Con tan sólo 43 años ha sido llamado a encabezar no sólo una importante y simbólica comunidad monástica sino una congregación entera.
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Dom Geoffroy Kemlin, abad de Solesmes. Foto: Famille Chretienne |
En
estos momentos hay en
torno a 600 monjes en sus abadías y monasterios, así como 175 monjas y 115
religiosas Servants des Pauvres (oblatas
benedictinas vinculadas a la congregación). Del mismo modo, hay más de 30
postulantes y novicios, 13 novicias y postulantes entre las monjas, y 5 entre
las siervas.
Son
muchos e importantes los retos a los que se enfrenta a este nuevo abad, cuyo
cargo es vitalicio, por lo que durante décadas verá la evolución de una forma de vida que choca totalmente con
la sociedad actual.
“Es
un hombre joven, muy inteligente, de origen alsaciano. Es un hombre cercano,
agradable, culto, simpático y espiritual. Proporciona mucha esperanza de futuro y al mismo tiempo es una
garantía de continuidad del espíritu de la congregación de Solesmes, ya que
ha venido siendo el hombre de confianza del abad anterior. Es un hombre
profundamente impregnado del espíritu de Prosper Guéranger, fundador de la
congregación, y de todo lo que significa la congregación en la vida de la
Iglesia”. Así definía para ReL el padre Santiago Cantera, prior del Valle de los Caídos, a Dom
Geoffrey Kemlin, en cuya elección participó en Solesmes.
Ahora,
en una interesante entrevista en Famille Chretienne, el nuevo abad habla con
franqueza de todo lo que le viene por delante y de la importancia de la vida
monástica en la vida de la Iglesia, pero también para el mundo.
Un abad que reconoce sus debilidades
De
este modo, Dom Geoffroy confiesa cuál es su mayor deseo como abad de Solesmes:
“¡Quisiera que todos mis hermanos fueran apasionados de Dios! Que sean felices bajo la
mirada del Padre y no busquen su felicidad en otra parte. Esto es lo
que pido varias veces al día en mi oración”.
Lo
primero que hizo tras ser elegido por sus hermanos, la inmensa mayoría mayores
que él en edad y con más años de vida monástica, fue que rezaran por él. Y
explica por qué lo hizo: “no era una fórmula vacía. Tengo mis debilidades. Los
monjes las ven o no… Tengo
una lucha que liderar, como todo cristiano, la de la coherencia entre lo que
somos y lo que hacemos. ¡Los abusos en la Iglesia han demostrado de
manera escandalosa que sacerdotes y religiosos pueden llevar una doble vida!”.
Él
mismo insiste en que no puede imaginar que “todo esté escrito de antemano” y
reconoce haber tenido sus “propias dificultades en la vida monástica”. Cuenta que su padre no aceptaba
que Dios le llamase a ser monje. “No quería ver irse a su hijo mayor, fue
un poco como el sacrificio de Abraham para él”, relata. Su padre llegó incluso
a escribir al abad de Fontgombault, donde quería ingresar Geoffroy Kemlin, e
incluso debido a esto tuvo que esperar un año más. Fue duro, pero una lección
de la que aprendió mucho.
Pero
este camino de dificultades y debilidades prosiguió: “entré en la Abadía de Fontgombault antes de reorientarme hacia
Solesmes. Siempre hay un camino por recorrer en la confianza. Sin
embargo, no debemos desconfiar de todo, de lo contrario no avanzamos”.
Como
abad ejercerá de “padre” de la comunidad, precisamente en un momento en el que
está palabra está siendo borrada y la figura del padre se está desvaneciendo.
Ante esto asegura que “tal vez sea más difícil ser abad hoy que en el pasado...
Pero como no viví en el pasado, ¡es difícil comparar! Simplemente noto que
somos los hijos de nuestro tiempo. Los
defectos de la época contemporánea, como el individualismo que genera la
incapacidad de trabajar juntos, nos afectan. Por lo tanto, ser abad es
exigente. Esto presupone saber escuchar a todos".
Una mirada al mundo desde el interior de
una abadía
Dom
Geoffroy muestra con sus palabras que ser monje no es escapar del mundo, sino mirarlo desde una
perspectiva diferente. De hecho, no viven ajenos a lo que ocurre fuera, más
bien al contrario, saben hacer una radiografía precisa de la sociedad.
Acerca
de la política, el abad de Solesmes asegura que “los cristianos ya no se
reconocen en una personalidad política. ¡Es una oportunidad, porque evitaremos
soñar con un hombre providencial!”. Pero, a pesar de ello, recuerda que “los católicos no deben
abandonar los asuntos públicos. Los propios políticos esperan algo de
ellos. La vivencia auténtica del evangelio toca y atrae a las personas. No
estoy desesperado por el lugar de los cristianos en la sociedad. Simplemente
hay que pasar del discurso a la vida, incluso en temas difíciles como el
aborto... Una familia que acoge a un niño discapacitado inspira respeto, ¿no es
así?”.
La Regla de San Benito fue
escrita precisamente en un momento de cambio de civilización, y son muchos los
que creen que en estos momentos se está empezando a fraguar también otro. El
abad cree que la Regla, aunque escrita hace 1500 años, puede ayudar hoy porque “insiste en la importancia del
discernimiento".
“San
Benito enumera muchos puntos muy precisos, pero siempre deja al abad discernir
su implementación. Es responsabilidad de todos sopesar los pros y los contras
para tomar la decisión correcta bajo la mirada de Dios. Esta es la razón del
éxito de la Regla a través de los siglos. Nos permite superar las crisis. En los momentos de tensión, el
camino no está trazado de antemano y hay que discernir”, explica Dom
Geoffroy Kemlin.
Y
precisamente este discernimiento se aplica y afecta a la vida diaria: “la Regla
distingue el interior y el exterior. En la liturgia recibimos del exterior una
palabra que transforma nuestro interior. San Benito está convencido de que lo
exterior nunca es trivial. Todo en nuestra vida adquiere entonces un peso
extraordinario. Lo que
hago por fuera transforma mi interior. Dios está en todas partes y en todas las
cosas. Las comidas mismas se convierten en liturgias. ¡Todo nos habla
de Dios!”.
Una vida radical que llama la atención
Por
otro lado, los monasterios siguen siendo un foco de atracción todavía hoy para
mucha gente. Así lo atestigua este joven abad, que señala que “la actual descristianización
suscita paradójicamente mucha curiosidad con respecto a los monasterios. Sentimos
una enorme buena voluntad de los pasan, ya sean agnósticos, ateos o musulmanes.
Percibo una gran expectativa”.
Aún
así, el abad insiste en que los monjes deben evitar la tentación de encerrarse:
“¡no se puede ser benedictino sin ser misionero de corazón! Queremos compartir
el Evangelio y no encerrarnos entre muros. Encerrarse es fácil. Ser misionero a lo largo de nuestra vida,
detrás de la reja, es muy exigente. Significa seguir a Jesús en todo
momento y decir no a Satanás”.
¿Esta
radicalidad justifica la crisis vocacional en la vida monástica? “¡Siempre es
Dios quien llama! Debemos mantener una gran confianza, porque Él tiene el
control. Él da cuando es necesario. Cuando oramos, Dios responde y realmente
experimentamos eso. Todo está en las manos del Señor. Pero lo que depende de nosotros es nuestra autenticidad.
Quisiera decir a todos los que tienen miedo del futuro que nos basta ser
felices con nuestra fe y permanecer fieles. Esta felicidad será de por sí
radiante”, afirma de manera convencida.
Una
de las particularidades de la congregación de Solesmes es su profunda unión al
Romano Pontífice. Dom Geoffroy lo aclara: “¡Esto no es papolatría! Esta
convicción tiene sus raíces en el Evangelio y en las promesas de Cristo a
Pedro. Cuando nos apoyamos en Pedro, nos apoyamos en Cristo. La verdad viene de
Roma, pero esta verdad no es la de un momento. Siempre es lo mismo y, sin
embargo, siempre se adapta. Querer tomar sólo un pedazo de él es
distorsionarlo. Esta convicción nos da una gran confianza. Es cierto que el
Papa suscita preocupación entre algunos católicos. ¡Con nosotros, no! Porque sabemos que él es parte de
una larga línea. Sus palabras tienen peso, pero no deben separarse de todo lo
anterior”.
Una respuesta a la guerra litúrgica
La
otra gran característica de los monjes adscritos de Solesmes es el especial
cuidado de la liturgia. De hecho, en la congregación hay abadías que siguen el
rito extraordinario y otras muchas la liturgia ordinaria.
“La liturgia es en verdad algo vital, y por eso la gente se pelea entre ella... ¡aunque yo no invito a nadie a pelear! La esencia de la vida benedictina es precisamente la vida litúrgica. Es una oración comunitaria, la de la Iglesia, esposa de Cristo, que tiene palabras para dirigirse a Él. San Benito nos invita a recibir de la Iglesia las palabras que transformarán nuestro corazón. Nuestra congregación tiene dentro de ella varios monasterios que celebran en forma extraordinaria, mientras que otros celebran en forma ordinaria.
Debo testificar que existe una unidad
inquebrantable entre nosotros. Todos obviamente están haciendo un esfuerzo.
Cuando los abades de estas comunidades vienen a Solesmes, concelebran la Misa
con nosotros. E inversamente. Nadie considera al otro como un monje de segunda
clase. La prueba es que el actual abad de Fontgombault es uno de los cuatro
asesores del abad presidente. Tenemos en común la certeza de que es necesario
retomar toda la enseñanza de la Iglesia, desde sus orígenes hasta nuestros
días. ¡No hay elección entre concilios o papas! Esto nos permite una sana
diversidad”, explica al respecto.
Es
así como el abad de Solesmes entra a valorar las últimas decisiones del Papa
Francisco al respecto, sobre todo teniendo abadías que han optado por el rito
extraordinario: “entiendo la intención del Papa con el motu proprio Traditionis custodes. Quería recordar la
unidad de la liturgia en la Iglesia. ¡La liturgia no puede ser autoservicio! Es la Iglesia
la que nos enseña a rezar. No quiso que, bajo el pretexto de poder elegir la
forma litúrgica, se pudiera elegir en el magisterio y dejar de lado el Concilio
Vaticano II. Entendí menos el decreto a favor de la Fraternidad de San Pedro...
Esta decisión parece significar que hay dos Iglesias separadas: una que celebra
en forma renovada y otra con grupos que usan la forma antigua.
Y
para acabar la entrevista Dom Geoffroy Kemlin define lo que es la “Tradición”: “la tradición
está viva o no, afirma con fuerza Benedicto XVI. Estas no son cosas muertas guardadas en una caja, sino un
tesoro para pasar a las generaciones presentes y futuras. Por lo tanto, la
creatividad es necesaria para que la Tradición permanezca viva. ¡Esto es muy
exigente! La tradición es un poco como una planta o un animal... ¡La forma más
fácil de preservar el animal sería disecarlo! Y para las plantas, ¡hacer un herbario
con hojas secas! La Tradición viva siempre se empieza de nuevo”.
Fuente: ReL