Anna, hija de judía y ateo, se preparaba para ser médico
Anna, hija de judía y ateo anticlerical, creció sin fe pero contactó en la universidad con jóvenes católicos. |
La madre de Anna es judía y su padre
católico, pero solo de bautismo, porque sus convicciones son ateas y “más bien
anticlericales”. Así que ella, que tiene ahora 32 años, creció en un hogar
donde nadie le transmitió
la fe.
Compañeras católicas
Algo empezó a cambiar cuando, a los 17 años, salió de su casa para
hacer la carrera de Medicina.
Sus padres decidieron que se alojase en una residencia universitaria dirigida
por religiosas.
“Allí conocí a jóvenes
católicas que se convirtieron en mis amigas”, cuenta a Découvrir Dieu,
“con quienes conversaba sobre la fe y sobre asuntos de ética… No siempre
estábamos de acuerdo, y también nos cuestionábamos muchas cosas para las que no
siempre teníamos argumentos. Pero eran conversaciones y diálogos muy bonitos y
nos servían para caminar juntas, unas al lado de otras”.
De la Pasión en misa a la
Pasión en el cine
Anna pasó a segundo año de carrera y luego dejó la residencia,
aunque mantuvo el contacto con ese grupo. Un día le propusieron ir a misa el
domingo… y no era un domingo cualquiera: “Me encontré en mitad de una misa que
duraba dos horas, porque era Domingo
de Ramos”, festividad en la que se canta completa como Evangelio la Pasión
del Señor.
“Cuando salí, me dije que no volvería nunca. Lo encontré largo y
bastante pesado”, confiesa. Aunque esa Semana Santa le esperaban más sorpresas:
“El viernes me encontré viendo una película llamada La Pasión de Mel Gibson, que me sacudió por
dentro”.
Una circunstancia que se repite en muchos conversos, que descubren
en esa obra maestra del cineasta australo-estadounidense la magnitud del amor
de Dios por los hombres. Es el caso de Gabriela, de Isabelle o de Priscille, por citar solo
algunos de los testimonios recogidos en ReL.
A Lourdes... pero no a rezar,
sino a estudiar
El caso es que, de una forma u otra, ya fuese en conversaciones,
en misa o en el cine, Anna fue tomando contacto poco a poco con la religión a
lo largo de sus tres primeros años en la Universidad. Eran “pequeños momentos
para hablar de fe... Dios
se introducía un poco en mi vida, de forma discreta, pero presente”.
Al acercarse el final de curso en 2009, tenía exámenes que preparar y
unas amigas le propusieron hacerlo juntas en Lourdes. Aceptó y estuvieron una semana.
Allí, al final de cada jornada, cuando estaban cansadas de
estudiar, acudían a escuchar los testimonios de los peregrinos.
Entre ellos, el de una pareja que contó su conversión, de la cual
resultaría a la postre la de la propia Anna.
Un canto a la Virgen
“Al final de su testimonio", evoca, "entonaron una
canción a la Virgen": "Ese
canto verdaderamente me transformó. Profundamente. Tuve una sensación
interior que no sé cómo explicar, la sensación de que María venía a mí, me tomaba de la mano, tomaba la mano
de Jesús y unía
nuestras manos diciendo: ‘Ahora haréis juntos, el mayor tiempo posible, este
alegre camino’”.
“Me sentí completamente transformada y confundida. ¡Fue ella me presentó a Jesús,
a quien no conocía de nada! Me presentó a su Hijo y fue la primera vez que
experimenté esa sensación interior”, confiesa.
Pero no la última: “Desde
entonces, Jesús jamás me ha abandonado. Hoy, Jesús es un hermano, un amigo,
alguien firme en quien puedo descansar, un Padre. Es alguien que está las
veinticuatro horas del día cerca de mí”.
Por respeto a sus padres
Cuando regresó a su facultad, en Tours, tras esta experiencia de Dios, Anna había cambiado:
“Descubrí lo que es ser católico, practicar esa fe, gracias a muchas familias,
gracias a muchos amigos. Tuve la suerte de vivir una conversión extraordinaria".
Quería recibir el bautismo, pero no quiso hacerlo de manera
inmediata por respeto a sus padres: "Decidí esperar a que ellos estuviesen
de acuerdo. No me sentía aún en plena sintonía con ellos. Quería que estuviésemos en el
mismo bando".
Pasando un tiempo dio finalmente el paso: "Porque tenía la sensación
de estar negándome a mí misma. Así que pedí el bautismo. Lo recibí en 2014, cinco años después de la
experiencia de Lourdes. Fue todo un itinerario, recorrido también por mis
padres quienes en cierto modo vivieron también una conversión. Hoy respetan mi
camino y las decisiones que tomo sobre mi vida".
"Yo intento al máximo irradiar esta fe", concluye,
"esta alegría que me llena profundamente. Ellos pueden ver que soy plenamente feliz, que soy
una hija llena de alegría. Dios
está ahí, profundamente, cada día. Y realmente eso ha cambiado mi vida".
C. L.
Fuente: ReL