El petirrojo es uno de los símbolos más característicos de la Navidad inglesa. Y no es casualidad: detrás de esta asociación se esconde una tierna y conmovedora leyenda
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Anne Coatesy - Shutterstock |
La globalización también está haciendo sentir sus efectos en el
campo de la decoración navideña. Lentamente, incluso nuestras tiendas locales
están comenzando a vender pequeños adornos en forma de petirrojo,
deliciosamente tiernos con sus plumas erizadas.
Son adornos estéticamente agradables, que probablemente ya nos
habrán sacado una sonrisa a muchos. Pero, al mismo tiempo, parecen extraños a
nuestros ojos: los petirrojos son lindos, sin duda, pero ¿qué tiene que ver eso
con la Navidad? ¿Qué historia se esconde detrás de este símbolo navideño, tan
poco presente en nuestra cultura como para ser anónimo?
Pues bien: en Inglaterra, donde nació la tradición, existen
deliciosas leyendas que explican la asociación entre el petirrojo y el período
festivo. Descubrámoslas juntos, y miraremos este tierno símbolo festivo con
nuevos ojos.
La jovialidad festiva del petirrojo: una historia real
Antes de dar espacio a la leyenda, será mejor hacer una premisa de
carácter ornitológico. En los meses de invierno, el petirrojo cambia
sensiblemente su forma de estar en el mundo.
En primer lugar, tiende a acercarse cada vez más a los centros
habitados en busca de algunas migajas de comida. Y en efecto: esa criaturita,
por lo general temerosa y tímida, no desdeña posarse en los alféizares de las
ventanas si se da cuenta de que algún alma piadosa le ha dejado algo de comida
para que la picotee.
¡Pero no solo! Aprovechando al máximo la grasa acumulada en otoño,
cuando se acerca el invierno los petirrojos consiguen aumentar su peso
corporal, que pasa de 18 a 25 gramos de media. Al mismo tiempo, su plumaje se
alborota para ayudar a las criaturas a protegerse del frío.
En resumen: en Navidad, el tímido y frágil petirrojo se transforma
de repente en una criatura rojiza, regordeta y simpática. Que además busca la
compañía humana. Y que, con su «chaleco» rojo brillante, da color a un paisaje
nevado y aburrido. ¿Puedes imaginar algo más deliciosamente festivo?
La caridad cristiana del petirrojo: una leyenda medieval
Pero detrás del simbolismo navideño del petirrojo hay mucho más
que este hecho biológico.
En las Islas Británicas, la creencia de que el petirrojo estaba de
alguna manera ligado a las almas de los difuntos existía desde tiempos
inmemoriales. Era una creencia muy antigua, ya atestiguada en la Edad Media.
(Según algunos autores, podría tener orígenes druídicos. En realidad, no hay
ninguna fuente que respalde esta afirmación).
Una leyenda atestiguada en Irlanda afirmaba que el pecho del ave
era rojo porque el animal tenía la costumbre de descender a las llamas del
Purgatorio. Intentaba llevar unas gotas de agua en su pico que luego vertía
sobre los pecadores que pagaban sus culpas, con la esperanza de poder darles
algún refrigerio.
A veces ocurría que una llama le lamía el pecho, escaldando al ave
y quemándole las plumas. Pero esto no bastaba para que el petirrojo desistiera:
benévolo, seguía ejerciendo día a día ese pequeño gesto de caridad.
Otra leyenda, conocida en todas las Islas Británicas, representaba
al petirrojo en el acto de crear pequeñas tumbas de hojas alrededor de los cadáveres
insepultos de personas que habían muerto solas en el bosque, quizás debido a un
accidente de viaje o porque fueron víctimas de la emboscada de un bandolero.
En un intento de darles un digno entierro, el petirrojo se
acercaba a aquellos pobres cuerpos destrozados y al hacerlo manchó de sangre su
plumaje blanco. ¡He aquí la señal y el costo de la caridad!
El enterrador de Cristo
Y poco a poco, en el imaginario colectivo, el petirrojo empezó a
prestar sus funciones de enterrador a un difunto muy particular: Jesucristo en
la cruz.
En este caso, la leyenda bajomedieval contaba cómo el pajarito, al
ver a Jesús en agonía, se había posado sobre su cabeza tratando de aliviar su
sufrimiento.
Apretando su pico alrededor de una de las espinas de la corona,
habría intentado arrancarla… con resultados predecibles. Según la leyenda, el
pajarito tuvo éxito en su empeño pero resultó herido en el intento; y la sangre
empezó a enrojecer su pecho mezclándose con la del crucifijo.
Jesús, agradecido por ese gesto, quiso bendecir el linaje del
petirrojo a través de las generaciones, haciendo que su plumaje fuera rojo
sangre: una señal para que la memoria de ese pequeño acto de caridad no se
perdiera.
El petirrojo y el niño Jesús: una leyenda navideña muy dulce
En cambio, una reelaboración navideña de leyendas medievales se
remonta a la Inglaterra victoriana. En esta reinterpretación, fue al Niño
Jesús, y no a Cristo en la cruz, a quien el pajarito dirigió su cuidado.
Acudido a toda prisa a la choza tras darse cuenta de que algo
grande había sucedido en ese lugar, el dulce petirrojo se había abierto paso
entre ovejas, burros y camellos para poder contemplar de cerca al Niño.
Y había sentido que le dolía el corazón al verlo allí, «en el frío
y la escarcha», acostado en un pesebre en el frío establo. El buey y el burro
trabajaban duro para calentar al recién nacido con su aliento. Y el petirrojo
no quiso quedarse atrás. Comenzó a revolotear sobre el fuego que se había encendido
cerca del pesebre, tratando de hacer llegar aire caliente hacia el bebé con al
batir de sus alas.
Ya podemos imaginar el final de esta historia: claro, el petirrojo
tuvo éxito en su misión, pero claro, se quemó el pecho al hacerlo. Y el Niño
Jesús, mirando con ternura a su pequeño ayudante, quiso hacer descender sobre
él su bendición.
Y esta es, según la leyenda inglesa, la razón por la que el
petirrojo todavía tiene plumas bermellón en la actualidad. Fue un milagro del
Niño Jesús que se las dio. De esta manera quiso que todos pudieran conocer el
buen corazón del pajarito y contar esta hermosa historia de Navidad a través de
los siglos.
Lucía Graziano
Fuente: Aleteia