Al aproximarse el inicio de un nuevo curso académico en la Escolanía, ellos son un buen modelo en el que pueden mirarse los actuales escolanes
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| La Escolanía del Valle de los Caídos, en uno de sus conciertos, en este caso dirigida por uno de sus alumnos. Dominio público |
Sin
embargo, no solo no han olvidado lo que aprendieron -musicalmente y en su
formación personal- en el colegio adscrito a la abadía benedictina, sino que han seguido formando parte de
esa realidad, que marcado su vida con unas características hacia las que hoy
solo guardan palabras de añoranza y agradecimiento.
Mejorando día a día
Jesús
formaba parte del coro de
la parroquia de su pueblo toledano cuando otro de sus miembros,
antiguo escolán, reparó en sus excepcionales cualidades para el canto. Le
propuso ir con sus padres a ver al monje encargado de las pruebas, muy querido
por los escolanes, el padre Laurentino
Sáenz de Buruaga, fallecido hace cuatro años. Pasó el fielato y entró en 4º
de Primaria (9-10 años). Muy pronto empezó a cantar con los más veteranos:
"No tenía ni idea de música, fue una experiencia totalmente nueva que se
me hizo muy divertida. Y todos los días percibes cómo vas mejorando", nos explica.
Al
cabo de un tiempo empezó a tocar también el piano, y al ir avanzando en la Secundaria perfiló lo que
quería estudiar: "¿Qué mejor que hacer lo que siempre se me había
dado bien?" Lo hacía muy bien al instrumento, controlaba el lenguaje
musical, destacaba en el coro..." Lo tuvo claro, y en octubre comenzará
los estudios de Musicología.
Una vida más estructurada
Diego,
por el contrario, se inclina por las Ciencias y empezará Matemáticas tras lograr
una Matrícula de Honor en
el Bachillerato. Llegó a la Escolanía un poco más tarde, en 6º de Primaria
(11-12 años). A él le 'descubrieron' durante unas pruebas en su colegio de la sierra
madrileña. Él sí tenía alguna experiencia musical, porque tocaba la guitarra y siguió haciéndolo,
aunque en bachillerato se cambió a piano.
Sus
recuerdos de la escolanía no pueden ser mejores: "Era como estar en un campamento con los
amigos, solo que, en vez de ir a yincanas u otras actividades, tenías
clase". Valora mucho los beneficios para su vida personal del aprendizaje
de la música, más allá de capacitar a los alumnos para el canto: "La
música te ayuda a ver el mundo de
una manera más estructurada: es todo matemáticas, todo ritmo. Para
interpretarla tienes que adaptarte a unas reglas, y eso te facilita adaptarte a
otras realidades de la vida", expresa con sensatez.
Una huella imborrable
La
experiencia de estos dos antiguos escolanes no es excepcional. "El 95% de
los alumnos de la Escolanía están encantados", nos cuenta Jesús, aunque
siempre hay alguno a quien no le cuadra esa forma de vida. No es su caso, ni el
de su hermano menor,
que es actualmente escolán: "Me lo he pasado siempre muy bien",
recuerda para explicar que el hecho de tratarse de un internado no se hace duro
para los chicos, porque, sobre todo en los primeros años, las estancias en casa
y las visitas de sus padres son frecuentes.
Jesús
dedicará su vida la música. Diego no, pero tampoco va a desconectarse:
"Quiero continuar", afirma con convicción, y participará para ello en
alguno de los diversos
grupos corales que existen formados por antiguos escolanes y otros
cantantes.
Ambos
evocan con nostalgia uno de los aspectos más atractivos y al mismo tiempo
formativos de su estancia en la Escolanía del Valle de los Caídos, las giras nacionales e internacionales:
"Es de las mejores cosas que me llevé, sobre todo el increíble viaje a Chile. Pero incluso en las
salidas de un solo día te lo pasas genial y es muy gratificante cómo te aplaude la gente",
evoca Diego.
Los
chicos son muy conscientes del crédito nacional y exterior de la institución a la que
han pertenecido, y se sienten orgullosos del nivel musical que ofrecen en los
certámenes, dentro y fuera de España, a los que acuden junto a otros coros de
voces blancas... Coinciden en que su gran orgullo es su especialización en
canto gregoriano: son la única
escolanía del mundo que trabaja el repertorio gregoriano completo, una
proeza para intérpretes de tan corta edad.
Al
salir de la escolanía, Diego y Jesús continuaron sus estudios de secundaria y
bachillerato en otros colegios y no encontraron ninguna dificultad en la transición: ni académica,
porque afirman que el nivel que encontraron en las distintas asignaturas fue
semejante al de la Escolanía, ni de integración personal. Y eso que en este
último punto el cambio era notable, al pasar de aulas de cuatro alumnos en la
abadía ("casi unas clases
particulares", subrayan) a clases de más de veinte. Ambos hicieron
tantos amigos en
las nuevas circunstancias como habían hecho en la Escolanía.
Una historia de excelencia educativa
Como
muchos cientos de alumnos desde hace setenta años, Diego y Jesús no ocultan el
orgullo de haber formado parte de la Escolanía del Valle de los Caídos. Ésta
nació a la vez que la abadía de la Santa Cruz para contribuir a la solemnidad
de las celebraciones
litúrgicas, característica especial de los benedictinos de la congregación
de Solesmes. Seguían así además una vieja tradición europea de transmisión de la herencia
musical a través de las capillas monásticas y catedralicias por medio del canto
coral.
Al
aproximarse el inicio de un nuevo curso académico en la Escolanía, ellos son un buen modelo en el que
pueden mirarse los actuales escolanes. Charlando con ellos se percibe que
entran en la vida adulta con una madurez personal que no es moneda corriente ni entre
los adultos. Es el legado de siglos
de sabiduría educativa que se renueva cada septiembre desde 1958 bajo
la Cruz más alta del mundo y con un aire que purifica los pulmones para que
canten mejor las alabanzas de Dios en el espíritu de San Benito.
Carmelo
López-Arias
Fuente: ReL
