Cuando las
impresiones no han sido elaboradas, hay en mí una fuerza misteriosa que me mantiene
en constante inquietud
fon_napath | Shutterstock |
El
calor y el frío. La lluvia y la sequía. Las heladas y el resurgir de la
naturaleza. El calor que asfixia y el frío que hiela el alma.
El viento y la
calma. Las tormentas y los momentos de sequía esperando una gota de agua. Son
los extremos que se unen y me desconciertan.
De un extremo
al otro. De la salida del sol hasta su ocaso. Momentos que se suceden en el
tiempo de forma continua.
Y en medio
de tanto movimiento mi corazón recorre las horas y los días, fatigado y
feliz, soñando el cielo.
Y esperando
tocar las alturas, a tiempo o a destiempo, poco importa. Anhelando esa paz
que deja el saber que soy amado como soy, con eso basta.
Alguien a mi
lado, como ausente o presente al mismo tiempo, recorre mis días. Es esa
historia santa que tejen mis manos, o las de Dios. Esa historia hollada por mis
pies recorriendo senderos sin término.
Llenar el
tiempo de sentido
La lluvia que
sorprende súbitamente mis pasos furtivos. El calor que parece adueñarse de mi
vida y quitarme el aliento.
Y el tiempo
encadenado al presente, ese instante sagrado que tanto amo. Porque es un don,
un bendito regalo.
¿Sabré usar
bien las horas que tengo, los días que se quedan prendidos a mi piel?
Me da miedo
perder la oportunidad que tengo de ser feliz, dejar que se vaya. Y sentir que
Dios me invita a amarlo a Él en cada instante. Y yo me olvido tantas veces.
Como ese
niño embobado con tanto estímulo que me aleja de la contemplación y del
silencio.
Asimilar lo que
me pasa
¿Cómo aprenderé
a digerir todas las cosas que me pasan cada día? ¿Cómo aprender de
todos los estímulos que me mantienen despierto, inquieto y alegre?
No quiero
guardar en el alma heridas por no haber respetado los silencios,
las horas de pausa, para dejar que sanen en las manos de Dios. Decía el
Padre José Kentenich:
«Cuando las
impresiones no han sido elaboradas, actúan casi como serpientes que se
arrastran durante un tiempo en el subconsciente pero que, de pronto, saltan
hacia arriba. ¿Cuál será el efecto? Hay en mí una fuerza misteriosa que me
mantiene en constante inquietud».
J. Kentenich, Lunes
por la tarde,Tomo 2: Caminar con Dios a lo largo del día
Lo no digerido
en el alma se cuela muy dentro de mí y provoca sentimientos negativos que me
enferman. Me hieren con esa fuerza misteriosa que tienen las experiencias
fuertes y dolorosas.
Esos estímulos
que desde fuera golpean la pared del corazón no me dejan indiferente.
Trabajar el
sufrimiento
Necesito
aprender a digerir el sufrimiento. Trabajarlo y dejar que el alma se calme.
Hacer duelo
ante las pérdidas y los dolores. No cerrar la puerta como si no hubiera
pasado nada.
No vivo en una
burbuja, protegido y escondido, vivo en medio del mundo expuesto al dolor.
Amo y odio. Soy
feliz y me indigno. Hiero y me hieren. Perdono y me perdonan. Abrazo y
rechazo. Soy querido y despreciado.
Todo sucede en
mi alma. Lo bueno y lo malo. Y siguen quedando estímulos que guardo sin
guardarlos de verdad. Los retengo sin trabajarlos.
De la
superficie a la profundidad
Y no me
dejo tiempo para ahondar, tan en la superficie vivo que me pierdo.
Y no encuentro
el momento para detener mis pasos aunque sólo sea por un tiempo. Ni en
medio del trabajo. Ni en medio de las vacaciones.
Es como si
nunca estuviera preparado para enfrentar mi vida, para encontrarme con mis
miedos, con mis dolores y mis heridas.
Es como si
nunca fuera el momento para bucear dentro de mi alma buscando paz y
silencio, alegría y reconciliación.
Mi alma
necesita reposo y silencio en este momento. Son muchos los
estímulos y las experiencias que no acabo de digerir, de trabajar, de asumir.
Duele el alma
por dentro y no me doy cuenta. Dejo pasar la vida ante mis ojos viviendo en
la superficie de un mar aparentemente en calma.
Como un náufrago
en medio del mar, incapaz de llevar la barca a buen puerto, con una sed
profunda y sin saber cómo responder a todo lo que necesito.
Así voy a la
deriva, sin brújula, sin timón, sin velas y sin luz.
Dios recompone
mi vida
Y en medio de
mi corazón escucho la voz de Dios que me invita a detenerme, a parar, a
meditar.
Quiero callar
muy dentro y esperar. Que pasen las horas, los días en un abrazo de Dios
que quisiera fuera eterno.
Es lo que
necesito siempre de nuevo para recomponer mi vida. ¡Cuánta gente enferma del
alma! Decía el Padre Kentenich:
«Hay
innumerables personas que están hoy enfermas, también corporalmente. ¿Saben por
qué? Por esas impresiones no digeridas y por que no saben qué hacer con su
sentimiento de culpa».
Reposo,
silencio, luz
¿Qué
necesito? Detenerme. Hacer silencio. Dejar que la lluvia calme mi
calor y el sol caliente apacigüe el frío del corazón.
Quiero vivir
cada momento con lo que tiene. Entregándoselo a Dios y dando gracias por
lo que me toca vivir en presente.
Esa canícula que
me hace soñar con el frescor y el agua. Ese frío hondo en los huesos que hiela
mi jardín.
Espero siempre
vientos más amables y playas con más paz. Quiero detenerme y dejar que la
luz calme mis ansias y haga desaparecer la inquietud.
Y Dios con su
mano pasa por cada arista limando mis asperezas. Cuando me dejo el tiempo
para Él.
Carlos Padilla
Esteban
Fuente: Aleteia