Será beatificado el 26 de febrero, con otros mártires de la diócesis de Granada
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El próximo 26 de febrero, la catedral de Granada acogerá la beatificación de 14 sacerdotes, un
seminarista y un laico martirizados durante la persecución religiosa
que asoló a los católicos españoles entre 1931 y 1939.
Durante esos 8 años España fue testigo de la mayor
persecución sobre la Iglesia en 2.000 años de historia, que
se llevó por delante la vida de más de 8.000 religiosos por odio a la fe.
La persecución fue especialmente cruenta con los seminaristas: más del 43% de
los españoles fueron asesinados entre 1930 y 1934. Las cifras de la provincia
de Granada son similares, donde según datos del especialista Vicente Cárcel
Ortí los seminaristas redujeron de los 830 a 534 en las mismas fechas.
Se calcula que en 1934, 103 iglesias de la provincia estaban sin
párroco ni sacerdote, 51 de ellas fueron total o parcialmente destruidas y más
del 10% de los sacerdotes fueron asesinados.
"Un referente como
ser humano"
Uno de ellos fue el próximamente beato Lorenzo Palomino Villaescusa, recordado como "un
referente como ser humano" en palabras de su sobrino nieto, Juan
Villaescusa.
Nacido en 1867 en Salobreña (Granada), Lorenzo Palomino comenzó
sus estudios en el seminario de San Cecilio para ser ordenado sacerdote en
1895.
Desde la última década del siglo XIX y hasta el estallido de la
Primera Guerra Mundial en 1914, se produjo una migración masiva desde Italia y
España hacia Argentina, de la que los granadinos fueron grandes protagonistas.
El joven sacerdote, movido durante por una profunda preocupación social, decidió
acompañar a sus paisanos para convertirse en benefactor de los migrantes y
necesitados de la antigua provincia española.
Como detalló su sobrino nieto a la Archidiócesis de
Granada, el sacerdote destacó especialmente por su labor en Villa Miseria,
un asentamiento similar a las favelas brasileñas.
Sacerdote y agricultor
para los más necesitados
“Se dedicaba a dar clases
de cultura básica y religión en algunas escuelas pobres. Era un lugar
en el que los sacerdotes no eran bien recibidos. A pesar de ello, él logró
integrarse con ellos”, explica su sobrino.
En él, la caridad casi excedía los límites. "Tenía desde
luego una personalidad atípica. Era una persona que daba más de lo que tenía y quería recibir menos de lo que
necesitaba. Muchas veces daba su comida y su ropa para quien lo
necesitaba", añade Villaescusa.
Pero su afecto y cercanía por los más necesitados le llevó más
allá, y no solo daba lo que tenía, sino que comenzó a trabajar para ceder sus
ganancias. En 1918, tras su regreso a Granada, el sacerdote se desempeñó como
vicario parroquial de Salobreña, pastor de fieles en la iglesia de Lobres y
como agricultor: repartía
la cosecha de azúcar, patatas y maíz a los más necesitados de la localidad.
Para la mayoría de la gente de Salobreña, "era un referente como ser humano,
aunque para algunos era una mala persona por el hecho de ser sacerdote".
Una tortura espiritual
La persecución religiosa no tardó a Granada. En verano de 1936,
recién comenzada la guerra, Palomino fue delatado por uno de los paisanos a los que ayudaba, apresado
y dirigido a la iglesia de Nuestra Señora del Rosario.
En ese mismo momento comenzó la agonía del presbítero, sufriendo
primero "el martirio de las
cosas" cuando sus verdugos le obligaron a asistir a la vandalización del templo, el
destrozo y la mutilación del famoso Cristo del Perdón.
Después fue encarcelado junto al párroco, Antonio Morales Moreno,
y su primo y tocayo, Lorenzo.
Un acto heroico antes de
dar la vida
Una noche, mientras dormían en el suelo, los presos oyeron el
motor de un coche aproximarse. Presintiendo su suerte, Palomino pidió al párroco la que sería su
última confesión, antes de que este último fuese liberado.
La madrugada del 9 de agosto, el sacerdote de 69 años fue llevado
a una antigua azucarera, donde fue maniatado y situado frente a un pelotón de fusilamiento junto a
su primo, padre de tres niños -uno de 8 meses-.
"No matéis a mi primo, que es padre de familia, matadme a mí,
que yo no tengo obligaciones", rogó el sacerdote.
Ante la negativa, se abalanzó sobre el pelotón buscando dar al padre de familia
una última oportunidad de sobrevivir. Ambos fueron fusilados en el
acto, para ser enterrados en una fosa común en el cementerio de Motril.
Posteriormente fueron exhumados, identificados y sepultados en el cementerio de
Salobreña.
J. M. Carrera
Fuente: ReL