COMENTARIO AL EVANGELIO DE NUESTRO OBISPO D. CÉSAR: «LA TRINIDAD: COMUNIÓN EN DIOS»

Es de notar que grandes místicos y santos, sin especial formación teológica, pero penetrados de sabiduría divina, no han tenido dificultad para entender este misterio, tal como lo revela Cristo

La Stma. Trinidad. Dominio público
Aunque sea una obviedad, conviene recordar que la teología, en cuanto reflexión sobre Dios, parte de lo que Dios ha dicho de sí mismo, es decir, de la Revelación. El Dios inefable y trascendente ha querido revelarse y comunicarse con los hombres. 

La historia de la salvación es, en realidad, la secuencia de los diálogos que Dios ha mantenido con Adán y Eva, Abrahán, Moisés y el resto de los patriarcas, profetas y sabios de Israel. La comunicación definitiva es la que hizo su propio Hijo, Jesucristo, al encarnarse y vivir entre los hombres. Se explica así que la Sagrada Escritura sea el alma de la teología.

El misterio de Dios Trinidad aparece en la Biblia desde el principio al fin. No aparece sistematizado como en los manuales de teología, sino que se nos presenta a través de su manifestación en la historia de los hombres, lo cual es más conmovedor y, por supuesto, más accesible a la experiencia humana. Dios se la revelado al mismo tiempo como el único Dios y como comunión de tres personas. La dificultad de entender que tres personas sean un solo y único Dios no lo explica la Sagrada Escritura mediante discursos, apologías o desarrollo teológicos. 

La mentalidad semítica es más concreta, más pegada a la vida y a la experiencia de los hombres. Así, cuando Dios crea al hombre, habla en plural: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza». El plural indica distinción de personas. Y a renglón seguido añade: «Y creó Dios al hombre a su imagen». La teología explica esta aparente contradicción distinguiendo entre naturaleza y persona. Una sola naturaleza divina participada por las tres personas.

En la visita de los tres peregrinos (que son ángeles) a Abrahán para anunciarle que tendrá descendencia, la tradición ha visto una imagen del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. El gran pintor ruso Andrei Rublev, considerado el Fray Angélico de la iglesia de Oriente, ha plasmado esta escena, pintando a las tres personas con el mismo rostro en torno a la mesa eucarística. Detrás de cada persona está su propio símbolo que permite identificarlas.

A lo largo de la revelación del Antiguo Testamento hubo un proceso de «personalización» de los atributos de Dios: su Palabra y su Espíritu delimitaron sus contornos y adquirieron vida propia, sin perder jamás su relación eterna con el Padre, preparándose así la revelación definitiva que nos llega con Jesucristo, el Verbo de Dios que nos ha explicado como nadie este misterio. Jesús nos ha hablado de sí mismo, del Padre y del Espíritu como una comunión de personas que mantienen relaciones entre sí para llevar adelante la creación del mundo y la redención de los hombres. 

Por eso la fiesta de la Santísima Trinidad se celebra después de Pentecostés. La lógica es perfecta: una vez conocida la identidad del Espíritu Santo y su acción divina en el nacimiento de la Iglesia, la liturgia mira al conjunto de las tres personas para mostrar que se trata de un mismo Dios que actúa, con su peculiaridad propia, en la salvación del hombre. Como bien dice el prefacio de la eucaristía de la Trinidad, las tres gozan de la misma dignidad y merecen idéntica adoración.

Es de notar que grandes místicos y santos, sin especial formación teológica, pero penetrados de sabiduría divina, no han tenido dificultad para entender este misterio, tal como lo revela Cristo. Y han sido capaces de mantener una relación personal con cada persona divina. Me refiero, por ejemplo, a santa Catalina de Siena, doctora de la Iglesia, y a santa Isabel de la Santísima Trinidad. Entendieron que si Dios se ha revelado como Trinidad es porque desea que nuestra relación con él se enriquezca mediante el trato con cada persona divina.

  + César Franco

Obispo de Segovia.

Fuente: Diócesis de Segovia