COMENTARIO AL EVANGELIO DE NUESTRO OBISPO D. CÉSAR: «FUE ELEVADO AL CIELO» SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN

La Ascensión de Jesús a los cielos es el broche final de su vida histórica entre los hombres.

Dominio público
Utilizo el adjetivo «histórica» a sabiendas de que esa vida también abarca los cuarenta días que discurren entre la Resurrección y su elevación a la derecha del Padre. Ese tiempo de resucitado también es histórico, aunque de manera diferente al del ministerio público. Los testigos que tuvieron la dicha de verlo resucitado fueron personas concretas, sujetos de la historia en la que Jesús resucitado se hace presente para compartir su vida con una novedad misteriosa y real al mismo tiempo.

La ascensión es el momento que pone fin a su dejarse ver, escuchar y tocar por testigos garantes de los hechos acontecidos. Describir la ascensión a los cielos era una empresa difícil al tener que conjugar la verdad de la fe con el fenómeno que sucedía ante sus ojos. Se explica así que los escritores acudieran a imágenes de enorme sobriedad y de simbología sagrada. 

Marcos, cuyo Evangelio leemos hoy, dice sencillamente: «Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios» (Mc 16,19). Nada dice sobre cómo fue esa elevación. Y «sentarse a la derecha de Dios» es una fórmula bíblica para afirmar que Jesús, en cuanto Hijo de Dios, recibe la misma autoridad del Padre, como si fuera un primer ministro que se sienta a la derecha del rey.

En el pasaje de la carta a los Efesios de hoy, san Pablo presenta la ascensión de manera parecida a la de Marcos. Dice que Dios resucitó a Cristo de entre los muertos «sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, poder, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no solo en este mundo, sino en el futuro» (Ef 1,20-21). El apóstol no habla expresamente de la ascensión, pero es obvio que, para sentarse a la derecha de Dios, tuvo que ascender al cielo.

En el libro de los Hechos de los Apóstoles, san Lucas nos ha dejado una descripción de la ascensión llena de simbolismo religioso. La describe también como una «elevación» al cielo «hasta que una nube se lo quitó de la vista». Incluso afirma que «cuando miraban fijos al cielo, mientras él se iba marchando», unos ángeles les comunicaron que el mismo Jesús volvería como le habían visto marchar. Lucas, pues, representa en imágenes lo que Marcos y Pablo describen como «elevación». 

La nube que «se lo quitó de la vista» es una bella imagen de la fe, que no permite ver el misterio que trasciende la simple vista física. Recuerda la nube que en la transfiguración de Jesús cubre a los testigos y les impide ver todo el misterio. A esta nube alude el poeta Daniel Cotta en estos versos: «Pero ¿todavía/ se está despidiendo?/ A ver si esa nube/ se quita de en medio». Esa nube es la presencia del misterio que sólo puede ser contemplado por Dios.

La Ascensión tiene otro aspecto trascendente que arroja luz sobre lo que sucede en Cristo. El que sube a los cielos es el Hijo de Dios que bajó a nuestro mundo en carne humana. Hay algo, por tanto, absolutamente nuevo, que permite ver a los testigos lo que nadie vio en la encarnación. Se trata del Verbo encarnado que sube al Padre llevando nuestra propia carne ya redimida. Daniel Cotta lo canta así: «¡Que ya sube Cristo!/ ¡Que ya sube el Verbo!/ Bajó siendo espíritu/ y vuelve en un cuerpo/ Por fin los cuarenta/ días se cumplieron; estábamos todos/ muriendo por verlo…». 

El poeta se refiere a los ángeles que, como espectadores asomados en las barandas del cielo, asisten al prodigio de ver al que descendió subiendo con carne humana. Un prodigio que a todos nos hubiera gustado ver con nuestros propios ojos. Eso dice Lucas cuando lo narra.

  + César Franco

Obispo de Segovia.

Fuente: Diócesis de Segovia