Francisco constata que se trata por todos los medios de alejar el pensamiento de nuestra finitud, engañándonos así para quitarle su poder a la muerte y ahuyentar el miedo
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En la
catequesis de la audiencia general dedicada a San José, patrono de la
"buena muerte", el Santo Padre agradece por los progresos de la
medicina en los cuidados paliativos para acompañar el final de la vida,
recordando que la eutanasia y el suicidio son “inaceptables”.
En
la catequesis de
la audiencia general del segundo miércoles de febrero, el Papa Francisco
continuó profundizando sobre la figura de San José, centrándose hoy en la
devoción especial que el pueblo cristiano siempre ha tenido por él como
“patrono de la buena muerte”, considerando que “José murió en presencia de la
Virgen María y de Jesús”.
Una
devoción aconsejada por el Papa Benedicto XV hace un siglo, recuerda Francisco,
en su Motu proprio Bonum sane,
en el que animaba pías prácticas en honor de San José a favor de los
moribundos.
El
Pontífice inició su reflexión afirmando que nuestra relación con la muerte no
se refiere nunca al pasado, sino siempre al presente. “La llamada cultura del
‘bienestar’ – evidenció - trata de eliminar la realidad de la muerte, pero de
forma dramática la pandemia del coronavirus la ha vuelto a poner en evidencia.
Muchos hermanos y hermanas han perdido a personas queridas sin poder estar
cerca de ellas, y esto ha vuelto la muerte todavía más dura de aceptar y de
elaborar”.
La fe ayuda a afrontar la muerte
A
pesar de esto, Francisco constata que se trata por todos los medios de alejar
el pensamiento de nuestra finitud, engañándonos así para quitarle su poder a la
muerte y ahuyentar el miedo. Pero - precisa –“la fe cristiana no es una forma
de exorcizar el miedo a la muerte, sino que nos ayuda a afrontarla. La
verdadera luz que ilumina el misterio de la muerte viene de la resurrección de
Cristo”.
Por la resurrección de Jesús, miramos con ojos nuevos
toda la vida
Y
asegura que “solo por la fe en la resurrección nosotros podemos asomarnos al
abismo de la muerte sin que el miedo nos abrume”. La muerte, “iluminada por el
misterio de Cristo –añade el Santo Padre – “ayuda a mirar con ojos nuevos toda
la vida”.
¡Nunca
he visto, detrás de un coche fúnebre, un camión de mudanzas! No tiene sentido
acumular si un día moriremos. Lo que debemos acumular es la caridad, es la
capacidad de compartir, de no permanecer indiferentes delante de las
necesidades de los otros. O, ¿qué sentido tiene pelear con un hermano, con una
hermana, con un amigo, con un familiar, o con un hermano o hermana en la fe si
después un día moriremos? Delante de la muerte muchas cuestiones se
redimensionan. Está bien morir reconciliados, ¡sin dejar rencores y sin
arrepentimientos!
Inmoral el encarnizamiento terapéutico
“El
Evangelio nos dice que la muerte llega como un ladrón” – prosigue el Papa –
recordando que aunque intentemos querer tener bajo control su llegada, quizá
programando nuestra propia muerte, “permanece un evento con el que tenemos que
rendir cuentas y delante al cual también hacer elecciones”. Y señala dos
consideraciones “para nosotros cristianos”. La primera, presente en el
Catecismo de la Iglesia Católica:
No
podemos evitar la muerte, y precisamente por esto, después de haber hecho todo
lo que humanamente es posible para cuidar a la persona enferma, resulta inmoral
el encarnizamiento.
Acompañar a la muerte, no provocarla
La
segunda consideración tiene que ver con la calidad de la muerte misma, del
dolor, del sufrimiento:
Debemos
estar agradecidos por toda la ayuda que la medicina se está esforzando por dar,
para que a través de los llamados “cuidados paliativos”, toda persona que se
prepara para vivir el último tramo del camino de su vida, pueda hacerlo de la
forma más humana posible. Pero debemos estar atentos a no confundir esta ayuda
con derivas inaceptables que llevan a la eutanasia. Debemos acompañar a la
muerte, pero no provocar la muerte o ayudar al suicidio asistido.
Cuidado para todos, en especial para los más débiles
Francisco
insiste en que se debe “privilegiar siempre el derecho al cuidado y al cuidado
para todos, para que los más débiles, en particular los ancianos y los
enfermos, nunca sean descartados.
La
vida es un derecho, no la muerte, que debe ser acogida, no suministrada. Y este
principio ético concierne a todos, no solo a los cristianos o a los creyentes.
Una experiencia de la misericordia de Dios
“Que San José pueda ayudarnos a vivir el misterio de
la muerte de la mejor forma posible”, reza finalmente el Papa. “Para un
cristiano – subraya - la buena muerte es una experiencia de la misericordia de
Dios, que se hace cercana a nosotros también en ese último momento de nuestra
vida”. Y recuerda que “también en la oración del Ave María, nosotros rezamos
pidiendo a la Virgen que esté cerca de nosotros “ahora y en la hora de nuestra
muerte”. Por eso invita a concluir rezando todos juntos un Ave María “por los
agonizantes y por los que están viviendo un luto”.
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