El cardenal Pietro Parolin celebró la misa en el campo de Bentiu, en el norte de Sudán del Sur, donde se concentraron más de 140.000 personas, en su mayoría niños
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Bienvenida al Cardenal Parolin |
El encuentro
con los representantes de la Unmiss y con los miembros de la gobernación local,
pero sobre todo el abrazo con la gente que reservó una acogida indescriptible
al Secretario de Estado quien les pidió: "Recen para que el Papa venga
entre ustedes"
Tres
personas juegan dentro de la carcasa de un Boeing que se estrelló en una de las
inmensas extensiones de tierra roja. Los demás están descalzos o directamente
desnudos, bañándose en el Nilo o enjuagando sus piernas delgadas en uno de los
charcos que, según la cantidad de botellas de plástico que hay en su interior,
son verdes o naranjas. Llevan vestidos de tul rosa o camisetas del Inter y del
Milán dos talles más grandes, pastan vacas y cabras sobre montículos de tierra
creados para contener las inundaciones.
Son
los niños, muchísimos niños, los protagonistas de la visita del cardenal Pietro
Parolin, en su segundo día en Juba, en Bentiu, zona del norte del país donde se
encuentra el campo de desplazados del mismo nombre. El mundo oyó hablar de ella
el año pasado por los casos de hepatitis y cólera, y generalmente se habla
también por sus pésimas condiciones de agua e higiene. En esta extensión de
tiendas de campaña blancas y chozas de hojalata, de palos con cortinas
utilizados como vivienda, el Secretario de Estado celebró la misa durante la
que recordó que Dios escucha el clamor de los que sufren injusticias, abusos y
persecuciones.
Llegada en un avión de la ONU
Esta
mañana al amanecer, partió en un avión de la ONU de quince plazas, y tras
sobrevolar ríos y bosques durante algo menos de dos horas, el cardenal Parolin llegó
a esta zona desértica, donde el único hilo de viento que da tregua al calor de
casi 41 grados levanta el polvo escarlata, haciendo que se pegue a la ropa y a
los smartphones. Al recibir al purpurado, grupos de mujeres le rindieron
homenaje con una túnica blanca y coronas de flores. Detrás de ellas, más niños.
Un
grupo de adolescentes con grandes sombreros y grandes faldas se sitúan frente
al cardenal: "Bienvenida mi Eminencia", dijo la mayor, y tras una
reverencia comenzó a mover los hombros y la pelvis en una danza tribal, seguida
por sus compañeras. Juntos subieron al maletero abierto de un jeep. Eran apenas
unos diez. Pocos comparado con los demás vehículos que llevan entre 25 y 30
personas. Escoltan el coche del cardenal hasta el centro de Bentiu, donde tuvo
lugar la reunión con los miembros de la gobernación local. Una reunión informal
para intercambiar saludos y reiterar el deseo de paz y desarrollo.
El ingreso en la ciudad
La
carretera es un zigzag continuo entre enormes charcos, asnos echados en el
suelo y carros de soldados con Kalashnikovs, "el arma más común en estos
lugares". Después de unos veinte minutos, el cardenal hizo su entrada en
las puertas de la ciudad. Cientos de personas fueron a las calles, saliendo de
sus tukuls, las típicas viviendas de madera tejida y con paja,
cubiertas de barro seco.
Niños,
niños y más niños se unieron a las dos filas creando un pasillo para el
cardenal; los hombres tocaban tambores de cuero, las mujeres extendían mantas
en el suelo, sobre el cieno. Probablemente a muchos ni siquiera les habían
contado el significado del acontecimiento que tuvo lugar entre sus chozas, pero
todos se unieron a la celebración, a los aplausos, a los coros de Aleluya
cantados de rodillas y con los ojos cerrados, bajo el sol que les quemaba la
frente.
El
cardenal intentó dar la mano a la primera fila, pero con sólo extender el brazo
corría el riesgo de que se iniciara una estampida. Para los niños, recibir una
atención tan simple como tocarle las manos parecía ser una fuente de inmensa
alegría. Persiguiendo a quien a su paso le gritaban "¡Hermano,
hermano!", con el pulgar hacia arriba o agitando el puño. Se morían por
entrar en las tomas de las cámaras y los teléfonos móviles. También las mujeres
que fueron las primeras en formar el cordón detrás del Secretario de Estado,
con sonrisas y gotas de sudor que resbalaban sobre las escarificaciones, las
cicatrices tribales dispuestas como hileras de puntos. Para la cultura local
son un símbolo de belleza.
La bendición en la parroquia
En
medio de esta multitud, Parolin entró en la parroquia de Santa Martina de
Porres. No es una iglesia, sino una enorme cabaña semioscura, iluminada por dos
hileras de pequeños ministrantes que sostenían velas verdes. Cantaban para el
cardenal, al que tres ancianas que lograron pasar la seguridad le llevaron
zapatillas de lona en señal de hospitalidad. Parolin casi se emocionó cuando
tomó el micrófono:
“No he venido por mi cuenta sino para traerles el
cariño del Papa Francisco. Vengo a preparar su llegada como Juan el Bautista.
El Papa quiere venir a Sudán del Sur, tiene previsto un viaje a Juba, pero la
visita está pensada para todo el país, para encontrarse con todo el pueblo”
Traducido
al idioma local, el nuer por un sacerdote, el cardenal pidió entonces que se
rece por el Papa y añadió:
“Estoy feliz de estar aquí, de compartir su fe y su
alegría. Son realmente buenos cristianos, buenos católicos”
La reunión con los representantes del UNMISS
La
siguiente etapa fue en los contenedores del cuartel general de la UNMISS, la
misión de Naciones Unidas en Sudán del Sur, donde el cardenal se reunió con el
jefe de la misión para esta nación, Paul Ebweko, y le aseguró que "la
Santa Sede aprecia lo que se está haciendo por la población del campo". Ya
en el coche, el cardenal volvió a la zona norte para entrar en el campo y
celebrar la misa.
Es
difícil encontrar palabras adecuadas para describir la bienvenida que se le dio
al Secretario de Estado, que fue llevado inmediatamente al jeep. De pie,
resguardado con un paraguas amarillo para protegerse del sol, comenzó a
saludar, aunque sin detenerse, en toda la decena de kilómetros que conducían a
la puerta de alambre de espino que marca la entrada al campamento. Saludó a los
más de 140.000 residentes del centro, que cantaban, agitaban banderas,
mostraban fotos de Santa Josefina Bakhita y perseguían en el coche. Algunos
intentaban acercarse pero eran repelidos por los voluntarios con bastones de
madera. Muchos iban descalzos, con las piernas y las manos llenas de polvo y
moscas por todo el cuerpo. En algunos lugares el olor era nauseabundo por los
excrementos de los animales y el agua estancada. Sin embargo, uno no puede
evitar alegrarse de que se muestren así a los invitados, felices.
Misa en el campo de los desplazados
La
misa se celebró en la plaza del campamento, donde había una cabaña adornada con
tiendas de campaña y festones. Había niñas con grandes sombreros, junto con las
otras vestidas de blanco que ejecutaban una danza cadenciosa al son de la
pianola, alineadas como en una procesión. Parolin en su homilía, toda en
inglés, dijo entre otras cosas:
“Nos encontramos en esta tierra difícil y, sin
embargo, siempre amada por Dios”
A
continuación, habló de la esperanza, la esperanza del Evangelio, que "no
es una esperanza incorpórea, separada del sufrimiento, que ignora la tragedia
humana" o "que no tiene en cuenta la dificilísima realidad de la
gente de Bentiu". Por el contrario:
“Nuestra historia nos hace clamar al Señor, nos hace
poner ante su altar las injusticias, los abusos, las persecuciones que
demasiados de nosotros seguimos sufriendo; pero sabemos que este grito es
escuchado por Dios y redimido, un grito que él mismo transformará en un canto
de alegría, si sabemos pedir perdón por nuestros perseguidores y rezar por los
que nos hacen daño”
De hecho, un canto de alegría estalló al final de la
misa, con el cardenal recorriendo un trecho tratando de estrechar el mayor
número posible de manos para hacer vivo y plástico ese afecto del Papa que es
el objetivo subyacente de todo el viaje a África.
Salvatore
Cernuzio, enviado especial a Sudán del Sur
Vatican News