San Juan Pablo II escribió, en su exhortación apostólica sobre la formación sacerdotal, que es esencial que los candidatos al sacerdocio comprendan las razones que vinculan el celibato al sacerdocio
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Ordenación sacerdotal en Sevilla. Foto: Miguel Ángel Osuna. Dominio público |
-¿No es algo extraño presentar la vida
cristiana como relación esponsal con Jesucristo o, dicho de otro modo,
presentar a Jesucristo como el Esposo de todos los cristianos?
-Puede
resultar extraño, pero en realidad no lo es: Jesucristo mismo se presenta como el Esposo, el Verbo hecho
Hombre. Tal vez se esté más acostumbrado a pensarlo como algo exclusivo de las
religiosas, en cuanto mujeres y vírgenes; pero en realidad es lo propio de todo
cristiano y de todas las vocaciones cristianas. Me parecía que podía ser muy
conveniente tratar de aportar alguna luz al respecto. Porque la Palabra de Dios
y el Magisterio de la Iglesia, como intento mostrar en el libro, no pueden ser
más explícitos. De ahí
la frase de San Pablo que
da título al libro, una frase dirigida a todos los cristianos de todas las
condiciones y vocaciones: "Quise desposaros con un único Esposo".
-Dice que la relación esponsal con
Jesucristo no es exclusiva de las religiosas, sino que corresponde también a
los varones, así como a los casados...
-Sí.
Entiendo que puede sonar algo raro para algunos hablar de Jesucristo como
Esposo también para los varones; pero esa es la Revelación del Nuevo Testamento. Los santos y
el Magisterio de San Juan
Pablo II lo exponen. Y tenemos también el testimonio de los Santos
Padres, que nos aseguran que así se vivió desde el principio en la Iglesia:
muchos varones, además de muchas mujeres, se sintieron llamados a la virginidad
y la entendieron como relación esponsal con Jesucristo.
»Pero
es así también para los casados. El matrimonio, según las palabras de San Pablo en la Carta a
los Efesios, es un sacramento del desposorio de Jesucristo con la Iglesia. La
Iglesia no es una entelequia abstracta sino el Cuerpo Místico de Jesucristo, formado por cada uno de sus
miembros, es decir, de los que se dejan poseer e incorporar por Él. El
desposorio de Jesucristo con la Iglesia es su desposorio con cada cristiano. El
matrimonio, como intento iluminar en el libro, es una mediación sacramental, es
decir, es una unión con Jesucristo Esposo a través de la mediación del propio cónyuge; mientras que la
virginidad y el celibato son una unión inmediata con Jesucristo Esposo.
-¿Distingue la virginidad del celibato?
-Se
distinguen por su vinculación al sacramento del orden sacerdotal, haciendo
promesa de celibato, o por su profesión al abrazar la vida religiosa, haciendo
voto de virginidad. Pero interiormente, en sus actitudes y en su vivencia, es
esencialmente lo mismo: una
unión inmediata con Jesucristo en el nivel afectivo esponsal,
asumiendo la totalidad de la personalidad, como sucede en toda relación
esponsal.
-Se oye hablar mucho ahora sobre el
celibato y algunos hacen oír con fuerza su opinión desfavorable...
-San
Juan Pablo II escribió, en su exhortación apostólica sobre la formación
sacerdotal, que es esencial que los candidatos al sacerdocio comprendan las
razones que vinculan el celibato al sacerdocio. El celibato sacerdotal no es
una imposición arbitraria, ni está fundado en una concepción pecaminosa de la
sexualidad, ni es una imposición medieval –como dicen algunos–. En el libro
intento exponer la vinculación
ontológica entre al sacerdocio y el celibato, que ilumina su grandeza y el
sentido místico de su vivencia.
-¿Qué distingue la castidad de la
virginidad?
-Aunque
a veces se empleen los términos como sinónimos, en sí se refieren a algo
distinto. La castidad es una virtud
moral que todo cristiano –y todo hombre– está llamado a vivir, de
manera distinta según sea su vocación personal: una es la castidad de los
casados y otra la de las vírgenes y los célibes. Pero la virginidad –y el
celibato– es una unión
esponsal inmediata con Jesucristo, sin la mediación de un cónyuge que
lo represente, que lo haga sensible.
-Se refiere en su libro a tres
condiciones para vivir la virginidad...
-La
primera, como dice claramente Jesucristo, es que Él llame a vivirla y, por lo
tanto, conceda el don y la
gracia: si no, es imposible. "No todos pueden con esto, sólo aquellos
que han recibido este don". La virginidad no es un compromiso humano sino
un don divino.
»La
segunda es que se tenga una fe
adulta, viva, que haga que Jesucristo y su amor esponsal se perciban como
reales, no como unas ideas abstractas o vagas; es preciso que, por la fe viva,
se pueda tener experiencia del amor esponsal de Jesucristo, de su presencia, de
su consuelo, de su comprensión…
»La
tercera es la madurez
afectiva y sexual. A ella dedico la segunda parte del libro. Me parecía que
había que concretarla lo más posible, pues a veces tengo la impresión de que se
habla de esta madurez de forma algo abstracta e imprecisa: todas las
debilidades o dificultades se meten en el cajón de sastre de la inmadurez
afectiva. Creo que hay que ofrecer instrumentos y conceptos precisos, en lo posible, pues
estamos tratando de misterios, la misteriosa realidad de la virginidad, el
misterio de la persona humana, el misterio de la acción de la gracia divina…
-¿Puede comentar algo, aunque sea
brevemente, sobre la madurez afectiva y sexual?
-No
puede haber tal madurez sin la acción sobrenatural de la gracia de Cristo. Siempre
he dicho que no es verdad que, como se oye a veces, "primero hay que hacer
al hombre y luego al cristiano". Es el cristiano el que va haciendo al
hombre, es Cristo quien nos va haciendo hombres.
»Pero
es verdad también que, sobre todo en los años de la formación inicial a la vida
religiosa y sacerdotal, son necesarios instrumentos que ayuden a realizar y
verificar la apertura real
y profunda a la acción del Espíritu Santo. Si la madurez humana es en
realidad la transformación de la totalidad del hombre por el Espíritu Santo a
imagen de Cristo, en todos sus dinamismos humanos –afectivos, cognitivos,
volitivos, pasionales, conscientes e inconscientes…–, entonces se trata de
abrirse totalmente a la acción divina.
»Esto
es lo que no hay que dar por descontado. No basta que, por ejemplo, en un
noviciado o en un seminario, se dedique tiempo a la oración para que se esté abierto a esta acción interior
divina. En fin, la persona humana es bastante compleja, con recovecos y
heridas, con intenciones claras pero también oscuras… Por eso intento ofrecer instrumentos concretos que
puedan ayudar en ese camino de maduración.
-¿Alguna conclusión?
-Me
parece necesario entender el sentido cristiano de la sexualidad. En realidad es
un sentido cristológico,
porque –como dice San Pablo– «el cuerpo es para el Señor y el Señor es para el
cuerpo». Por eso hablo en el libro de una "cristología de la
sexualidad". Como todo lo humano, ella ha sido creada también para Cristo:
"Todo ha sido creado por Él y para Él".
Luis Javier Moxó
Fuente: ReL