En “un mundo que ha olvidado a Dios”, las monjas carmelitas samaritanas pretenden elevarlo y con él, “arrastrar a la humanidad hacia el cielo”.
Es
el objetivo que, desde la humildad del Carmelo, pretende llevar a cabo la Madre Olga María del Redentor junto
con las 26 hermanas que lo componen.Madre Olga María. Dominio público
Entrevistada
en la Televisión Diocesana de Toledo, ha
desarrollado la historia y misión de su orden, a la que se refiere como “un Carmelo diferente”.
Antes
de ser la superiora general de las carmelitas samaritanas, Olga María fue una
joven vizcaína que nació en Baracaldo, en el seno de “una familia buenísima,
con unos padres que tenían
los principios cristianos básicos, pero no especialmente piadosos”.
Durante
la adolescencia, lo único que tenía claro era lo que no quería: “una vida mediocre”.
Siempre deseó algo que nunca acabase...
y solo veía a Dios
“Todo
me cansaba y deseaba algo
que no se acabase, que fuese para siempre. Me daba miedo enamorarme de
alguien y que pudiera acabarse, en el mejor de los casos porque muriese, en el
peor, porque fuese infiel”.
Sin
saber muy bien cómo ni dónde, ella sabía que “tenía que haber algo que no se
acabase, hasta que entendí que el único que no me iba a fallar nunca ni se iba a ir era Jesús”.
Cuenta
en su página
web que comenzó a plantearse temas importantes sobre la vida,
el amor y muchísimas cuestiones de fe y de moral que escuchaba en su colegio,
regentado por religiosas.
“¡Pobres
monjas del colegio! Las hice hablar tanto”, recuerda. “Me nacía de dentro una rebeldía, un inconformismo, una
desazón, que me impulsaban a poner todo, aun aquello de lo que yo estaba
firmemente convencida, en tela de juicio”.
Todo
aquello, recuerda, no era más que una búsqueda continua de “algo con lo que saciar mis deseos de
amar y ser amada, y que no eran sino el principio de mi vocación”.
¿Ser monja...? "Me cortaba
el rollo"
Algo
que, de primeras, no le entusiasmaba. “Lo de ser monja me cortaba mucho el rollo”, bromea. “Yo
quería hacer muchas cosas, pero el Señor me fue cambiando y desearlo más hasta
que solo quise o ser
monja, o no ser nada”.
Tenía
17 años cuando dio la noticia en su casa. “Cayó muy mal. `La niña no puede ser monja´, decían, pero yo solo pensaba
que cuando cumpliese los 18, por
encima de todo, lo sería”.
Si
había una orden que no atraía especialmente a Olga María, eran sin duda las carmelitas descalzas.
“Me gustaban cero, me
parecían unas monjas medievales y
no me gustaban nada”.
Paradójicamente,
el 4 de junio de 1988 -un día después de cumplir los 18 años- ingresó en las Carmelitas Descalzas
de Medina de Rioseco (Valladolid). Allí permaneció hasta 2005.
El Corazón de Jesús, una revolución
Durante
su periodo como carmelita descalza, cayó en sus manos un libro del padre Luis
María Mendizábal, En el corazón de Cristo.
“Produjo una revolución
interior en mí. Me cambió totalmente la vida, y empecé a percibir que Dios, como hombre, tiene un
corazón y lo que yo hago en mi vida le afecta. A partir de ahí empecé a
percibir ese deseo de un Carmelo nuevo”.
La
oportunidad no tardó en llegar. En 2005, “Dios nos hizo entender lo que
quería”. El Carmelo de Rioseco dejó de existir y Olga María se trasladó con las otras 8
hermanas a Valladolid, al antiguo convento de las Reparadoras y después
a Viana de Cega, en Valladolid, una residencia cedida por el Colegio de
San Albano por 30 años.
Pronto
la comunidad se encontró con que acababan de nacer y se vieron ayudadas, por la falta de
espacio, a llevar a cabo
su primera fundación. Una decena de hermanas se trasladó a Asturias para
recuperar el monasterio de Valdedios (aunque esa primera fundación no se
consolidó).
Ortodoxia, por debajo de los 30 años e
"influencers"
Desde
entonces no han hecho más que crecer. Hoy, las 37 carmelitas samaritanas se encuentran repartidas en varias
comunidades. Además de su primer monasterio de Viana de Cega
(Valladolid), tienen fundaciones en Eibar (Guipúzcoa), Segovia, Toledo y El
Henar (Cuellar, Segovia).
Con
su consolidación, las Carmelitas son un ejemplo de que mantener la fidelidad a la
tradición, la ortodoxia y las reglas monásticas no está reñido con la juventud y
la capacidad de evangelizar al mundo de hoy.
De
hecho, a sus 33 años, Olga María fue la priora más joven de España. En El Henar, la media de edad es inferior a los 30 años y
entre todas sus redes sociales acumulan más de 65.000 seguidores (35.000 `me gusta´ en su perfil
de Facebook, 20.000 suscriptores en YouTube,
10.000 seguidores en Instagram…).
Incluso han lanzado su propia App para acercar a las personas
a Dios.
Como
muchas otras ordenes, sobreviven
gracias a sus productos artesanales –una de sus especialidades es el
mazapán de Toledo–, incluso han fundado un pequeño comercio, el Bazar del
Convento, que también usan como “excusa para que la gente vea a una hermana y
poder comunicar el amor de Dios”.
Y
con todo, no temen anunciar su gran objetivo, muy lejos del afán de presencia o
la mera cercanía al mundo: “Tirar de toda la humanidad hacia arriba, y elevarla
al Padre. A un mundo
pagano, olvidado de Dios, no [podemos] cansarnos nunca de ofrecerlo, de
elevar las manos y arrastrar hacia el cielo a la humanidad”.
Fuente: ReL