Antonio Sánchez Franco acaba de ser ordenado sacerdote "para ayudar a muchas almas a experimentar el amor de Dios"
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Antonio Sánchez Franco recibió la ordenación sacerdotal el 11 de septiembre |
«¿Tú qué quieres ser, pastelero o cura?». Esta fue la
pregunta que hizo el rector del seminario a Antonio. No era una pregunta a un
chiquillo. Antonio, frente al rector, era un joven hecho y derecho, pero aquel
interrogante era el que le hizo responder con alegría ahora que Dios lo llamaba
a ser sacerdote para siempre.
Trabajaba y a la vez estudiaba Panadería, Repostería y
Confitería, y ahí había podido constatar el efecto de la levadura en la masa de
la que habla el Nuevo Testamento. Él estaba llamado a ser fermento en la
sociedad del siglo XXI concretamente como sacerdote.
Antonio tiene 29 años y es de un pueblo de Murcia, Llano de Brujas. Es el
mayor de cuatro hermanos. Crecieron en un ambiente familiar cristiano. Su padre era
el sacristán de la parroquia y su madre catequista.
De pequeño, cuando le preguntaban qué sería de mayor, «siempre contestaba que
obispo». Ahora ríe abiertamente al recordarlo.
A los 7 años comenzó a ser monaguillo. «Estar a diario
en la parroquia era mi vida normal, junto a mis estudios y mis amigos»,
recuerda.
Conforme fue creciendo, iba dando más su tiempo y su corazón a
Dios: como voluntario de Cáritas, participando en una cofradía… Y entonces le
comenzó a molestar si alguien le insinuaba que tal vez podría ser sacerdote. Creía que ya
iba haciendo suficiente.
«Yo decía que ya colaboraba»
«Hoy día no está de moda ser cura y yo decía que ya colaboraba y
respondía al Señor con todo lo que me pedía».
Pero la llama seguía encendida. Dios le fue pidiendo «con más
insistencia», explica. Y él respondía interiormente «no, yo no».
La enfermedad de su padre fue la
palanca que movió a Antonio.
«Mi padre nos decía que si el Señor nos llama a
algo, no vamos a desoírlo; a cada uno nos da lo que podemos llevar».
Aquella consideración hizo mella en el joven y de nuevo le asaltó
la pregunta: «Sacerdote, ¿por qué no?». Era el momento de responder a su
vocación. Resonaba entonces una y otra vez en su cabeza.
«Le pedí a la Virgen que me
iluminara»
«El Señor me volvió a tocar muy fuerte y le pedí a la Virgen que
me iluminara. Mi respuesta entonces fue: Señor, lo que tú quieras, cuando tú
quieras, como tú quieras, pero contigo».
Aquel verano decidió asistir a una convivencia del seminario:
«Fui a pasar esos días con la convicción de que
ese no era mi sitio. Pero finalmente sirvió para cerciorarme de que el Señor sí
me estaba llamando, sí me quería para Él».
Encontró a otros jóvenes que como él pensaban en la posibilidad de
seguir a Cristo con la llamada específica al sacerdocio. Y ahí fue cuando el
rector le hizo la pregunta: «¿Tú qué quieres ser, pastelero o cura?».
«Descubrí una gran familia»
En septiembre Antonio ingresó en el seminario:
«Había encontrado la horma de mi zapato, la chaqueta que mejor me quedaba, y
descubrí una gran familia».
Después de unos años de formación, Antonio recibió la ordenación
sacerdotal el pasado 11 de septiembre en la iglesia parroquial de Nuestra
Señora de las Lágrimas de Llano de Brujas. Entiende que su vida será «un camino de
rosas, pero también con sus espinas» y apuesta por ello
confiando totalmente en el Señor.
Si el trabajo de panadero y pastelero le habría llevado a
alimentar los cuerpos, ahora la misión de sacerdote le hace vivir «para ayudar a
muchas almas a experimentar el amor de Dios». Ahora comienza en
esta nueva carrera.
Dolors Massot
Fuente: Aleteia