Con estos fríos, el lugar más
caliente de la casa es la sala que llamamos “gloria”. Como ya hemos compartido
más veces, es una habitación que tiene un subsuelo en el que se enciende fuego
por la mañana y así, el suelo de la sala, se mantiene calentito todo el día.
Por eso se está “en la gloria”.
Estos días veía a las hermanas
que les tocaba encender todo preocupadas, yendo y viniendo a ver si habían
echado suficiente leña al fuego y continuamente volvían a meter un tronco,
pues, con las temperaturas tan bajas, necesita más que normalmente para
alcanzar una temperatura agradable.
Después, cuando estaba en la
oración, el Señor me volvió a traer aquella imagen del fuego. Y es que nosotros
somos como la gloria o como una chimenea. Si introduces solo troncos pero no
enciendes fuego, no podrás esperar calor. Pero si solo en enciendes fuego y no
pones nada de madera, ese fuego se desvanecerá muy rápido y tampoco se
producirá el efecto para el que la gloria ha sido creada. En nuestra vida
necesitamos del Señor, y necesitamos de los hermanos. La chispa que prende la
leña es Su Amor, Él es el fuego que enciende nuestra vida y que la calienta. Pero
la leña, que alimenta al fuego, que impide que se fuego se apague, son los
hermanos. Necesitamos las dos cosas: el Amor que se recibe y el amor que se da.
El Amor del Señor prende cada día
nuestra vida, pero quiere que en nuestro interior también haya cabida para los
demás. Así Su Amor crecerá más y más, como quien “echa leña al fuego”, y
nuestra vida se va transformando en calor para todo el que se cruce en nuestro
camino.
Hoy el reto del amor es que,
cuando sientas que tu interior se cierra a alguna persona, optes por “echar
leña al fuego”, que apuestes por el Amor, que dejes que Él te abra el corazón
para no dejar nunca de amar.
VIVE DE CRISTO
Fuente: Dominicas de Lerma