Hermana María de Betania. Dominio público |
Tras
acabar Secundaria pudo realizar un programa de intercambio de una escuela de
danza y viajó a Inglaterra durante seis semanas. Fue ya casi al final de su
estancia allí donde un amigo le invitó a misa por primera vez. Desde su
perspectiva artística, pero sin conocimiento alguno de la fe y la liturgia,
asegura que quedó
impresionada y lo veía como un “espectáculo” fabuloso por las “coreografías,
vestuario y canciones fascinantes”. De hecho, quería ir a misa una y otra
vez así que antes de volver a su casa fue a todas las Eucaristías que pudo.
Pero la
verdadera conversión de la Hermana María de Betania se produjo en el santuario parisino de la Medalla
Milagrosa. Era 1999, se celebraba la fiesta de los santos Pedro y
Pablo, estaba sentada en el último banco y los fieles volvían a sus asientos
tras comulgar.
Como
hacía cada vez que iba a misa ella se queda sentada disfrutando del
“espectáculo”. Pero algo ocurrió ese día. “Un completo desconocido que estaba
arrodillado junto a mí, me
sonrió, tomó mi brazo con su mano y suavemente me puso de rodillas también”,
recuerda.
De
este modo, la ahora monja señala que “en el instante en el que mis rodillas
tocaron el reclinatorio de
repente me di cuenta de toda la verdad, que esto no era sólo un
‘espectáculo’ y que el hombre clavado en la cruz ante mí no sólo había
extendido sus brazos para ‘aquellos católicos’ sino también para mí”.
Igualmente,
la Hermana María de Betania asegura que en ese instante “también supe que la estatua
de la mujer con sus brazos extendidos hacia mí, a quien los católicos llamaban
María, fue la que me llevó a su Hijo. Sobre todo, supe que Jesús estaba
realmente en la pequeña ‘caja’ de oro y que sólo una cosa me impedía recibir a Dios dentro de mí: el
bautismo”.
Así
que así fue como el 22 de abril del año 2000 en la Vigilia Pascual, “una noche gloriosa que
nunca olvidaré”, entró a formar parte de la Iglesia y recibió a Jesús por
primera vez.
Hermanas Dominicas de Nashville |
Cuando
las Hermanas me escucharon decir estas tres cosas, sonrieron y dijeron:
‘Tenemos esas tres’. ¡Solo entonces accedí a sentarme y escuchar más!”, relata
María de Betania.
Finalmente
en 2003 ingresó en este convento y en 2010 profesó sus votos perpetuos. Por
ello, afirma convencida que “la
mejor decisión que he tomado en mi vida ha sido convertirme en católica. La
segunda fue ingresar en el convento”.
“Todos
los días, cuando me pongo el santo hábito de Santo Domingo Dios me sigue
asombrando por el amor tan tierno que tiene por cada uno de nosotros. ¡Él
verdaderamente ha derramado su bondad sobre mí y estoy llena de gozo sabiendo que soy totalmente suya”,
concluye.
J. Lozano
Fuente: ReL