El Papa Emérito "se prepara para morir desde hace muchos años". Son palabras de su secretario, mons. Georg Gänswein. Así que tratemos de encontrar algunos rastros de su "preparación" en los escritos públicos de las últimas décadas
Stefan Wermuth/Press Association/East News |
Exactamente un mes antes de la conmemoración anual de todos los
fieles difuntos, Benedicto XVI envió su carta de pésame por la muerte de su
querido amigo, el padre Gerhard Bernhard Winkler, a la comunidad cisterciense
de Wilhering (Austria).
Dirigiéndose al abad, el Papa Emérito escribió:
Nuestra época incrédula y desesperada es tan refractaria al Evangelio, que le cuesta incluso descifrar un simple mensaje de condolencia como este. «Condolencia» significa literalmente que el corazón duele, y sufre por una separación de sentidos y afectos; no porque el ser querido haya «caído en la nada» y «ya no esté».
La clave de Gaënswein
El diario
alemán Das
Bild, en cambio, consideró sensato consultar al secretario privado
de Benedicto XVI, mons. Georg Gänswein, para descifrar esas frases que, en una
lectura mundana, parecían mostrar, si no una «voluntad de morir» por parte del
Papa Emérito, al menos la pérdida de la alegría de vivir.
El secretario
respondió:
El arte de morir forma parte de la vida cristiana.
El Papa Emérito se ha dedicado a ello durante muchos años, pero está
absolutamente lleno de alegría de vivir. Está estable en su debilidad física,
lúcido y dotado de su humor típicamente bávaro. La carta le salió del corazón,
pero no significa que Benedicto XVI no tenga ganas de vivir, al contrario.
En la sonrisa de un noventa que mira la muerte y la espera con paciencia y esperanza, brilla un rayo del risus paschalis del Resucitado; y es natural que el mundo no vea si no la superficie de esta paradoja: frente a la alegría inquebrantable de ese viejo, la euforia de las masas que huyen como la peste el pensamiento de la muerte (y mientras tanto viven para correr hacia ella) aparece por el asombro divertido que es.
«¿Podemos prepararnos para la muerte?»
La noticia de
que mons. Gänswein da, estrictamente hablando, es solo sobre el estado actual
de salud del Papa Emérito: está físicamente débil pero estable, lúcido y con
sentido del humor.
El hecho de
que se haya dedicado «durante años» al arte de morir no es ningún secreto,
aunque solo sea porque lo había hablado abiertamente hace cinco años, cuando
salió Últimas
conversaciones, el libro-entrevista de Peter Seewald.
Allí el
periodista alemán preguntó expresamente: «¿Podemos prepararnos para la
muerte?». Y la respuesta fue:
De hecho, debemos
prepararnos para ella. No en el sentido de que ahora uno comienza a realizar
ciertos actos concretos, sino que internamente, mientras vive, tiene presente
que tiene que someterse a un examen final ante Dios. De estar a punto de dejar
este mundo y tener que encontrarse frente a él y frente a los santos, frente a
los amigos y todos los que no son amigos. Digamos que uno acoge y acepta la
finitud de esta vida y se prepara internamente para acercarse al rostro de
Dios.
Benedikt XVI e Peter
Seewald, Letzte
Gespräche, München 2016, p. 271
«Y tú –
respondió el reportero – ¿cómo lo haces?» Benedicto respondió:
Simplemente en
mi meditación: siempre pienso en ello, en el hecho de que nos estamos moviendo
hacia el final. Siempre intento prepararme y, sobre todo, estar presente. Lo
importante, sin embargo, no es que me lo imagine todo, sino que vivo con la
conciencia de que toda la vida se concentra en un encuentro.
Ibídem.
«Algunos pensamientos sencillos sobre la realidad de la muerte»
Unos meses más
tarde, hace exactamente diez años, el Papa compartió «algunas reflexiones
sencillas sobre la realidad de la muerte, que para nosotros los cristianos está
iluminada por la Resurrección de Cristo». Entre otras cosas, dijo en esa
ocasión:
¿Por qué experimentamos temor ante la muerte? ¿Por qué una gran
parte de la humanidad nunca se ha resignado a creer que más allá de la muerte
no existe simplemente la nada? Diría que las respuestas son múltiples: tenemos
miedo ante la muerte porque tenemos miedo a la nada, a este partir hacia algo
que no conocemos, que ignoramos. Y entonces hay en nosotros un sentido de
rechazo pues no podemos aceptar que todo lo bello y grande realizado durante
toda una vida se borre improvisamente, que caiga en el abismo de la nada. Sobre
todo sentimos que el amor requiere y pide eternidad, y no se puede aceptar que
la muerte lo destruya en un momento.
También sentimos temor ante la muerte porque, cuando nos
encontramos hacia el final de la existencia, existe la percepción de que hay un
juicio sobre nuestras acciones, sobre cómo hemos gestionado nuestra vida,
especialmente sobre aquellos puntos de sombra que, con habilidad,
frecuentemente sabemos remover o tratamos de remover de nuestra conciencia.
Diría que precisamente la cuestión del juicio, a menudo, está implicada en el
interés del hombre de todos los tiempos por los difuntos, en la atención hacia
las personas que han sido importantes para él y que ya no están a su lado en el
camino de la vida terrena. En cierto sentido, los gestos de afecto, de amor,
que rodean al difunto, son un modo de protegerlo basados en la convicción de
que esos gestos no quedan sin efecto sobre el juicio. Esto lo podemos percibir
en la mayor parte de las culturas que caracterizan la historia del hombre.
Benedicto
XVI, audiencia del 2 noviembre 2011
Artículo originalmente
publicado por la edición italiana de Aleteia, adaptado para la edición española
Giovanni Marcotullio
Fuente: Aleteia