Las 13
dominicas de Santorini rezan por el mundo y por los numerosos turistas que cada
año visitan la isla griega
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Petros Giannakouris / Associated Press. Dominio público |
En esta isla turística y que
pertenece a un país abrumadoramente ortodoxo está el pequeño monasterio
de clausura de Santa Cecilia, donde 13 monjas dominicas rezan por la unidad
de los cristianos y por los millones de personas que van pasando por Santorini.
Este monasterio fue fundado
en 1596 por una joven griega de la isla, apoyada por el obispo, Antonio de
Márchis, de la Orden de Predicadores, que en aquel tiempo contaba en
Grecia con varias comunidades de frailes. Más tarde en 1600 fue asociado ya a
los dominicos, para que con la ayuda de su oración la orden se fortaleciera y
expandiera.
En medio del bullicio de la isla y
de los turistas buscando atardeceres perfectos para subir a sus redes
sociales, la sencilla misión de estas monjas católicas ha llamado la
atención de los grandes medios como Associated Press o Los Angeles Times.
“En una isla muy turística, en lo
último que piensas es la oración, así que nosotras lo hacemos”, afirma la priora sor Lucía
María de Fátima.
Tanto ellas como el resto de
religiosas hablan tras la reja que separa el espacio para los fieles y la zona
de clausura. Tras la pandemia, las monjas darán la bienvenida a los visitantes
a la parte pública de su iglesia con una misa a principios de agosto por el 425
aniversario del convento.
“No echamos nada de menos. Cuando
Dios nos dio la vocación de ser enclaustradas, nos dio el paquete completo”,
dijo la hermana María Esclava, originaria de Puerto Rico.
Don Félix del Valle, sacerdote
español, ha dirigido ejercicios espirituales periódicos en el convento durante
más de 10 años. “En un mundo de consumo, de diversiones, ellas dan
testimonio de que solo Dios basta”, comenta.
“Estas mujeres encuentran a Dios en
una vida dedicada a la oración o el recogimiento”, explica Margaret McGuinness,
profesora emérita de religión en la Universidad La Salle de Filadelfia.
Sor María de la Iglesia pasó casi 40
años en Santorini antes de volver a España para dirigir la Federación Madre de
Dios, que supervisa este y otros nueve conventos católicos dominicos en
cuatro continentes. “En la lógica actual, nuestra vida no se entiende
y no se valora, pero la Iglesia sí” lo hace, agrega. “Somos la voz de
la iglesia, que incansable alaba, suplica por toda nuestra humanidad. Una
misión apasionante”.
Cuando no están rezando, las
hermanas, con edades que van de los 40 años a los 80, se ocupan de las tareas
del convento: cuidan el jardín, donde cultivan tomates, limones y uvas, y
preparan hostias para la mayoría de las parroquias católicas de Grecia.
Durante dos descansos diarios rompen
su silencio para conversar en las amplias terrazas, con el mar Egeo de fondo.
Al amanecer, una campana llama a la
primera de las oraciones del día, la mayoría cantadas en latín, español y
griego. “Mientras va saliendo el sol, la creación y la persona se unen en
armonía de alabanza a Dios”, comenta la hermana María Guadalupe. Asegura
que en los monasterios de todas las zonas horarias, siempre hay alguien que
mantiene activa la oración. “No estamos fuera del mundo, estamos muy metidas en
el mundo”.
En Grecia, un país mayormente
ortodoxo, la presencia del convento católico expresa el deseo de unidad
con otros cristianos, dicen las hermanas. Las religiosas tienen buena
relación con los monjes y monjas ortodoxos de la isla y recuerdan con
entusiasmo una visita en la que cantaron himnos juntos.
“A pesar de estar encerradas, han
sido siempre un elemento importante de la vida de un lugar”, añade
Fermín Labarga, profesor de la Historia de la Iglesia en la Universidad de
Navarra en España.
Fue precisamente en España donde
Santo Domingo fundó la parte femenina de la orden dominicana hace más de 800
años, para orar constantemente en lo que Labarga llamó la “retaguardia”,
mientras sus compañeros religiosos llevaban el Evangelio al mundo.
Ese “espíritu misionero en un
espacio contemplativo”, como lo describe la hermana María de la Iglesia,
continúa animando a las monjas de hoy, que visten el tradicional velo negro
dominicano y el hábito blanco, que representa la penitencia y la inocencia.
Llegaron a Santorini en su mayoría desde el Caribe (Puerto Rico y Santo
Domingo), además de Angola, Corea, Argentina, Grecia y España.
La iglesia original fue construida
en 1596 en el promontorio rocoso de Skaros, hoy un lugar popular para observar
el atardecer, que también fue un escondite de piratas. Después de un terremoto,
se trasladó a la ciudad principal de Thira, a unos pocos kilómetros de
distancia, donde sobrevivió a otro terremoto devastador en
1956 que hizo que muchos residentes, incluidos otros religiosos católicos, se
fuesen de la isla.
Hay grandes rocas incrustadas en
la artística reja que divide el área pública de la iglesia
desde donde oran las hermanas, cerca de un globo terráqueo que refleja su
conexión con su entorno. Las hermanas se mantienen al día sobre los
acontecimientos mundiales a través de varios medios de comunicación y de
publicaciones católicas, así como de homilías diarias en la
misa.
También reciben solicitudes de
oración de otros religiosos y visitantes, pidiendo de todo, desde la paz
mundial hasta la curación de enfermedades, “y niños, muchos niños”, dice en
broma la hermana María Flor de la Eucaristía. “Sufrimos también,
sentimos el dolor de las familias y del mundo, pero con esperanza cierta, que
es el motivo de alegría”, afirma sor María Fátima, oriunda de
Angola.
Esa convicción se percibe en el
optimismo que transmiten las monjas, a pesar de una vida austera que
requiere sacrificios tanto a ellas como a sus familias, a las que sólo pueden
ver ocasionalmente desde el otro lado de las rejas.
“Es un llamada de Dios, no puedes
seguir otro camino. Una llamada continua, para poder seguir con alegría”, señala
sor Lucía María de Fátima, originaria de Argentina. Esa alegría la
encuentran con creces en su vocación, pese a tener que renunciar a la mayoría
de las actividades que atraen a cientos de miles de turistas a Santorini, como
ir a la playa.
La hermana María Isabel dijo
que le encantaba ir a las playas en su Puerto Rico natal. Cuando entró al
convento de los dominicos allí, ya no pudo ver el océano.
Al ser trasladada al convento
principal en Olmedo, en el corazón de España, pensó que nunca volvería a ver
una ola. Hasta que vino la misión en Santorini. “El Señor te da gracias que
no esperabas”, comentó, con una amplia sonrisa, antes de que sonara la
campana y regresase corriendo a la iglesia para seguir cantando alabanzas a
Dios.
Fuente: ReL