Dios nos ha dado “instrumentos”: la
oración y el amor, para “hacer crecer la unidad”. Mientras el diablo nos tienta
con las “debilidades de nuestros hermanos”, engrandeciendo los errores y los
defectos de los otros, “el Espíritu Santo nos inspira a la unidad”. El Papa
Francisco, que en este miércoles 20 de enero dedicó su catequesis a la oración
por la unidad de los cristianos, nos recuerda que la raíz de la comunión con
Dios “es el amor de Cristo”, que nos hace superar los prejuicios
para ver en el otro a un hermano y a una hermana al que amar siempre.
Esto significa, explicó Francisco, “que
no bastamos solo nosotros, con nuestras fuerzas, para realizar la unidad”, pues
“la unidad es sobre todo un don, es una gracia que hay que pedir con la
oración”:
“Cada
uno de nosotros lo necesita. De hecho, nos damos cuenta de que no somos capaces
de custodiar la unidad ni siquiera en nosotros mismos.”
Recordando al apóstol Pablo, que sentía
dentro de sí el lacerante conflicto de “querer el bien y estar inclinado al
mal”, y que comprendió “que la raíz de tantas divisiones que hay a nuestro
alrededor - entre las personas, en la familia, en la sociedad, entre los
pueblos y también entre los creyentes – está dentro de nosotros”, Francisco,
citando el Concilio Vaticano II, hizo presente los muchos elementos que se
combaten en el propio interior del hombre, y afirmó que “la solución a las
divisiones no es oponerse a alguien, porque la discordia genera otra
discordia”:
“El
verdadero remedio empieza por pedir a Dios la paz, la reconciliación, la
unidad.”
La unidad – aseguró – puede llegar sólo
como fruto de la oración. “Los esfuerzos diplomáticos y los diálogos
académicos no bastan”. “Deben hacerse, pero no bastan”,
subrayó.
“Jesús
lo sabía y nos ha abierto el camino, rezando. Nuestra oración por la unidad es
así una humilde pero confiada participación en la oración del Señor, quien
prometió que toda oración hecha en su nombre será escuchada por el Padre.”
Por eso invitó a preguntarnos si rezamos
por la voluntad de Jesús, por la unidad. “Si revisamos las intenciones por las
que rezamos, probablemente nos demos cuenta de que hemos rezado poco, quizá
nunca, por la unidad de los cristianos”, observó. De esta, añadió, “depende la
fe en el mundo”:
“El
Señor pidió la unidad entre nosotros «para que el mundo crea». El mundo no
creerá porque lo convenzamos con buenos argumentos, sino, si testimoniamos el
amor que nos une y nos hace cercanos: así creerá.”
Y “en este tiempo de graves
necesidades”, continuó el Papa, “es todavía más necesaria la oración para que
la unidad prevalezca sobre los conflictos”. “Es urgente dejar de lado los
particularismos para favorecer el bien común, y por eso nuestro buen ejemplo es
fundamental: es esencial que los cristianos prosigan el camino hacia la unidad
plena, visible”.
Se trata de un camino, suscitado por el
Espíritu Santo, que ya ha iniciado y que irá siempre hacia adelante,
y los cristianos debemos “luchar por la unidad”, es decir, “rezar”.
Rezar significa luchar por la unidad.
Sí, luchar, porque nuestro enemigo, el diablo, como dice la palabra misma, es
el divisor. Jesús le pide al Espíritu Santo unidad, que haga la unidad. El
diablo siempre se divide. Siempre divide, porque le conviene dividir. Él
insinúa la división, en todas partes y de todas las maneras, mientras que el
Espíritu Santo hace converger en unidad siempre. El diablo, en general, no nos
tienta con la alta teología, sino con las debilidades de nuestros hermanos. Es
astuto: engrandece los errores y los defectos de los otros, siembra discordia,
provoca la crítica y crea facciones.
Mientras que Dios “nos toma como somos,
diferentes, pecadores, y nos impulsa a la unidad”, el divisor toma el arma “que
tiene más a mano” para dividir: “la habladuría”, con la que “alimenta el
conflicto”:
“La
habladuría es el arma que el diablo tiene más a la mano para dividir la
comunidad cristiana, para dividir la familia, para dividir los amigos, para
dividir, siempre. El Espíritu Santo siempre nos inspira a la unidad.”
“Permaneced en mi amor y daréis fruto en
abundancia”, (cfr Jn 15,5-9). El tema de esta Semana de oración,
dijo el Papa, “se refiere precisamente al amor”, y da cuenta de que “la raíz de
la comunión es el amor de Cristo, que nos hace superar los prejuicios para ver
en el otro a un hermano y a una hermana al que amar siempre”. Así “descubrimos
que los cristianos de otras confesiones, con sus tradiciones, con su historia,
son dones de Dios, son dones presentes en los territorios de nuestras
comunidades diocesanas y parroquiales”.
“Empecemos
a rezar por ellos y, cuando sea posible, con ellos. Así aprenderemos a amarlos
y a apreciarlos.”
La oración, recuerda el Concilio, - concluyó el Papa - es
el alma de todo el movimiento ecuménico (cfr Unitatis
redintegratio, 8).
“Que sea, por lo tanto, la oración el punto de partida para ayudar a Jesús a cumplir su sueño: que todos sean uno.”
Vatican News