Con la solemnidad que merece y las ganas de reunirse y celebrar tras dos años de pandemia que tanto han limitado. Así han celebrado hoy los sacerdotes de la Diócesis a su patrón, san Juan de Ávila.
La iglesia del Seminario ha
sido el escenario en el que, bajo la mirada de la imagen del santo —y sus
reliquias—, se ha celebrado la Eucaristía con la que se ha rendido homenaje a
quienes hoy celebran sus bodas sacerdotales, pero también a todo el presbiterio
de la Diócesis.Foto: Diócesis de Segovia
Arropados por sacerdotes, familiares, amigos y feligreses, los
ocho presbíteros homenajeados han concelebrado la Eucaristía, presidida por
Mons. César Franco. Una celebración que también ha contado con la presencia de
D. Ángel Rubio, obispo emérito.
En su
homilía, don César ha querido destacar que los sacerdotes son «luz, sal y
ciudad edificada en un lugar visible» y debemos dar gracias por ellos, porque,
aunque algunos de ellos incluso han superado los años de jubilación «aquí
están, fieles, prestando sus servicios a pesar de las dificultades». El Obispo
ha hecho referencia a un encuentro previo a la misa, en el que los homenajeados
han recordado anécdotas de todos estos años de servicio, no sin alguna laguna
ocasionada por la edad y la acumulación de vivencias.
En este punto, ha querido resaltar que, a pesar de todo ello,
hay algo común en sus testimonios y todos recuerdan: «el amor de Dios, la
llamada, el origen de su vocación en familia cristiana, su tiempo de Seminario,
la vida y la compañía de los hermanos sacerdotes». Y es que, como ha apuntado
don César, las experiencias de Dios permanecen para siempre, pues se guardan en
la memoria del alma, más firme que la del cerebro. Como muestra, el Obispo ha
recordado que, ya en su vejez, su madre no recordaba quién era, pero en cuanto
iniciaba un «Dios te salve…» ella continuaba rezando el Ave María completo.
Precisamente, lo que hoy celebramos, «la memoria de la fe».
Aludiendo a la figura de san Juan de Ávila, Mons. Franco ha
querido resaltar que fue un «ejemplo para los sacerdotes y para el pueblo», un
gran reformador que entendió que la Iglesia no podría cambiarse si no lo hacían
sus ministros. El «apóstol de Andalucía» propuso la renovación del clero,
entendiendo que de ahí vendría la reforma de la Iglesia, predicando a los
fieles para que fueran santos, puesto que así surgirían las vocaciones al
ministerio. Don César ha hecho referencia al epitafio que aparece en la tumba
de san Juan de Ávila: «fue sembrador», para subrayar que la predicación de la
Palabra es el instrumento que «se nos ha dado para ser pastores del Pueblo de
Dios».
San Juan de Ávila, ha rememorado, «se dejó la vida en la
dirección de espíritus», en el acompañamiento espiritual ya que entendía que
una forma de ser pastor, «la única forma», es siendo padre. Una hermosa lección
la de este santo para el pueblo y los sacerdotes porque, «¿quién no quiere que
la Iglesia sea mejor, más limpia, más santa, más justa y más fraterna?». Ahí,
ha aseverado don César, está el papel del sacerdote, quien, con su predicación
verdadera, su enseñanza continua y su tarea de paternidad hace que los hijos
crezcan. «Solo con los instrumentos de san Juan de Ávila seriamos maestros
ejemplares para el pueblo. Ese pueblo santo, justo, caritativo que queremos
tener, crecería porque Dios es fiel a sí mismo», ha afirmado el Obispo,
agregando que, igual que ha traído a los sacerdotes hasta este día «nos
acompañará siempre en esta tarea tan bella que ha puesto en nuestras manos y
que, en palabras del propio santo, no se puede comparar con el ministerio de
los ángeles».
Finalmente, ha pedido a sus hermanos homenajeados que el Señor
les de consuelo y alegría, «porque Él os ha llamado para ser lo que sois», pidiendo
también al Padre que premie sus fatigas. Para los más mayores, ha pedido que
aleje de ellos toda duda, toda sombra de escepticismo y de pensamiento que les
haga creer que la vida puede con nosotros. «Alegraos profundamente en el Señor,
que os ha llamado para ser sus ministros, que la Virgen os acompañe en vuestra
vida y no olvidéis que ella, siempre es Madre», ha concluido don César.
Agradecimientos
Ángel Miguel Alonso, rector del Santuario de la Fuencisla y
canónigo de la S.I. Catedral, ha sido el encargado de hablar en nombre de los
homenajeados. «Hay veces que los labios deben callar para que el corazón
hable». Con estas palabras ha comenzado una intervención en la que ha recordado
ha sus hermanos sacerdotes que el Señor «cuenta con nosotros, quiere que le
acompañemos ¡qué bien que siempre nos digan ‘sois del grupo de Jesús’!», para
agregar que en la tarea que se les ha encomendado, a veces difícil, tienen
garantizada su compañía.
Alonso ha destacado que los presbíteros no son alumnos,
sino «discípulos conectados a Cristo para que pase la corriente de Dios a nosotros».
Palabras de agradecimiento para don César, «por su cercanía y preocupación por
los sacerdotes», y para don Ángel, por querer participar de esta fiesta. Pero
también agradecimiento a los profesores y educadores que les ayudaron en su
camino al sacerdocio con sus enseñanzas. Y, en especial, a sus padres y
familias, que «respetaron la libertad de poder elegir esta maravillosa
vocación». Con los hermanos ancianos y enfermos presentes en sus oraciones, ha
querido agradecer a las religiosas, familiares y amigos por la colaboración en
las respectivas parroquias.
Finalmente, ha parafraseado al Papa emérito,
Benedicto XVI, para decir que san Juan de Ávila es el mejor compañero y
terminar con un «¡Viva san Juan de Ávila!» que ha sido replicado con un clamoroso
«¡viva!» de sacerdotes y congregados en la iglesia del Seminario.
Antes de la Eucaristía, los sacerdotes homenajeados han querido
compartir con sus hermanos las anécdotas que recuerdan con más cariño de todos
estos años de ministerio. El más joven de todos, German Huayaney, nació en
Lima, donde, procedente de una familia cristiana, pronto decidió que quería
ingresar al Seminario. Recuerda que, de todos los que postularon y después
ingresaron, pocos fueron los que finalmente alcanzaron la meta de recibir la
Ordenación Sacerdotal.
Algunos
recuerdan, como Ángel Miguel Alonso, cómo en su pueblo natal —Fuente el Olmo de
Íscar—, vieron ordenarse a varios sacerdotes (incluido su hermano Julio) en
poco tiempo, todo un logro teniendo en cuenta la escasez de habitantes de la
localidad. Otros, como Rafael San Cristóbal, rememoran que no sabían como decir
a sus padres que querían ir al Seminario, aunque el decir a su madre «han
venido en el coche de línea los seminaristas», le sirvió para que ella le
contestara con un «¿y tú quieres ir?» que le pondría en bandeja el ‘sí’.
También Ildefonso Asenjo recuerda el miedo que tenía para decirles a sus padres
que quería ir al Seminario, con una silla vacía a la hora de la comida en una
mesa que compartían ocho hermanos y los padres, se dieron cuenta de que algo le
pasaba a ‘Fonsito’ quien, cuando contó lo que quería, no tuvo problema para
recibir la aceptación de su familia «siempre que vaya tu hermano (gemelo)».
«Fonsito que haga lo que quiera, pero yo no voy a ir», asegura que dijo su
gemelo entonces.
Vivencias compartidas las del Seminario, que
aquí en Segovia y en Vitoria enseñaron a Ángel Galindo y a José Antonio Velasco
a valorar la importancia de la vida en comunidad, a tener muy presentes a los
compañeros y a recordar las enseñanzas de quienes les instruían, algunas de
ellas atesoradas con gran valor en la memoria y el corazón. Como las que guarda
Jesús Sanz de toda una vida, 65 años, dedicado al servicio a la Iglesia, o las
de Lorenzo Gómez, quien, en sus tiempos como capellán de Policía y Guardia
Civil, vivió los años más duros del terrorismo de ETA, recibiendo incluso una
lección de una madre que enterraba a su hijo quien, al oírle decir que estaban
enterrando con pena a uno más ella contestó: «uno más no, es mi hijo».
Toda una vida de esfuerzo y dedicación por la que todo el Pueblo
de Dios damos gracias, pidiendo al Padre que siga enviando obreros a su mies.
Fuente: Diócesis de Segovia