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Montserrat Medina Martínez. Dominio público |
Esta
valenciana se licenció en Ingeniería Aeronáutica, consiguiendo el primer premio
Nacional Académico. Rápidamente, Stanford le ofreció una doble beca remunerada para realizar allí
un doctorado en Matemáticas Computacionales. Fue en ese ambiente en el que co-fundó Jetlore, una empresa de
inteligencia artificial que se acabó convirtiendo en referente en Silicon Valey
y que acabaría vendiendo al gigante Pay Pal. En su regreso a España fue fichada
como socia por Deloitte con sólo 34 años.
Sin embargo, ha
decidido renunciar a todo esto por Dios. En la carta enviada a sus compañeros
reconoce que era católica pero que durante mucho tiempo Dios no fue su centro.
“Usaba todos los talentos que la infinita bondad de nuestro Dios me había
regalado, pero los
empleaba para mi propia gloria y para acumular riquezas en este mundo. Me
apropiaba de los dones recibidos buscando sólo mi propio interés. Y me
engañaba a mí misma porque lejos de hacerme feliz esa actitud sólo me provocaba
un vacío cada vez más creciente”, escribe.
De
este modo, Montse explica al resto de socios de Deloitte que “hundida en mi
miseria, sin saber qué hacer con todos mis pecados he comprendido que el Señor
lo perdona todo porque Él es todo bondad y misericordia. Ahora quiero dejarlo todo por seguir a este Dios que ha
conquistado mi corazón. Es una deuda de amor lo que vivo… aunque sé
que por mi parte esa deuda siempre estará por saldar”.
Antes
de pedir perdón a sus
compañeros por las faltas que haya podido cometer contra ellos, esta joven
anuncia haber tomado “la decisión más importante y al mismo tiempo más sencilla
de mi vida”.
“He decidido, sin ningún
remordimiento, dejar de invertir en mi futuro terrenal y empezar a invertir en
mi futuro para la vida eterna. Puesto que dejo el mundo para servir y
hacer la Voluntad de Dios, tengo la certeza de que el Señor misericordioso
suplirá con creces mi falta con aquellos a quienes estoy dejando por Él. No
dejo el mundo, propiamente, sino lo mundano. Y quiero entregar mi vida en
oración y ofrenda por todos aquellos a quienes Dios ama”, afirma.
Esta
es la carta íntegra enviada por Montse Medina a sus compañeros:
Mi nueva esperanza: comunicación y confesión
Con
todos los riesgos que supone abrir el corazón, quiero hacerlo como una
expresión de libertad y una confesión de la fe. A quien lea este escrito le confío algo íntimo y personal,
pero que no puedo retener sólo para mí.
Se ha
abierto una nueva etapa en mi vida que comporta dejar mi carrera profesional. Creo que Dios me está llamando a
dejarlo todo para seguir a su Hijo Jesús más de cerca. Su gracia me ha
quitado el velo que cubría mis ojos y he comenzado a comprender cuánto le debo.
Él ha puesto en mí un fuego que enciende una insaciable necesidad de amarle y
servirle. Muchas veces me pregunto: ¿Cómo puedo yo, siendo pobre criatura,
servir y amar al Creador? Pero la respuesta emerge desde dentro: Si Él me llama, en su Nombre me lanzo a esta
aventura de dejarlo todo para buscar continuamente su Rostro.
Desconozco la
razón por la cual el Señor se ha fijado en mí. Desconozco por qué desde mi
infancia cada domingo internamente me conmovía escuchar en un canto de Iglesia
“he dicho tu nombre”; no entendía entonces que esto era una gracia particular.
Desconozco por qué su Amor me ha concedido gratuitamente los talentos
inmerecidos con los que he podido trabajar y realizarme como persona todos
estos años. Igualmente desconozco el plan que Él tiene de ahora en adelante
para conmigo. Lo único que
sé con certeza es que he encontrado “el tesoro” y, como dice el
Evangelio, quiero vender todo lo que tengo en este mundo para comprarlo (cf. Mt
13, 44-46). Siento que, secundando esta llamada mi vida adquiere un sentido
lleno de luz, que me hace sentirme dichosa y feliz.
La llamada que muestra el pasaje evangélico del joven rico (cf. Mc 10, 17-39) es la llamada que hoy siento dirigida a mí… por más que la llevo dentro desde hace mucho tiempo, pero sin atreverme nunca a responder. Desde hace años quería decir que sí a Jesús, pero no lo hacía sino tímidamente y sólo por dentro. Y mientras demoraba la respuesta verdadera, esa que compromete la vida, usaba todos los talentos que la infinita bondad de nuestro Dios me había regalado, pero los empleaba para mi propia gloria y para acumular riquezas en este mundo.
Me apropiaba de los dones recibidos buscando sólo mi propio interés. Y me
engañaba a mí misma porque lejos de hacerme feliz esa actitud sólo me provocaba
un vacío cada vez más creciente. Ciertamente, mi meta no era otra que lo que la
sociedad me enseñó desde mi niñez: estudiar, posicionarme con un trabajo bien
remunerado, casarme y tener hijos. La
idea de servir al Señor estaba lejos de mis pensamientos: me había hecho un
dios a mi medida que debía servirme a mí y ajustarse a mis objetivos y
ambiciones.
Así, autoproclamada “buena católica” por mi asistencia física a la eucaristía dominical, pero enorgullecida por la gloria, poder y dinero que iba obteniendo, mi alma se iba construyendo un lugar privilegiado en el abismo del sinsentido de una vida encerrada en el egoísmo. No encuentro palabras para describir el estado tan deplorable en el cual se encontraba mi alma mientras me engañaba a mí misma, convencida de que complacía a Dios. Después de todo, pensaba que algo debía estar haciendo bien: yo me esforzaba y veía recompensa.
Ahora me pregunto:
¿Cómo he podido estar tan confundida todos estos años? No era Dios quien me
estaba dando la gloria de la tierra sino el príncipe de este mundo quien me
estaba engañando sin yo saberlo. Mientras tanto, el Dios misericordioso lo
permitió para mi propio bien. He necesitado experimentar estas tinieblas y el
poder desgarrador del mundo para apreciar más la vida de la fe y el Evangelio
de Cristo. El sufrimiento que comporta seguir a los ídolos del mundo me ha
preparado para renunciar a ellos y volverme al Señor en una ofrenda completa de
mi vida.
He vivido 12 años “triunfando”
según los parámetros del mundo: tengo títulos de la prestigiosa Universidad de
Stanford, he fundado una startup en
Silicon Valley que ha adquirido una Fortune 100 y con tan sólo 34 años he
llegado a ser socia en Deloitte. Yo le decía al Señor: Mira lo bien que he
aprovechado tus talentos. Pero sintiendo un profundo conocimiento de la
suciedad de mi alma, me percaté de mi mal entendimiento con respecto a la
ansiada “perfección” que buscaba en las cosas del mundo, y cuánto más me
acercaba a ella, más me alejaba de la verdadera: la perfección del alma que
consiste en hacer la voluntad de Dios, verdadera plenitud para la que hemos
sido creados.
Hundida
en mi miseria, sin saber qué hacer con todos mis pecados he comprendido que el
Señor lo perdona todo porque Él es todo bondad y misericordia. Ahora quiero
dejarlo todo por seguir a este Dios que ha conquistado mi corazón. Es una deuda
de amor lo que vivo… aunque sé que por mi parte esa deuda siempre estará por
saldar. Quiero que el
Señor sea mi único Dios, y no el dinero. No puedo servir a dos señores. El
Señor, nuestro Dios, es el único Señor; y me llama a amarle con todo mi ser.
La
inquietud de mi alma me ha llevado a buscar la Voluntad de Dios en comunidades
católicas, en voluntariados, hasta planeé fundar una ONG…, pero no encontraba
la Paz en ninguno de estos proyectos. Ahora, secundando la llamada a ofrecerme
al Señor en la vida consagrada contemplativa, he encontrado la Paz del corazón. Creo que desde esta vocación podré ayudar a tantos que
buscan a Dios sin saber dónde y cómo encontrarlo. La Iglesia y la Comunidad
de Monjas contemplativas que me acogen me regalan un hogar donde vivir con
sencillez evangélica el seguimiento de Cristo en fraternidad. Soy consciente de
que es un gran riesgo el que corro dejándolo todo para entrar en un Monasterio…
pero la vida vale la pena cuando se arriesga en la búsqueda del Bien. Y “sé de
quién me he fiado” (2Tim 1, 12).
Por
ello he tomado la decisión más importante y al mismo tiempo más sencilla de mi
vida. He decidido, sin ningún remordimiento, dejar de invertir en mi futuro
terrenal y empezar a invertir en mi futuro para la vida eterna. Puesto que dejo
el mundo para servir y hacer la Voluntad de Dios, tengo la certeza de que el
Señor misericordioso suplirá con creces mi falta con aquellos a quienes estoy
dejando por Él. No dejo el
mundo, propiamente, sino lo mundano. Y quiero entregar mi vida en oración y ofrenda por todos aquellos a
quienes Dios ama.
Quiero
terminar pidiendo perdón a quienes haya podido hacer sufrir en estos años o por
los que se puedan ver perjudicados de alguna manera por esta decisión
vocacional. Os agradezco
que recéis por mí; yo rezaré por todos.
¡Bendito
y alabado sea por siempre el Señor!
Montse
Fuente: ReL