Cuando los novios entran en la iglesia para casarse, lo hacen portando un crucifijo
Parroquia franciscana de la Asunción, en Siroki-Brijeg (Bosnia-Herzegovina). Foto: Wikipedia |
Con 26.000 habitantes, esta ciudad
ostenta un benéfico récord: es la única del mundo en la que no existe el divorcio. No porque
lo prohíban las leyes, que son las mismas que en el resto del país y, como casi
todas en el mundo, lo permiten. Simplemente, no ha sucedido, al menos en la
memoria de quienes viven ahora en ella.
Hay
varias explicaciones. Una, que casi la totalidad de la población es de origen croata, lo que vale decir que
casi el cien por cien son católicos.
Los serbios ortodoxos y los mahometanos no
pasan de unas decenas. Además, históricamente es una región acostumbrada a defender esa fe contra
enemigos poderosos, como los turcos primero
y los comunistas después.
Pero
la fundamental es que las gentes del lugar han convertido en motivo de honor local la
indisolubilidad del matrimonio: "Sin romanticismos, ni falsas
expectativas, ni ilusiones", subraya Plinio
Maria Solimeo, sino entendiendo que "en este valle de
lágrimas todo el mundo tiene sus defectos y no hay comprensión mutua sin una
mutua práctica de la paciencia".
Una ceremonia de valor trascendente
Esta
convicción se ha plasmado en una costumbre que vincula íntimamente cada
matrimonio con la Cruz, según recoge el blog Catholicism
Pure & Simple. Cuando los novios entran en la iglesia
para casarse, lo hacen portando
un crucifijo. El sacerdote lo bendice, pone la mano derecha de la novia
sobre la Cruz y la mano derecha del novio encima, y las cubre con la estola.
Pero en vez de decirles palabras almibaradas sobre la pareja ideal que han
encontrado para compartir sus vidas, les dice la verdad: "¡Habéis encontrado vuestra Cruz! Es
una Cruz que debéis amar y llevar con vosotros. No debéis rechazarla. Aprended
a quererla".
Tras
pronunciar sus votos matrimoniales, los nuevos esposos no se dan un beso a
imitación de las películas, lo
que besan es la cruz, que luego situarán en un lugar de honor en su nuevo
hogar para mostrar su convicción de que de ella nacerá su familia y
que ella les conducirá al cielo.
Muchos
conservan también la costumbre de arrodillarse ante ella para pedirle fortaleza en los
momentos difíciles y enseñan a sus hijos a adorarla como una institución familiar que
consagra el hogar, y van aprendiendo a juzgar la vida con espíritu
sobrenatural.
Unos
seguirán estos patrones mejor y otros peor, pero lo cierto es que en
Siroki-Brijeg, desde que hay memoria, los matrimonios duran el tiempo para el que se
contrajeron: hasta que la muerte los separe.
Fuente: ReL