Capítulo 1: DEL HABLA INTERIOR DE CRISTO AL ALMA FIEL.
1. Oiré lo que habla el Señor Dios en mí.
Bienaventurada el alma que oye al Señor que le
habla, y de su boca recibe palabras de consolación.
Bienaventurados los oídos que perciben los
raudales de las inspiraciones divinas, y no cuidan de las murmuraciones
mundanas.
Bienaventurados los oídos que no escuchan la voz
que oyen de fuera, sino la verdad que enseña de dentro.
Bienaventurados los ojos que están cerrados a las
cosas exteriores, y muy atentos a las interiores.
Bienaventurados los que penetran las cosas
interiores, y estudian con ejercicios continuos en prepararse cada día más y
más a recibir los secretos celestiales.
Bienaventurados los que se alegran de entregarse a
Dios, y se desembarazan de todo impedimento del mundo.
¡Oh alma mía! Considera bien esto, y cierra las
puertas de tu sensualidad, para que puedas oír lo que te habla el Señor tu Dios.
2. Esto dice tu amado:
Jesucristo: Yo soy tu salud, tu paz y tu vida.
Consérvate cerca de mí, y hallarás paz.
Deja todas las cosas transitorias, y busca las
eternas.
¿Qué es todo lo temporal sino engañoso? Y ¿qué te
valdrán todas las criaturas, si fueres desamparado del Criador?
Por
esto, dejadas todas las cosas, hazte fiel y grata a tu Criador, para que puedas
alcanzar la verdadera bienaventuranza.
Capítulo 2: CÓMO LA VERDAD HABLA DENTRO
DEL ALMA SIN SONIDO DE PALABRAS.
El Alma:
1. Habla,
Señor, porque tu siervo escucha. Yo soy tu siervo, dame entendimiento, para que
sepa tus verdades.
Inclina mi corazón a las palabras de tu boca:
descienda tu habla así como rocío.
Decían en otro tiempo los hijos de Israel a
Moisés: Háblanos tú y oiremos: no nos hable el Señor, porque quizá moriremos.
No así, Señor, no así te ruego: sino más bien
como el Profeta Samuel, con humildad y deseo te suplico: Habla, Señor, pues tu
siervo oye.
No me hable Moisés, ni alguno de los Profetas;
sino bien háblame Tú, Señor Dios, inspirador y alumbrador de todos los
Profetas: pues Tú solo sin ellos me puedes enseñar perfectamente; pero ellos
sin Ti ninguna cosa aprovecharán.
2. Es
verdad que pueden pronunciar palabras; mas no dan espíritu.
Elegantemente hablan; mas callando Tú no
encienden el corazón.
Dicen la letra; mas Tú abres el sentido.
Predican misterios; mas Tú ayudas a cumplirlos.
Muestran el camino; pero Tú das esfuerzo para
andarlo.
Ellos obran por de fuera solamente; pero Tú
instruyes y alumbras los corazones.
Ellos riegan la superficie; mas Tú das la
fertilidad.
Ellos dan voces; pero Tú haces que el oído las
perciba.
3. No
me hable, pues, Moisés, sino Tú, Señor Dios mío, eterna verdad, para que por
desgracia no muera y quede sin fruto, si solamente fuere enseñado de fuera y no
encendido por adentro.
No me sea para condenación la palabra oída y no
obrada, conocida y no amada, creída y no guardada.
Habla, pues, Tú, Señor; pues tu siervo oye, ya
que tienes palabras de vida eterna.
Háblame para dar algún consuelo a mi alma, para
la enmienda de toda mi vida, y para eterna alabanza, honra y gloria tuya.
Fuente: Catholic.net
