“¡Oh dios, crea en mí un corazón puro!"
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| Dominicas de Lerma |
Hola, buenos
días, hoy Matilde nos lleva al Señor. Que pases un feliz día.
Cuando yo entré
en el convento, todo este mundo me llamaba poderosamente la atención. Yo
conocía la vida de familia, así como la vida de estudiante, etc., etc. Pero
esta vida en la comunidad, me era totalmente inédita.
Sta. Teresita
afirmaba que, cuando entró en el monasterio, no llevaba ninguna expectativa,
así que todo lo que vio, no la sorprendió... Pero yo no puedo decir lo mismo,
pues mi mirada iba descubriendo todas las cosas... Y cuento toda esta
introducción, porque hubo algo que me llamó poderosamente la atención y después
me edificó mucho y ayudó en mi vida religiosa...
Cuando ya
éramos profesas, convivíamos con las hermanas más mayores... Había una que
tenía una “rara” costumbre: cuando cometía una falta leve (un gesto poco grato
o una palabra no muy agradable), cuando estábamos todas pedía perdón por ello y
muchas veces se arrodillaba o hacía “la venia” (gesto religioso de humildad,
tirándose al suelo).
Yo me admiraba
y observaba esto, que parecía rebajarla tanto ante las hermanas... Había
algunas que, esta costumbre tan repetida, parecía molestarlas y la levantaban y
le decían: “¡Ya estás con tus cosas, no hagas bobadas!”... Pero ella, parecía
no enterarse de estas palabras... Es como si tuviera un resorte interior para
pedir perdón, en cosas tan leves...
Por otra parte,
¡yo, admirada, veía que nadie hacía esto y eso que “el justo peca siete veces
al día”!... Comprendí que, esta hermana, no tenía respetos humanos y le
importaba poco lo que pensaran de ella… No así la reverencia y el amor a Dios,
que le hacía no poder estar en su presencia con la más pequeña falta.
Por eso dije
que ella me ayudó para comprender, “a lo vivo”, lo que era la humildad y el don
de temor de Dios: así, pedir perdón, no le costaba...
¡Pero he visto
“en mi carne” lo difícil, si no imposible, que es, para el hombre, pedir perdón
a Dios, y a los hermanos, por Él!…
En la Biblia se
ve muy claro que, el hombre pecador, no quiere reconocer su culpa: así vemos a
Adán y Eva que tuvieron que ser puestos en evidencia por Dios... O el rey
David, que ante su asesinato y adulterio, “no veía su pecado”, hasta que el
profeta Natán se lo manifestó… Y así, muchos ejemplos en la Palabra de Dios…
Y es que esto
de reconocer que hemos fallado, no lo da la naturaleza, si no, no nos costaría
tanto… Jesús dijo: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”. Y
esto, hay que “aprenderlo” en la oración y en la súplica confiada; y no una
vez, sino muchas…
Hoy el reto del
amor es pedir a Dios un corazón humilde, como el de Jesús y que sepa reconocer
mis debilidades...
VIVE DE CRISTO
¡Feliz día!
Fuente:
Dominicas de Lerma
