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Yuliia D | Shutterstock |
No soy yo el que brilla, es Cristo quien brilla en mí. No quiero
olvidar que sin
Él yo no soy nada.
Este domingo de nuevo Juan el Bautista es el protagonista:
«Hubo un hombre, enviado por Dios: se
llamaba Juan. Este vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para
que todos creyeran por él. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de
la luz».
Solo la voz
Quien encuentra a Juan se encuentra con el amor de Dios. Pero
él es sólo el camino, aquel que conduce al que importa. Me gusta esa capacidad
de dar testimonio, y hacer presente a Dios entre los hombres. Así es Juan.
Muestra el amor de Dios a los que lo siguen.
Y el testimonio de Juan es claro:
«Y este fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron
donde él desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle: – ¿Quién eres tú?
El confesó, y no negó; confesó: – Yo no soy el Cristo. Y le preguntaron: –
¿Qué, pues? ¿Eres tú Elías? El dijo: – No lo soy. – ¿Eres tú el profeta?
Respondió: – No. Entonces le dijeron: – ¿Quién eres, pues, para que demos
respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo? Dijo él: – Yo soy
voz del que clama en el desierto: – Rectificad el camino del Señor, como dijo
el profeta Isaías».
Él sólo es la voz, es el que prepara
el camino al Señor, el que anuncia su Palabra y su presencia entre los hombres.
Me gusta la actitud de Juan. ¿Quién es él? Sólo la voz.
Pretendiendo destacar
Con frecuencia me hacen la misma
pregunta: – ¿Quién soy yo? Y no tengo tan clara la respuesta como Juan. Tiemblo
porque quiero ser más importante, más valioso y no lo soy. Porque quiero que
vean mi poder y valoren mi grandeza.
¿Quién soy yo? ¿Quién dice la gente
que soy yo? Muchas de las cosas que hago y pienso son vanidad. Pasan y se pierden en el umbral de
los tiempos. Desaparecen sin que pueda hacer nada para salvarlo.
Y yo me empeño en ser la Palabra que libere, que salve, que eleve. Soy sólo
esa pobre voz que clama en el desierto. Me gustaría tener siempre esa actitud,
más aún en este Adviento. Un grito, una voz que se eleva queriendo ser
escuchada.
En el desierto nadie escucha. Tampoco a mí me escuchan muchos. Pienso en ocasiones
que tengo algo importante que decir, que gritar, que escribir. Y me equivoco.
De la vanidad a lo pequeño
Es
sólo mi vanidad la que me lleva a querer ser más de lo que soy y al final lo
único que importa son las cosas sencillas de la vida. El amor de
un niño, el abrazo de los que se aman, un te quiero, un gracias, un lo siento,
un perdóname.
Un secreto bien guardado, un cielo
raso con sol y frío, unas bolas de colores en la Navidad, una comida tranquila
para celebrar la vida.
Una música que despierta melodías
dentro de mi alma, un silencio que me llena de esperanza, una mañana que se
abre por encima de las nubes, un reencuentro después de mucho tiempo, un perdón
que yo doy o recibo, todo cuenta.
Y yo pierdo el tiempo con frecuencia preocupado de cosas poco importantes. Sólo soy la voz, y el reflejo de una luz poderosa que
se esconde dentro de mi piel tan frágil.
Y mis palabras que pretenden ponerle
voz a mil gritos callados dentro de mi alma. Y mis gestos que pretenden en su
torpeza ser más elocuentes que todas mis palabras.
Humildad mejor que exigencias
Me gusta esa actitud de Juan porque
no quiere mejorar su lugar, no pretende
tener un camino nuevo que le dé alegrías. No busca que le sigan los
discípulos y calmen su sed de ser amado.
Me gusta esa mirada pobre, y libre
al mismo tiempo. Podrá morir en una cárcel, sin despedidas, sin halagos, sin
reconocimiento público. Está preparado a morir como una voz que se apaga
suavemente después de haber sido atronadora en el desierto. Ahora ya está
cumplida su misión y podrá irse en paz a descansar, entregará la vida.
Esa humildad del hombre del
desierto, del hombre que no vive de las apariencias, me impresiona. Me gustaría
parecerme más a él. Quisiera no buscar los primeros puestos, ni querer que no
se olviden de mí.
Le pido a Jesús en este Adviento que
me enseñe a vivir como Juan, despreocupado, libre, apasionado por la vida,
haciendo lo que me toca en cada momento sin grandes pretensiones.
Dios es
quien lo logra
Es difícil, lo sé, sólo puede ser obra de Dios en mí si rompe mi orgullo y
acalla mi vanidad y mi engreimiento. Puede hacerlo, puede
cambiarme.
Hoy su figura imponente se me vuelve
pequeña como la de un niño sencillo y abandonado en el camino. Un niño que sabe
muy bien quién es y a qué ha venido.
Me gusta esa mirada suya sobre su
vida. En el silencio del desierto descubre esa misión oculta y escondida. Así
viviría Juan su vida, entregándolo todo y
no queriendo hacerlo todo bien.
Sólo una cosa le pedía Jesús: Ser su
testigo, ser su voz que pide que escuchen al Señor, ser el que prepara el
camino para luego morir por un capricho, olvidado y sin gloria.
También Jesús acabará solo en el
madero. Olvidado por muchos, rechazado por otros. Así quiero vivir yo, sin pretensiones.
Fuente: Aleteia