, que eximen del laborioso cultivo de una amistad, de una reciprocidad
estable, e incluso de un consenso que madura con el tiempo, tienen apariencia
de sociabilidad.
No construyen
verdaderamente un “nosotros” sino que suelen disimular y amplificar el mismo
individualismo que se expresa en la xenofobia y en el desprecio de los débiles.
La conexión digital no basta para tender puentes, no alcanza para unir a la
humanidad».
Si bien es
cierto, la virtualidad puede facilitar ciertos procesos, trámites e
interacciones, queda claro que la presencialidad es irremplazable. Es en el
contacto y en las conversaciones donde se logra capturar de forma vivencial el
alma y la esencia del ser de la otra persona.
4. Ser
un verdadero amigo es también seguir a Jesús
La cultura del
encuentro implica un cambio de actitud. Significa darle cabida en mi vida no
solo a las tareas pendientes, sino también a otros aspectos, incluyendo a otras
personas.
Saber gerenciar
nuestra vida nos da la oportunidad de distribuir mejor nuestro tiempo, de tal
forma que contemple en mi cotidianidad el saber escuchar a la otra persona,
saber leer su voz y sus expresiones. Todas estas actitudes ya son caminar
hacia la santidad. De ahí que: «la sabiduría se logra con una vida
disciplinada».
Saber valorar a
nuestros amigos y cultivar la amistad nos asemeja a nuestro Señor, quien hizo
énfasis en hacer la distinción: «ya no les diré servidores, porque un servidor
no sabe lo que hace su patrón. Les digo amigos, porque les he dado a conocer
todo lo que aprendí de mi Padre» (Jn 15, 15). Así, nuestro Señor nos
muestra que entre los amigos no solo hay comunicación y camaradería, sino que
hay confianza y respeto.
Ya en el
Antiguo Testamento está escrito: «El amigo fiel es remedio saludable, y los que
temen al Señor lo encontrarán. El que teme a Dios se hace verdaderos amigos,
pues, como es él, así serán sus amigos» (Sir 6, 16-17). Con esto, no
debemos entender que todos nuestros amigos deben ser católicos y/o pensar igual
que nosotros. Esto sería aislarnos y encerrarnos en una burbuja, justamente lo
contrario de lo que nos pide nuestra fe.
Significa que,
con nuestros amigos – creyentes o no – compartamos un mismo set de valores. Si
fundamentamos nuestra amistad en respeto y admiración – aunque tengamos una
visión distinta de la vida – nuestra relación se enriquecerá a partir de
nuestras diferencias.
Es allí donde
nos convertimos en verdaderos seguidores de nuestro Señor, pues nos
animamos a salir al encuentro sincero del otro, viendo a esa persona como Dios
la ve y, por lo tanto, amando como Dios ama.
Pidamos a
nuestro Señor las gracias necesarias para forjar una cultura del encuentro a
nuestro alrededor. Que nuestra amistad sincera nos permita tender puentes
fuertes hacia otras personas; incluso si no piensan como nosotros, pero que
tengan el mismo objetivo: el bien común.
Esto requerirá
hacer el esfuerzo de estar conscientes del momento presente, de nuestro entorno
y de las personas que nos rodean. Tener la gracia de discernir y hacer Su
voluntad aquí y ahora. Para esto, pedimos como San Agustín: «Señor, danos lo
que nos pides y pídenos lo que quieras». Así sea.
Solange Paredes
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