Halina Rozanska de Pokhylyak cuenta, en exclusiva, su experiencia en la asistencia a presos. Una experiencia compartida con el futuro Papa Francisco
Halina Rozanska en la Audiencia General
con el Papa Francisco
"Conocí al Papa Francisco cuando era Provincial de los jesuitas
y lo considero uno de los más grandes Pontífices, también porque sigue
mostrando su cercanía a los hombres y mujeres de nuestro tiempo que están
viviendo una crisis mundial sin precedentes debido a la pandemia". Es el
testimonio exclusivo de Halina Rozanska de Pokhylyak, de 78 años, originaria de
Leópolis, que llegó a Argentina con sus padres después de la Segunda Guerra
Mundial. A los 8 años, el punto de inflexión de su vida: la noticia de la
muerte de su abuela, detenida en Siberia y víctima del régimen comunista. Desde
entonces, Halina decidió dedicar su vida a ayudar a los presos y hoy, a pesar
de su edad, sus tres hijos y sus 9 nietos, sigue prestando su "servicio
entre rejas" en Buenos Aires.
Bergoglio confesor
Entre las experiencias edificantes de su misión, el encuentro con
Bergoglio: "Recuerdo que, tanto como obispo como cardenal, solía ir a la
cárcel a visitar a presos esposados de pies y manos, enfermos de sida, con
condenas muy largas. Exigió que se les pusiera en condiciones que les
permitieran hablar con tranquilidad y normalmente lo conseguía.
Así que se sentaba junto a ellos y los confesaba como ningún otro
sacerdote lo había hecho antes. Después de su paso hubo muchas
conversiones", dice la voluntaria, que también puede contar con el apoyo
constante de sus tres hijos: "Perdí a mi marido hace dos años, pero
siempre lo siento cerca. Mis hijos me echan una gran mano tanto económica como
materialmente. Recientemente necesité su ayuda porque había que blanquear la
capilla de la cárcel. Mi hija controla el ordenador en lugar de mí y lee los
documentos judiciales, ya que es abogada", revela Halina.
Amar a los descargados
Varias experiencias personales han marcado su misión. Sobre todo
la de un preso terminal al que enseñó a rezar antes de morir. "Tenía un
tumor en la garganta y no paraba de pedir un cigarrillo. Aunque yo no fumaba,
conseguí uno y al día siguiente fui a ofrecérselo. Al mismo tiempo le di una
Biblia. Me contestó que ni siquiera la abriría porque era analfabeto. Sin
embargo, expresó su deseo de rezar y me pidió que le enseñara el Padre Nuestro.
Mientras lo recitaba, pude ver cómo se relajaba su rostro al pensar en su
familia y en su tierra natal, la Patagonia. Me pidió varias veces que le
acompañara en la oración. Incluso renunció a una de sus pasiones, el fútbol,
para invocar la ayuda del Señor. Un día insistió en que fuera un domingo y,
renunciando a los compromisos familiares, fui a verle y recé con él durante
todo el tiempo que duró la visita. Volví dos días después y los guardias me
dijeron que había muerto ese mismo domingo por la noche, acompañado del
consuelo de sus compañeros".
Hablando sobre la vida después de la cárcel, Halina está
convencida de que "cuando una persona vuelve a la libertad, tiene miedo y
no sabe cómo moverse en la sociedad. A menudo comete errores graves. No es
aceptado por los demás y no tiene asegurados los servicios esenciales para la
supervivencia. Nuestra respuesta debe ser una sola: amarlos", continúa
Halina, indicando que "nunca han recibido afecto y ésta es la principal
razón de sus errores. Tenemos que acercarlos a la oración aunque sea una tarea
ardua. Pero podemos hacerlo a través del amor y la cercanía".
Davide Dionisi - Ciudad del Vaticano
Vatican News