Pocas personas lo saben, pero la que se convirtió en la reina del crimen de ficción era una mujer profundamente creyente e incluso consiguió obtener del papa Pablo VI la conservación de la misa tridentina en Inglaterra
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PLANET NEWS LTD / AFP |
Se ha hablado de las reinas de la novela
policiaca, pero Agatha Christie (1890-1976) parece ser la eterna emperatriz,
aunque algunas de las que la sucedieron sueñan en secreto poder destronarla.
Cuando se evocan los vínculos de la creadora de Hércules Poirot con el ámbito
de la fe y de la religión, se recurre inevitablemente a la historia conocida
como el Indulto Christie.
La crisis
litúrgica que afectó a la Iglesia católica en los años 1970 no la dejó
indiferente. Preocupada por que se dejaran de lado el latín y el gregoriano,
firmó una petición junto a otros intelectuales y artistas, católicos o no,
destinada a obtener del papa Pablo VI el mantenimiento de las antiguas
tradiciones litúrgicas.
Publicada en
el Times del 6 de julio de 1971, esta
sorprendente llamada fue escuchada en Roma ya que, en diciembre del mismo año, Pablo VI concedió un indulto que
mantenía la posibilidad de celebrar la misa tridentina en Inglaterra.
¿Por qué este
texto oficial tomó, popularmente, el nombre de la célebre novelista?
Simplemente porque, al leer la lista de signatarios, Pablo VI habría
reaccionado particularmente al nombre de Agatha Christie antes de tomar la
decisión.
Cuando Hércules Poirot y Miss Marple
atestiguaron en favor del cristianismo
A decir
verdad, sería una pena reducir la relación de Agatha Christie con la fe
cristiana a este único episodio. Toda
su obra se desarrolla en un mundo impregnado de la moral cristiana.
Las hipótesis que plantea a lo largo de sus novelas para descubrir al criminal
son imposibles sin referirnos a la visión cristiana del bien y del mal o a la
debilidad de los seres, debidas a la existencia del pecado original.
Sin embargo, la petulancia declarada y
reivindicada de su personaje fetiche, el célebre Hércules Poirot, lejos de la
virtud de la humildad, muy a menudo lleva a pensar lo contrario. Una pista
falsa que no debería confundir al lector. Es precisamente en nombre de la moral cristiana que Poirot
exaspera al lector a pesar de su genio detectivesco. Además, ¿acaso no es él
«un buen católico», según confiesa en La caja de
combones?
No obstante,
más que el detective belga, del que sabemos también que pertenece a una familia
numerosa y realizó sus estudios en un centro religioso, es la deliciosa Miss Marple
quien atestigua en el estrado en defensa del cristianismo de Christie.
Si el Padre
Brown de Chesterton adquirió su conocimiento de las bajezas humanas en el fondo
del confesionario, Miss Marple por su parte contempla el universo desde las
intrigas de su pequeño pueblo. A su manera, ella defiende la permanencia de la
naturaleza humana. Su receta es señalar la similitud entre un acto cometido en
St. Mary Mead, su pueblo, y el crimen que deba esclarecer.
A su sobrino,
el escritor Raymond West, que se burla amablemente de ella por este tema, la
señora le responde: «Efectivamente, mi querido Raymond, la naturaleza humana es
la misma en todas partes, pero en un pueblo, tenemos la oportunidad de
observarla más de cerca».
Esta creencia
declarada, reivindicada y elevada al rango de método de investigación no tiene
nada que ver, en Miss Marple, con un desafío a lo sobrenatural. ¡Todo lo
contrario! El pueblecito
de St. Mary Mead le interesa porque vive allí y porque allí se concentran, como
en todos los lugares, los efectos a veces devastadores del pecado original. Pero
la digna señora sabe que la simple observación de la realidad puede no ser
suficiente.
«Necesitaba fe, la verdadera fe de
san Pedro»
¿Un ejemplo? El más explícito se encuentra quizás en Miss Marple y trece problemas, donde la vemos confesar abiertamente
que recurre a la oración: «Aunque ustedes los
jóvenes lo tomen a risa, les confesaré que, cuando me encuentro en un verdadero
apuro, siempre rezo para mis adentros, en cualquier parte donde me encuentre,
caminando por la calle o en el interior de una tienda, y siempre obtengo una
respuesta a mi plegaria».
Su convicción se remonta a su infancia
cuando, en su dormitorio, tenía escrito sobre su cama este consejo de Cristo
que tan a menudo perdemos de vista: «Pedid y recibiréis». En La huella del pulgar de san
Pedro, esta anglicana incorregible pero con tendencia a la High Church, pronuncia casi un acto de fe católico
al confesar: «Necesitaba fe, la verdadera fe de san Pedro».
Hablando del
éxito que cosechó la obra de su madre, la hija de Agatha Christie precisa: «Mi madre era cristiana y creía en el combate entre el
bien y el mal. Ella pensaba que los asesinos debían ser detenidos y castigados
y deseaba más que nada no ver sufrir a los inocentes. Es cierto que escribía historias con asesinatos, pero ella no
soportaba la violencia. Y todas sus historias poseían una parte importante de
moralidad».
Sin embargo,
como expresa uno de los personajes en Los
trabajos de Hércules, para ella no se trataba de un cristianismo barato:
«La religión, señor Poirot, puede constituir una gran ayuda y apoyo moral… pero
con ello me refiero a la religión ortodoxa». ¡Todo está dicho!
Philippe Maxence
Fuente: Aleteia