COMPARTIR
![]() |
Dominio público |
I. A lo largo de la liturgia de este domingo se pone de manifiesto cómo el excesivo afán de confort, de bienes materiales y lujo, lleva en la práctica al olvido de Dios y de los demás, y a la ruina espiritual y moral. El Evangelio (Lucas 16, 19-31) nos describe a un hombre que no supo sacar provecho de sus bienes. En vez de ganarse con ellos el Cielo, lo perdió para siempre. Se trata de un hombre que tiene gran abundancia y espléndidos banquetes y muy cerca de él, un mendigo, cubierto de llagas a quien ni siquiera le llegan las sobras de la mesa del rico.
Este hombre rico vive a sus anchas en
la abundancia; no está contra Dios ni tampoco oprime al pobre. Únicamente está
ciego para ver a quien le necesita. Ha olvidado lo que el Señor nos recuerda
con frecuencia: no somos dueños de los bienes, sino administradores. Pensemos
que todos tenemos a nuestro alrededor gente necesitada como Lázaro, con quien
debemos compartir no solamente nuestros bienes, sino también afecto, amistad,
comprensión, cordialidad, y palabras de aliento.
II. Con el ejercicio que hagamos de los bienes que Dios ha depositado en nuestras manos estamos ganando o perdiendo la vida eterna. Éste es tiempo de merecer. No sin un hondo misterio, dirá el Señor: Es mejor dar que recibir. (Hechos 20, 25) Si somos generosos, y descubrimos en los demás a hijos de Dios que nos necesitan, somos felices aquí en la tierra y más tarde en la vida eterna.
La caridad es siempre realización del reino de Dios, y el único
bagaje que sobrenadará en este mundo que pasa. Y hemos de estar atentos por si
Lázaro está en nuestro propio hogar, en la oficina o en el taller donde
trabajamos. Los cristianos hemos sido elegidos para ser levadura que transforme
y santifique las realidades terrenas. Y al ver el afán que ponen tantos en las
cosas materiales, tenemos que comprender que para ser fermento en medio del
mundo hay que estar atentos para vivir el desprendimiento de lo que poseemos.
III. “La solidaridad es una exigencia directa de la fraternidad humana y sobrenatural” (Instr. Libertatis conscientia, 89), que nos llevará en primer lugar a vivir personalmente la pobreza que Jesús declaró bienaventurada, aquella que “está hecha de desprendimiento, de confianza en Dios, de sobriedad y disposición a compartir con los demás, de sentido de justicia, de hambre del reino de los cielos, de disponibilidad a escuchar la palabra de Dios y a guardarla en el corazón (Idem, 66).
Al terminar nuestra oración, deberemos
examinar si nuestro desprendimiento es real, con consecuencias prácticas, si
somos ejemplares por la sobriedad en el uso de los bienes. Pidámosle ayuda a
Nuestra Madre.