Querido Álvaro: esta tarde serás ordenado sacerdote de Cristo en el marco hermoso de la catedral de Segovia.
![]() |
| Foto: Diócesis de Segovia |
Desde que por
vez primera oíste su llamada, han pasado años de formación, estudio y vida
comunitaria con compañeros que ya son sacerdotes o lo serán pronto. Has vivido
en la escuela de Cristo para conformarte con él, sentir y amar como él, y vivir
con la conciencia del apóstol Pablo que decía: «Vivo, pero no soy yo el que
vive, es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20).
No te canses de
saborear estas palabras. Al levantarte, al acostarte, al realizar tu
ministerio. Es la clave para ser «otro Cristo», aunque seas un pálido reflejo
de su persona. No olvides que ya no vivirás para ti, sino para él y para los hombres
que ponga en tu camino.
Te postrarás en
el suelo reconociendo tu pobreza; escucharás la letanía de los santos que interceden
por ti ante la Santa Trinidad; postrado, sentirás la fuerza de la gracia que en
breves instantes te trasformará en ministro de Cristo y de la Iglesia.
De rodillas
ante el obispo, en un silencio más elocuente que cualquier palabra, sentirás
las manos del obispo sobre tu cabeza, que, con el poder del Espíritu, te consagrarán
sacerdote para siempre. Ya no serás el mismo.
Cuando los
sacerdotes pasen ante ti y te impongan las manos comprenderás que te remontas,
a través de las generaciones, a los orígenes del cristianismo cuando Cristo, en
la última cena, instituyó el sacerdocio diciendo «haced esto en memoria mía».
Cuando te levantes y te impongan las vestiduras sacerdotales, el pueblo
entenderá que Cristo se nos da nuevo en tu pobre persona revestida de su
dignidad.
Tus manos serán
ungidas para celebrar la eucaristía en la que, actuando en la persona de
Cristo, dirás las palabras que deberán resonar siempre en tu existencia: Tomad
y comed, tomad y bebed… Tu vida está llamada a ser lo que realizas en el altar.
Dejas de pertenecerte a ti mismo para pertenecer a Cristo y a su iglesia. Serás
siervo, ministro, administrador, nunca dueño. No buscarás otra cosa que la
gloria de Dios y el servicio de los hombres.
El sacramento
del orden realizará una cierta expropiación de ti mismo, potenciando tu propio
ser y cualidades, puesto todo a disposición de Cristo.
Serás un homo
ecclesiasticus, nunca un «funcionario clerical». Huye de todo lo que te recluya
en el mundo asfixiante de las luchas e intrigas internas de la iglesia, de los
grupos cerrados en sí mismos que persiguen cuotas de poder, de todo lo que te
desvíe del centro vital de la Iglesia, que es Cristo y su amor por los hombres.
Los cristianos
no formamos guetos cerrados. Somos la iglesia del Señor que no conoce fronteras
ni se alimenta de ideologías de uno u otro signo, sino del evangelio de Cristo,
que nos hace libres para proclamar la verdad de la salvación y amar sin
acepción de personas.
En la iglesia,
a pesar de los conflictos e imperfecciones de quienes la formamos, encontrarás
siempre tu patria y, latiendo, a su ritmo, vivirás la universalidad propia de
la fe y del ministerio sacerdotal.
Gozarás de tu
pertenencia a Cristo que día tras día te irá configurando, si te dejas, con sus
entrañas de Buen Pastor que no ha venido a ser servido sino a servir y dar su
vida por los hombres. Piensa que cuando los fieles besen tus manos, lo besan a él,
que ha querido, sin mérito alguno de tu parte, llamarte por su nombre para hacerte
tan totalmente suyo que, cuando pienses en ti, siempre te reconozcas en Él.
Enhorabuena.
+ César Franco
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia
