El arzobispo de Madrid deja espacio a sus confidencias en esta entrevista exclusiva con Aleteia para mostrar cómo es la Iglesia con la que sueña y que simbolizan los templos de su arquidiócesis al abrir las puertas, incluso de noche
Cardenal Carlos Osoro, arzobispo de Madrid. Arzobispado de Madrid |
Acaba de comenzar la fase de escucha a todos los bautizados por
parte del Sínodo de los Obispos, convocado por el Papa Francisco a nivel
mundial, una respuesta a los grandes desafíos e interrogantes que vive la
Iglesia.
Se trata de un momento estratégico para compartir con uno de los
hombres a quienes el mismo Papa Francisco ha confiado una misión decisiva. Nos
referimos al cardenal Carlos Osoro, arzobispo de Madrid.
«La iglesia, en general, es una casa de puertas abiertas», nos
dice moviendo las manos de manera abierta y expansiva al recibir a Aleteia en
su despacho.
Destila interés por sus interlocutores, no tiene prisa, reflexiona
en sus respuestas sobre la Iglesia, el nuevo Sínodo de los Obispos, la
necesidad de cambios.
«Lo que no vale es hacer estructuras que después no tienen ningún
significado en la vida», advierte.
«La iglesia es una casa de puertas abiertas»
En esta entrevista el purpurado nos muestra su lado más personal:
empezando por los motivos que le llevaron a abrazar el sacerdocio, y siguiendo
por su actual esperanza sobre el reconocimiento del papel de los laicos, en
particular de la mujer, y de la vida religiosa.
En pocas palabras, el cardenal Osoro nos habla de la Iglesia con
la que sueña y que busca este Sínodo.
– Comencemos donde todo empezó para
usted, que entró después de haber terminado la carrera y ejercido como
profesor. Un día decidió abandonar ese servicio tan útil y necesario para
la sociedad y decidió ser sacerdote ¿Cuál fue el motivo?
En realidad, en mi vida yo había pensado ya antes en la vocación
al sacerdocio. Recuerdo que cuando terminé el bachillerato hicimos unos
ejercicios espirituales en Pedreña (localidad de Cantabria), en la casa de
ejercicios de los jesuitas. Y recuerdo que, haciendo los ejercicios, una noche,
mientras rezaba en un reclinatorio de la habitación, tomé la decisión de pedir
el ingreso al seminario.
Al regresar a mi casa, se lo comenté a mis padres. Y mi padre me
dijo: «Yo no quiero que tú no hagas lo que quieras hacer. Pero tú ponte a hacer
una carrera antes de entrar al seminario». Y es lo que hice, estudié la carrera
de profesor y comencé a ejercer.
«Tengo que dar algo más de lo que
estoy dando»
Cuando empecé a dar clases, al ver a los chavales que tenía allí,
me decía: «Tengo que dar algo más de lo que estoy dando». Entendía que la
sabiduría, que viene de Dios, era la más necesaria. Entonces yo recuerdo que hablé
con el director para decirle: «Mire, yo el año que viene, si puedo, me
marcho».
En verano, se lo comenté a un sacerdote amigo de nuestra familia,
quien me sugirió el seminario para vocaciones tardías de Salamanca. Y allí
entré, para ser sacerdote diocesano.
La decisión me costaba. ¿Entiendes? Pero tenía ese gusanillo
interior de querer entregar la vida y de hacerlo siendo sacerdote y diocesano.
Yo nunca pensé en entrar en una congregación. Yo quería ser sacerdote para
estar entre la gente.
– Cuando usted las crisis que está
atravesando la Iglesia, los abusos o escándalos de gestión, ¿no siente
desánimo? Usted vive a la grande el impacto que pueden tener esas crisis, pues
está expuesto en primera línea, institucionalmente.
Yo os digo de verdad: no me causa desánimo. ¡Hombre, me duele! Me
duele que esto suceda. Pero creo que es un momento de purificación de la
Iglesia, un momento necesario. El Concilio Vaticano II nos
alienta a ser cada día una Iglesia cada día más transparente, más clara. Y eso
lo han hecho los papas que yo he conocido. Ciertamente lo está haciendo el Papa
Francisco con una claridad impresionante.
Me duele. ¡Cómo no me va a doler el que haya
problemas! Y me duele, porque si encima tienes que
intervenir, la cosa es más grave. Pero es un momento de purificación.
Yo le agradezco al Señor y le pido que nos dé la valentía que le
ha dado al Papa Francisco. El Papa Francisco ha alentado a todos los obispos a tener la
valentía de no quedarnos quietos, no esconder las cosas, sino
abrirnos a esa purificación que me parece que es necesaria.
Esta purificación comienza por una llamada a nosotros mismos, pues
también nosotros tenemos que purificar el corazón. No se trata de esconder las
cosas. Las
cosas no se esconden. De hecho, nuestro Señor vino a este
mundo para que nada se escondiese, sino que todo saliese a la luz y todos nos
pusiéramos en esa dirección.
«Es un momento de purificación de la
Iglesia»
– Nos ha sorprendido ver que en
Madrid, incluso de noche, hay iglesias abiertas. Nos ha parecido algo
programático: la iglesia está abierta y te puedes acercar a ella ¿Es este el
mensaje que quieren lanzar ustedes?
Es que la iglesia, la iglesia en general, es una casa de
puertas abiertas, y eso hay que expresarlo, no vale solo
decirlo. Hay que expresarlo en nuestros templos concretos. Es verdad que
nuestra iglesia se manifiesta con rostros diferentes.
Pero el rostro más claro lo ofrece si tiene las puertas abiertas
para todos los hombres y mujeres. No solo para los que creen, que se supone
que ya van a la Iglesia, sino también para los que están muy lejos. Es
quizá el único sitio donde pueden tener un encuentro vivo.
«Puertas abiertas no solo para los que
creen»
– En el contexto de la crisis de la Iglesia a la que nos
referíamos, el Papa ha lanzado un nuevo proceso para el Sínodo de los Obispos,
que comienza escuchando la voz de los bautizados. ¿Es la respuesta que el Papa
propone para superar los desafíos que tenemos en este momento?
Yo creo que lo que el Papa ha hecho es fundamentalmente poner
claves y acciones concretas para aplicar lo que propone el Concilio
Vaticano II. De este modo, el Papa busca que vayamos haciendo nosotros
este proceso sinodal en la vida.
No se trata solamente de que yo cree en mi diócesis, o en las
parroquias, el consejo de pastoral o el consejo económico…, que por desgracia
en muchos sitios a veces ni siquiera está creado.
No se trata solo de hacerlo, sino de provocar un camino juntos,
todos, como iglesia, en las comunidades concretas…
¿Qué es caminar juntos? Si hay un consejo de pastoral, ahí tendrá
que estar el responsable de catequesis de la comunidad, el responsable de la
pastoral familiar, el sacerdote… Nos ponemos a caminar todos juntos. Lo que no vale
es hacer estructuras que después no tienen ningún significado en la vida.
Es decir, que se quedan en estructuras.
«No es cuestión de estructuras»
Y hablo también a nivel personal. Yo he tenido siempre consejos de
pastoral y consejos presbiterales, y consejos económicos, de todo tipo. Pero,
¿qué protagonismo les he dado a todos para caminar juntos? ¿Eran estructuras
porque las mandaba el Derecho? ¿O son estructuras vivas que hacen que la
Iglesia camine, observe, se entregue, sirva…?
En este sentido, el Papa Francisco ha sido clave. Porque, si os
dais cuenta, la primera exhortación que nos entregó el Papa fue La alegría del Evangelio,
la exhortación en la que nos habla de que nos pongamos en camino todos, de que
tenemos que ponernos a vivir la misión.
Porque lo más hondo del anuncio de nuestro Señor tuvo lugar en el
momento de la Ascensión a los Cielos, cuando dijo a los apóstoles: «Id por todo
el mundo; predicad el evangelio a toda criatura» (Marcos 16.15).
A veces nosotros estamos en el corralito. Es fácil estar en el
corralito. Nos acostumbramos. Pero ir por el mundo supone ir y entrar
por los caminos donde están todos los hombres. Unos me gustarán y otros me
gustarán menos. Incluso como criterio personal. Pero yo
tengo la obligación de entrar a ver dónde está esa persona. Y en ese camino
tengo que acercar el rostro de nuestro Señor.
Por eso, cuando el Papa habla de claves que son
importantes: «la proximidad», «la cercanía», son claves
importantes de la vida de la Iglesia. Y eso lo deben comprender todos los
cristianos.
Yo creo que es una gracia de Dios para nosotros el que en este
momento haya venido alguien, como el Papa, y nos aliente y nos empuje a
ponernos en camino juntos y a descubrir lo que significa esa «sinodalidad»
en la vida de la Iglesia. Que no es una democracia. Es algo distinto. Pero sí,
es contar con todos y ponernos en camino todos. Y esto es
muy importante.
«Sinodalidad es contar con todos y ponernos en camino juntos»
– No cree que se da el peligro de que
sea una operación de maquillaje. Alguien puede entender que la sinodalidad
significa que todo va a ser escuchado, pero que después se cree una Comisión y que
no cambien nada, que todo siga como antes. ¿Cómo se puede evitar?
Evitar supone que los procesos de camino sean reales. Si voy
caminando y vamos buscando juntos una dirección, el proceso tiene que ser real.
Lo que no puedo hacer es maquillarlo y hacer lo de siempre. Que es a
veces lo que ha pasado y hacemos nosotros.
Yo creo que es una gracia inmensa de nuestro Señor la que nos
regala a la Iglesia ahora para hacer un camino juntos y descubrir que el
protagonista de la evangelización es el pueblo de Dios, el santo pueblo de
Dios. Y el
pueblo de Dios tiene voz, y tiene voces.
«El protagonista de la evangelización es el pueblo de Dios»
– ¿Está proponiendo usted redescubrir
la relación entre laicos y sacerdotes?
¡Claro! Laicos, sacerdotes y vida consagrada. Toda la vida
consagrada. También las religiosas y religiosos que están en los monasterios de
clausura.
– Usted es un cardenal que recuerda
mucho la vida religiosa.
Cardenal Osoro: Bueno, yo la quiero muchísimo, y para mí ha sido
clave en mi vida. Y me ha aportado cosas bellísimas y está aportando a la vida
de la Iglesia. Creo que oscurecer o prescindir de vida religiosa sería algo
absurdo. Ha nacido y es algo de la Iglesia: nació dentro
de la Iglesia, y ha servido a la Iglesia. Y sigue sirviendo a la Iglesia.
– ¿La sinodalidad puede ayudar
entonces también a redescubrir el papel de la mujer en la Iglesia? Que ese es
otro tema pendiente…
Claro, claro que puede, sí, sí. Vamos a ver: recuerdo una carta
que escribió el papa San Juan Pablo II sobre la Virgen María, una carta
preciosa, que quizá no hemos desentrañado.
Hay que ver los hechos: el protagonismo que Dios da a la mujer. No
es algo que nos inventemos nosotros, es algo que Dios
mismo lo ha hecho y lo ha dado. Y el protagonismo consiste en el hecho de que
Dios podría haber hecho este mundo de muchas maneras, pero quiso hacerlo y
quiso hacerlo por los cauces por los que aparecemos nosotros en este
mundo.
Hay dos laderas necesarias para entrar en este mundo, padre y
madre. Y sin esas laderas, no existimos. Y Dios para venir a este mundo, quiso
precisamente tener esa ladera y tomar rostro humano para que nosotros
conociésemos también cómo tenía que ser el verdadero rostro del ser humano. Se
hizo hombre y lo hizo a través de la mujer.
Por otra parte, tengamos en cuenta que el rostro de la mujer es el
rostro de la Iglesia. Cuando Pablo VI declaró a María como Madre de la Iglesia
insistió en ese rostro maternal de la Iglesia.
«El protagonismo de la mujer viene de Dios»
Es la madre que, aunque se confunda, va detrás del hijo y está a
su lado. Y el hijo, cuando está en crisis, porque ve que
se ha confundido, sabe que puede volver a su madre, que le da un abrazo.
Incorporar a las mujeres es algo que está en la normalidad de la
vida. Yo en los inicios de mi ministerio sacerdotal, en Santander, ya
tenía delegados que eran mujeres, y que participaban en el Consejo Episcopal de
mi tierra.
Me parece que eso es un proceso normal. Es que me parece que es
tan normal que discutir de esto me parece que no tiene sentido.
– En su homilía programática, usted habló
de la “audacia” de los cristianos, audacia para recibir a los que no creen.
Pero acoger a los alejados también es cansado, te hacen muchas preguntas, es
incómodo.
Bueno, a mí no me incomoda. Me
gusta que me hagan preguntas. No te dejan quedarte sentado en el mismo
sillón. El sillón lo tienes que cambiar. Y yo creo que eso es bueno para la
Iglesia. No es nada malo. Todos, todos, tenemos tendencia a sentarnos en un
sillón, en el que estamos cómodos, en el que hacemos el lugar nuestro.
La experiencia mía ha sido muy bonita. La
Iglesia en la que más tiempo he estado ha sido en mi iglesia de origen, la
iglesia de Santander, mi tierra, donde estuve más de un año en la parroquia y
veinte años de vicario general y de rector del seminario.
Luego San Juan Pablo II me nombra obispo,
primero de Orense, cinco años, y luego arzobispo de Oviedo. Benedicto XVI me
nombra arzobispo de Valencia y Francisco me nombra arzobispo de Madrid.
Por tanto, la vida me ha enseñado
que los sillones no están para retenerlos. Por eso doy gracias a Dios.
Porque me ha hecho tener que adaptar y convertirme a la gente que tenía en cada
momento. De hecho, las personas son muy distintas: Galicia, Asturias, Valencia
y Madrid. Son realidades muy diferentes. Pero eso te ayuda. Yo creo que es una
bendición de Dios. Quizá yo por tendencia, si no hubiera habido cambios, me
hubiera conformado fácilmente y me hubiera acomodado. Y eso me ha
hecho estar despierto.
«Incorporar a las mujeres es algo que está
en la normalidad de la vida»
Fuente: Aleteia